El irracionalismo creador del romanticismo suele confundir arte con vida, cuando en verdad existe un abismo entre ambas. El gran artista Philip Pickett (1950) fue sentenciado en 2015 a 11 años de prisión por acoso sexual y violación. Lo segundo no le quita lo artista (Pickett es uno de los más importantes y prestigiados intérpretes y directores de ensambles de música medieval y renacentista), pero esto último tampoco le quita lo delincuente. La estupidez lo hizo arruinar su brillante carrera, pues una actitud racional hubiera sido deslindar ambos ámbitos: la vida en la realidad se rige por normas (ni modo: así es, lo queramos o no); el arte, en cambio, es técnica y representación: un oficio como cualquier otro al que hay que entregarse cabalmente sin confundirlo con otros ámbitos o contextos.

En materia de arte, hay libertad absoluta porque su reino es la imaginación. Sólo a los regímenes totalitarios les incomoda el arte o la literatura, y pretenden un arte inocuo o deslindado de lo social o lo político. Ya Víctor Hugo decía que para que haya libertad artística debe haber, ante todo, libertad política: “El romanticismo es el liberalismo en el arte”, dijo en su prólogo a Hernani. Los grandes artistas coinciden en este punto, y por ello Victor Cousin, en la tercera década del siglo XIX, creó la teoría del “arte por el arte”, y luego vendrá esa idiotez del “arte puro” o “poesía pura”, de los que se burló García Lorca en una entrevista. Si Cousin y luego los parnasianos defendieron el “arte por el arte” fue justo porque la moral y la política se estaban entrometiendo demasiado en las obras creativas, pero tal fenómeno (el “arte por el arte”) jamás ha existido ni existirá. Como en el reino de las imágenes representadas (o imaginación) hay libertad absoluta (sin faltar a la o las técnicas), el arte no se separa jamás de su contexto histórico, social o político. En el manifiesto Por un arte revolucionario independiente, firmado por André Breton y Diego Rivera, pero en el que intervino Trostky, se habla de la “libre elección de temas” y de la “absoluta no-restricción en cuanto concierne al campo de su exploración”, lo que de ningún modo se traduce en artepurismo, sino todo lo contrario: el arte es también exploración en las distintas realidades, y no mera forma ni meras estructuras ni mera ornamentación.

En materia de vida, todo cambia. La realidad nos sobrepasa, y si hacemos arte y cultura es porque no soportamos la realidad: no toleramos que ella nos devore segundo a segundo en una muerte sin fin. Ante tal tristeza, nuestra respuesta es la cultura, la representación (artes, religiones, ideologías, leyes…). Pero en la vida, vivimos rodeados de recuerdos y proyectos (pasado y futuro). ¿Qué esperamos? Que el pasado nos haga mejores y que nuestros proyectos se cumplan. Pienso que en la cotidianidad cada quien tiene derecho de hacer con su vida y cuerpo lo que desee. Mi máxima moral es la siguiente: “En la intimidad, entre adultos y sin forzar la voluntad de nadie, todo está permitido”. Cuando digo “entre adultos” uso un término jurídico, lo que significa que el concepto varía de época en época y de región en región. También implico que el sujeto usa sus facultades mentales, es decir, que no hay mal o desorden mental de acuerdo con los parámetros que rigen su contexto. Y cuando digo “sin forzar la voluntad de nadie”, incluyo a cualquier especie animal, en especial a los mamíferos. Toda forma de vida es respetable; sólo si un individuo posee el impulso de morir, debe permitírsele sin forzar su voluntad. Si mi ejemplo inicial (Philip Pickett) forzó voluntades, las leyes deben castigarlo, sin importar que sea artista. Con los curas pederastas (los de Boston o las víctimas de Marcial Maciel, para referirme a dos casos escandalosos) y con los políticos corruptos debería actuarse igual. ¿Por qué se castiga a Pickett y se dejan impunes a cientos de sacerdotes y políticos delincuentes?