Genaro David Góngora Pimentel

Como juez de distrito ya lo había tratado. Fue un juez valiente y conocedor del juicio de amparo, le tocó, entre otras cosas, conceder la suspensión solicitada por Ignacio Burgoa, como representante de los propietarios de las tierras expropiadas por el presidente Luis Echeverría en las llanuras del Yaqui, en Sinaloa y Sonora.

Algo de lo que después me enteré fue que ya habían solicitado la suspensión y el amparo se los habían negado, sin embargo, muchas fueron las causas que se movieron para que de nuevo el juez De Silva conociera de este asunto. Es más, el amparo ya se les había negado a los propietarios de los inmensos territorios expropiados por el presidente Echeverría. La valentía, quiero suponer que eso fue, logró que se admitiera un nuevo amparo y se concediera una nueva suspensión para esos terrenos.

De todo esto me enteré por los abogados de Sonora y por lo que me contó el “pasante” de Burgoa, llamado Edmundo Elías Mussi.

Los abogados de Sonora que tenían este asunto, le dijeron a Elías:

—¿Cómo puede ser posible un nuevo amparo y su respectiva suspensión, si ya se negó el amparo y se ejecutó la expropiación?

Además, el amparo se promueve en el lugar donde se ejecuta el acto reclamado y eso no fue en el Distrito Federal, ahora Ciudad de México.

—Bueno —les dijo Elías—, el maestro Burgoa ha descubierto otra manera de llevar el asunto.

Así fue, la república entera se enteró con estupefacción que Burgoa promovió amparo y solicitó la suspensión que se le concedió.

Muchos millones de pesos se le pagaron a Burgoa por este trabajo. Sin embargo, siguiendo su costumbre, el maestro Burgoa le encargó a Edmundo Elías, su pasante, que fuera a él a quien le entregaran los millones de pesos. Explicaba el maestro Burgoa que:

—¡No quiero manchar mis manos con el sucio dinero, mejor que lo reciba Edmundo Elías, quien es libanés!

Así fue como Edmundo Elías se quedó con varios millones de pesos de los honorarios de Burgoa.

La venganza de Burgoa fue un libro con el título El jurista y el simulador del derecho, en donde hablaba, en el simulador “haciendo un retrato hablado de Edmundo”. Esto no se sabe ahora porque han pasado años y Edmundo ya no sale de su casa y quién recuerda cómo era.

Carlos de Silva recibió el nombramiento de ministro de la Suprema Corte, y el Décimo Tercer Tribunal Colegiado en Materia Administrativa, en donde yo prestaba mis servicios, quedó bajo la vigilancia del señor ministro “De Silva”, quien nos hacía “visita de inspección” una vez al año.

Nos preparábamos para su visita: carnitas, chicharrón y, sobre todo, el coñac Hennesy que le gustaba al señor ministro. En alguna ocasión se le cayó la copa a la alfombra, pues en ese tiempo todas las oficinas tenían alfombra. La mancha que dejó no fue posible quitarla. Esto lo aprovechaba yo para llevar a los visitantes al lugar donde comió don Carlos de Silva, nuestro ministro inspector. En ese lugar hubiera quedado para siempre, pero cuando fui presidente de la Suprema Corte logré que se pusieran pisos de mármol a todas las oficinas del Palacio de Justicia Federal y, con eso, se perdió la mancha que dejó el ministro inspector en la alfombra, para ejemplo de la posteridad.

Tomando en cuenta su inteligencia, que lograba tener siempre siete votos cuando menos en el Tribunal Pleno, los litigantes lo seguían incluso a la cantina o restaurante donde tomaba. Luego, llegaba un momento en que cerraban los locales y entonces don Carlos les decía: “vamos a continuar a mi casa” y a su casa iban todos.

Me contaba alguno que ya en la madrugada, o más tarde, cuando su esposa llevaba a los niños a la escuela, todavía seguían don Carlos y acompañantes tomando.

Cuando llegó la nueva integración de la Suprema Corte, yo estaba presente cuando los amigos de don Carlos quisieron que formara parte, pero no se logró eso. Después como quedaba por integrarse el Consejo de la Judicatura Federal, don Carlos trató de quedar en el mismo, pero cuando le pidieron al secretario de Estado, a quien el presidente Zedillo encargó su formación, que don Carlos fuera uno de los integrantes, dijo:

—No se puede proponerlo, porque…. ¡es muy borracho!—. Lo acompañamos el día que nos hizo la inspección a la Suprema Corte los tres magistrados de Circuito y vimos y escuchamos cómo el policía de la Suprema Corte que custodiaba la puerta por donde entraban los ministros, nos dijo: “Aquí sólo entran ministros”. “Pues este es ministro”, le dijimos.

—¡Ah, es un nuevo ministro! —exclamó.

Y don Carlos dijo: “soy ministro en ejercicio”; pasamos y lo acompañamos hasta su ponencia.

A un lado de su escritorio tenía un montón de expedientes, esperando su firma. Esto no era novedoso en la Corte, varios ministros tampoco firmaban. Y… ¿quién podía obligarlos a firmar? Por esa razón se modificó la Ley Orgánica del Poder Judicial de la Federación, para que solamente firmara el ponente del asunto y un secretario para dar fe.

Lamento la muerte de don Carlos de Silva, al igual que todos los actuales ministros que han publicado esquelas en los periódicos del país.