Daniel Téllez
Procurad, sobre todo, que no se os muera la lengua viva. Antonio Machado, Juan de Mairena
Roberto López Moreno llega a sus 75 años de vida como uno de los escritores de mayor importancia en Chiapas y en el escenario latinoamericano. Ha experimentado prácticamente todo en su poesía y narrativa. Indudablemente es el gran poeta de vanguardia de la segunda mitad del siglo XX mexicano y su obra en conjunto, marcada por búsquedas técnicas y formales, es genuina y latinoamericana por su vastedad, además de su sed fluvial —ha dicho el crítico Julio Ortega— por hacer del lenguaje su patria y horizonte.
Periodista, narrador, poeta, maestro, musicólogo, epigramista, López Moreno (Huixtla, Chiapas, 1942) teje su apuesta literaria desde el corazón latinoamericano que late en él desde su infancia, un esqueleto circular, relámpago y conciencia, el bolero místico, los oscuros vientres de las congas y los asideros vanguardistas que hormiguean dentro de la música, los alburemas y los palíndromos, el filin de las repeticiones y aliteraciones, territorios de la hoguera que ha construido para mirar y morar el mundo.
López Moreno es un poeta nómada y peregrino, su espíritu es el ábrara de flautas y sonidos y tambores que se multiplican en sus registros. Ese ábrara es la raíz cuadrada de la luz, multiplicada por el segundo anterior al primer segundo. Lezama Lima, uno de los poetas con que dialoga permanentemente López Moreno, dice: “es el rayo de luz impulsado por su propio destino”. Hay que leer a López Moreno y leerlo bien. Su palabra está segura aún expuesta, violenta, persistente, a contrafuego siempre.
Ejemplo de esto son los Alburemas, poemas a contragolpe de la emoción del decir y el no del albur, juego verbal y entrecruzamiento de la inteligencia, por excelencia arte de nuestra historia y de nuestra poética popular. En labios de los cancioneros populares, de trovadores urbanos y de poetas pesarosos es materia arrebatadora. Por eso López Moreno está en sitio seguro, reinventa la morada de quienes han hecho del canto una profesión de fe con el lenguaje y atesora relatos, melodías y guiños que hábilmente explota y administra desde la verosimilitud. En sus Alburemas, juegos de palabras, albures netos y chanzas lingüísticas, evidencia sus claves para nombrar las cosas, mirar el mundo con desenfado y calar hondo desde el albur, “especie de pendencia verbal en ejercicio de oferta dudosa o agresión comunitaria” anota el poeta a manera de exordio antes de iniciar la danza por esta materia vulnerada, pero cuya proposición léxica del rejuego idiomático, del toma y daca, da certezas cuando López Moreno sale a romper lanzas poéticas en favor de la escabrosa lengua popular: “Sabes mucho de la lengua/ y por eso es que citáis,/ que el ave que incendia milpas/ es pájaro quema maíz”.
Para resaltar el valor literario de los Alburemas no necesitamos panegíricos. Son poemas breves que se leen de una sentada y se recomiendan solos, amén de la emoción anclada en el encabalgamiento de los versos, la sátira y la libertad, como armas letales del poeta chiapaneco ahora con un perfil mexicanísimo y citadino. En tanto los valores agregados de la picardía y el humor, la hechura popular de estas cuartetas transfieren el amplio espectro poético de López Moreno hacia territorios donde el canon literario se somete y ve ampliado, porque su guerra florida, como ha escrito Adolfo Castañón, se da en el lenguaje y con el lenguaje. López Moreno construye y deconstruye la tradición —en tanto el lenguaje es un hecho social— e interviene en ella reajustando e innovado el folclórico doble sentido del lenguaje popular, acabando por alterar, jocoseriamente, el color de la poesía mexicana. Los albures suponen un complejo proceso metafórico, desde el punto de vista lingüístico, además de brindarnos una clave interpretativa de altos vuelos, desde el punto de vista sociológico. Y aunque estas expresiones del lenguaje picaresco no sean producto nuevo y original, o estén “lexicalizadas por los lingüistas”, como anota Antonio Alatorre, no pierden su sentido e intención. López Moreno lo sabe, por eso dota de extrema sensibilidad la intensidad de los Alburemas. Porque los mecanismos que preceden a la creación poética son similares a aquellos juegos verbales anclados en el caló y ciertas jergas especializadas, López Moreno descubre campos fértiles para singularizar las palabras, rehaciendo su significado, dándoles un sentido “equívoco” y transformando la apuesta verbal.
Si Cervantes echa mano de su genio para hacer de la socarronería y la sátira una verdadera obra maestra innovadora de la narrativa moderna, López Moreno como el pueblo llano, Sancho Panza, recurre a los juegos verbales hechos, pero no como tabla de salvación sino desde la riqueza del acervo alburero, en palabras de Unamuno “el intralenguaje”, el profundo río que vitaliza la lengua, que fluye como un puro juego del pueblo llano, con sus matices, sentidos, sensibilidad y marcada agudeza desbordada. Aquí dos ejemplos: “‘Suertudotes’/ La mala suerte, señores,/ cuando el destino es tan malo,/ viene en pomo de dolores/ y hasta en cajones de palo”. El segundo: “De amores’/ No puedes amar a Ulises/ sin amar a Menelao/ como aquel que amara a Lenin/ y todavía no ama a Mao”.
En el medio literario, entre las dos formas temperamentales de nombrar a la cultura, desde lo culto y lo popular, el artista tiende —en este margen último— hacia la sensiblería, guasonamente, ciñendo su dosis de frialdad e indiferencia. Perdura una tendencia hacia la inmovilidad cuando de cultura popular se trata; aparece la condición introvertida del artista que se niega a repasar los sucesos populares (a veces escasos para él, no se sabe bien) persuadiéndolo hacia la suspicacia de un medio ambiente que a leguas le ha sido hostil e inapetente. El déficit es notorio, una mirada literaria que no advierte las responsabilidades que el lenguaje popular ofrece al escritor, hombre que no tiene más instrumento que las palabras “henchidas de significaciones ambiguas y hasta contrarias”, anota Octavio Paz. Escribir, entonces, es una actitud que trasciende el ejercicio retórico para instalarse en una crítica histórica y moral que vierte modos de hablar, representar, pensar y construir juicios sobre la realidad que nos circunda.
En los Alburemas, firmados por ROLOMO (apócope de López Moreno, creado con las dos primeras letras de su nombre y apellidos), pueden hacerse múltiples lecturas a su fidelidad al lenguaje. Los poemas resultantes, tan breves que se pueden leer a la luz de una luciérnaga, ha escrito Enrique González Rojo Arthur, son resultado de una tradición sincrética del lenguaje, el albur y sus matices que yacen en el fondo de todas nuestras conversaciones y de nuestras tentativas artísticas, culturales, sociales y políticas. ROLOMO o RLM o López Moreno advierte el torrente de juegos de palabras que son a su vez pan de todos los días en su metamorfosis poética y asume el reto de la picardía. Sus alburemas son un conjunto de representaciones y sarcasmos que traídos al poema revelan una parte importante de nosotros mismos: alusiones y menciones directas de sucesos y hechos que generalmente permanecen en la penumbra de la conciencia.
En continua batalla contra ciertos prejuicios, la poesía popular no busca coincidir con la poesía culta, porque cada una vela sus armas y elige de modo particular lo que le interesa conservar de cada poeta. López Moreno concibe ambos modos en su quehacer literario: lo culto y lo popular. Asume que la poesía encarna en los poemas y son sus formas las que erigen su tradición, entonces ROLOMO, “autor de esta breve pero significativa muestra” de alburemas, explica que el “¡Ah!” que sucede a la lectura de los alburemas “viene a ser la demostración vocal de la proposición léxica”, posterior, diríamos ahora, a la carcajada o al repliegue cargado de indignación, formas sociales del humor y la camaradería. Finalmente, después del pensamiento del poeta, ha dicho López Moreno, vienen los de los otros, que son forjadores de la albañilería para el trueque efectivo y poético de los alburemas. Detrás de López Moreno venimos todos, porque él mira el espacio primero, desde el albur, luego nosotros empezamos a medirlo con nuestros retruécanos, desahogos de conciencia, tribulaciones y picardía:
Tan tán. “Explicado el Alburema/ y el contexto en que se da,/ al despedirme del tema/ este miembro se les va”.