Estados Unidos es un país de contrastes, es el lugar donde ondea la bandera de la libertad aunque también desprende un gran tufo de discriminación, racismo y sendas locuras que vocifera Donald Trump, el presidente visto como una figura icónica de la ultraderecha, del conservadurismo que hace un guiño con la causa decimonónica de los confederados como la fuente histórica de grupos como el Ku Klux Klan.

Un año de estropicios del ocupante de la Casa Blanca que se ha revelado en el mundo de hoy como un ente trasnochado, carente de las finas formas de la diplomacia profesional, máxime en una nación con evidente poderío que globalizó las tesis del neoliberalismo tras el consenso de Washington hace más de tres décadas.

La ocurrencia parece ser la constante en Trump que publica estados de ánimo en las redes sociales, se viraliza la estulticia; la obsesión por construir el muro en la frontera con México es un botón de muestra de las ideas precarias de un hombre sujeto a investigación por una presunta colusión con el gobierno ruso.

La exclusión ha sido una práctica recurrente en el vecino país del norte en el que se abolió la esclavitud cincuenta años después de haber sido proclamada en nuestro país, la denominada Guerra de Secesión confrontó dos visiones entre el norte y el sur, Abraham Lincoln se opuso a la esclavitud de los afroamericanos en tanto los confederados actuaron antagónicamente; en el epílogo de esa confrontación bélica el mandatario asesinado tras un atentado dentro de un teatro postularía hacer votos para que no expirara sobre la faz de la tierra el gobierno del pueblo para el pueblo y por el pueblo. La esencia democrática.

Donald Trump desconoce la historia, es un ignorante del derecho y borra de un plumazo la historia de la migración que resulta fundacional para forjar su nación, la amnesia le corroe salpicada de exabruptos al erigirse moderno juez desconocedor de la justicia, así de contradictorio y locuaz.

Trump se guía a través de su brújula que no es otra que su estado de ánimo atiborrado de frivolidades, la fanfarronería la elige por discurso al presumir el botón más grande que su homólogo de Corea del Norte. Socava el sueño de los llamados dreamers. En suma, no tiene grandeza.

El mandatario norteamericano es un reflejo vivo de la decadencia política y moral en el país de las barras con estrellas; señala que México es el país más peligroso del mundo aunque olvida las matanzas que se han suscitado en su nación, como ha sucedido en iglesias y centros escolares del vecino país del norte, se acumulan armas para provocar tragedias. El intervencionismo del país del autodenominado destino manifiesto ha sido letal, se trata de un dogma de fe de sus gobiernos.

La furia aunada a la locura de Trump no reporta avances, puesto que lo único seguro que ha proyectado en la comunidad internacional es la incertidumbre de la mano de un discurso a todas luces xenófobo, racista, con una visión prehistórica del garrote que toma distancia preocupante del reconocimiento pleno de los derechos humanos.