La próxima elección que será la más grande de los tiempos recientes, con la renovación del titular del Poder Ejecutivo, la totalidad del Congreso: 500 diputados y 134 senadores, así como nueve gubernaturas y 3 mil 400 cargos entre presidencias municipales y legislaturas locales, comienza a volverse un margallate.

En principio desde que anunciaron las alianzas y coaliciones electorales, sorprendió a tirios y troyanos cómo, abandonando ideología, principios, convicciones y la propia historia de algunas agrupaciones partidarias, se aliaran el PAN y el PRD. Esto es, el Partido Acción Nacional con influencia franquista, conservador —creado para oponerse al cardenismo y que posteriormente adoptara las posturas demócrata cristianas—, con el PRD, constituido con el desprendimiento de la facción cardenista del PRI, y los partidos de izquierda, que incluso heredó el registro electoral del antiguo Partido Comunista Mexicano. Y bueno, acompañados ambos por el partido de un solo hombre, oportunista y logrero, cuyo fin último es mantener el registro, las prerrogativas y el reparto del botín electoral entre el primer círculo de su dirigente, un antiguo priista.

Otra de las alianzas electorales es la de Morena, igual partido de un solo hombre, con el PES, fundado por evangélicos, credo religioso que comparten con su candidato presidencial, y otro partido oportunista y logrero, el PT, el cual con mil maromas y alianzas inconfesables ha logrado mantener su registro y es, en los hechos, una franquicia familiar. Al igual que en el caso anterior, resulta una unión difícil de entender en tanto los tres olvidan historia, ideología, principios y convicciones.

Finalmente el PRI, PVEM y Panal, aunque anteriormente se han aliado, nadie olvida que en Panal y el Verde en su momento fueron aliados del PAN y, por si fuera poco, su candidato presidencial no es militante de ningún partido y trabajó en administraciones panistas y priistas.

Así las cosas, queda claro que campea el pragmatismo, se olvidan los principios ideológicos, y todos están dispuestos, como se dice popularmente, a aliarse con el mismo diablo con tal de ganar la Presidencia de la República.

A ningún observador serio de la política asombraría este tipo de alianzas como sucedió en un tiempo no tan lejano en Francia, Italia o Alemania, pero en esas coaliciones electorales se agrupaban entre sí las izquierdas, las derechas o los partidos centristas con un programa común. Es cierto que hace unos pocos años realizamos una reforma constitucional que falta reglamentar con una ley para los gobiernos de coalición, pero hasta ahora las alianzas comentadas no se han pronunciado con claridad respecto de un programa de gobierno común y evaden temas polémicos como el aborto, los matrimonios entre personas del mismo sexo y su derecho a la adopción y otros temas álgidos como el tipo de modelo de desarrollo económico.

 A esto se han venido a sumar en los últimos días las postulaciones de diputados y senadores plurinominales, donde todo es un amasijo informe donde todos caben revueltos y comparten listados represores y reprimidos, dinosaurios y bebesaurios, derechistas con latrofacciosos; como coloquialmente decimos: en todos los listados hay de chile, de dulce y de manteca.

La conclusión en muchos sectores sociales es que, como en una sopa de dominó, todas las fichas quedaron revueltas, que la clase política se niega a abandonar las sillas del poder, nadie quiere bajarse de la rueda de la fortuna y que casi todos los candidatos tienen ADN priista, hoy paradójicamente tan satanizado.