El novelista argentino Ricardo Piglia sostiene: “No creo que existan escritores sin teoría; en todo caso, la ingenuidad, la espontaneidad, el antiintelectualismo son una teoría, bastante compleja y sofisticada, por lo demás, que ha servido para arruinar a muchos escritores”. Mucho antes, Edgar Allan Poe había dicho: “No hay mayor engaño que creer que una auténtica originalidad es mera cuestión de impulso o de inspiración. Originar consiste en combinar cuidadosa, paciente y comprensivamente”. Empiezo esta nota con ambas citas porque hay todavía “artistas” y pseudoartistas que creen que las revoluciones estéticas surgen de las vísceras, de la espontaneidad o de las emociones, cuando en la verdadera obra de arte hay un control de las emociones por parte del creador: él las representa y él selecciona y combina los elementos adecuados para que el lector o el espectador las sienta. El artista, el escritor requieren gran disciplina para no hacer las cosas “al vapor”. Podría llamar a esta disciplina ascesis, pues de hecho tuvo (y tiene) que existir en la persona del artista antes de que ella optara, por ejemplo, por la transgresión, por lo llamado “antiacadémico”, que, en caso de que en realidad sea de calidad, pasará con el tiempo a la misma academia y allí se le estudiará, como ahora se estudian los movimientos de vanguardia. Los grandes escritores y artistas coinciden en el desarrollo de una disciplina a fin de dominar la técnica y procedimientos, o diversas técnicas y procedimientos, que no son sino el arte propiamente (techné). Si el artista tiene algo verdaderamente importante por decir, pondrá a su servicio dichas técnicas e incluso, de ser necesario, las violará, parodiará o generará otras, pero jamás renunciará a ellas porque sería renunciar al arte.
Aldous Huxley se refiere de algún modo a la ascesis que mencioné más arriba: “Una elevada realización artística es imposible sin, por lo menos, las formas de mortificación intelectual, emotiva y física apropiadas a la clase de arte que se practica. Además y por encima de esta mortificación, que podríamos llamar profesional, algunos artistas han practicado la clase de anonadamiento de sí mismos que es la precondición indispensable del conocimiento unitivo de la Base divina”. Pensemos en un gran bailarín o en un gran músico: ambos tuvieron que mortificar su cuerpo por medio de una rigurosa disciplina para llegar a dominar la técnica que exige su arte. En el caso del pintor y del escritor que han logrado un estilo propio, tuvo que haber un sacrificio intelectual, una disciplina interior, una ascesis. Después, el artista está capacitado (como lo hicieron, por ejemplo, Braque, Picasso, Joyce, Schoenberg, Woolf, Dalí y muchos otros) para transgredir las normas tradicionales de su arte y lograr algo distinto. Podríamos incluso relacionar lo anterior con lo religioso (la palabra religión significa vínculo con algo, estar ligado a algo). Curiosamente, en el tantrismo, a diferencia de lo que ocurre en las religiones ortodoxas, tras una ascesis rigurosa, tras una disciplina y mortificación física y mental abrumadoras, se llega justo a lo contrario: el humano, liberado de su cuerpo, es, por lo mismo, soberano, libre, está más allá del bien y del mal y es capaz de transgredir todas las normas establecidas por la ortodoxia civil y religiosa, e incluso por la misma ascesis propuesta y practicada en un inicio: es capaz de integrar lo excepcional. Retornamos así a un viejo tema: la transgresión, tan necesaria en el arte, siempre y cuando se justifique por la contemplación (teoría) y no renuncie a la técnica. Renunciar a ella no es sino pseudoarte, es decir, un mero discurso teórico o pseudofilosófico para justificar la mediocridad de algunos.


