Ricardo Muñoz Munguía

Andar es la construcción de un registro, pasos en la página, rememoración del instante que es aurora, que es atardecer, que es nocturno…, de incansable caminar que anida en la memoria. Se trata de versos que han sido construidos como un árbol: de crecimiento lento, con la extensión de sus ramas en busca del sol, que parece posicionarse firme para, desde ahí, nombrar el tiempo, cada sitio, diversas atmósferas…, y luego apuntar hacia las sensaciones, hacia el Ser, hacia la mirada. “¿Qué hacer cuando en la alcoba de la muerte/ suena la campanita de la vida/ Oh, martillo sin dueño, ¿qué hacer?/ Ten piedad de una piedra:/ La realidad merece una patada”. Es entonces que su poesía reclama universo, se expande para mostrar este paralelo de imágenes, las que supo explotar el poeta mexicano Carlos Santibáñez Andonegui, quien falleció el pasado 13 de febrero de este 2018 a causa de un infarto fulminante.

Su muerte es una mala sorpresa, un juego tétrico que como ramalazo nos sacude y nos arroja al abismo del silencio, donde se ahogan los ecos, donde ya no habrá más voz…, territorio sin fe y, por paradójico, sin miedo. La noticia, como hachazo, nos quita la razón por un instante, es algo increíble pues, a últimos días no se sentía bien, pero no se podría esperar su final. Un final físico porque su palabra, afianzada en sus bellos poemarios así como en varias antologías, es estatua sin tiempo, vigente, fresca. “Estamos en el rumbo”: Somos sacados a dar un paseo/ de hecho es divertido,/ se olvida la fecha.// Antes que el día se vaya por completo/ lo rescatamos por una orilla./ La frágil hora de traducir.// Agua no es, lumbre tampoco./ Son palabras dejadas dentro/ de una botella.// Y este es nuestro rumbo,/ arbolados lugares donde nos gusta/ conversar en silencio.// Blancos de noche. Unos traen orgullosas/ medallas de triunfo, otros llevan correa,/ roen amorosamente un hueso.// Peinan la brava revelación del pelo/ y todos mueren.// Bien, hasta la vista.// El huracán los volverá a dejar exactamente/ aquí mismo”.

La voz poética de Carlos Santibáñez Andonegui (Ciudad de México, 1954-2018) se extiende, abarca/atrapa lo que a su paso encuentra/lo atrapa para darle voz y presencia. La mirada del poeta es el principal objeto que se planta en sus poemarios, por lo menos en los dos que yo conozco: Glorias del Eje Central y Ofrezca un libro de piel. Carlos estudió Lengua y Literaturas Hispánicas y más tarde la carrera de Derecho, ambas en la UNAM. Fue cofundador del Grupo Editorial Liberta Sumaria y Nautilium. Es autor de seis poemarios: Para decir buen provecho, Llega el día, vuelven los brindis, Fiestemas, Glorias del Eje Central, Con Luz en Persona y Ofrezca un libro de piel.

Carlos, un hombre generoso, noble, de alegría constante. Sus invitaciones a comer en Polanco eran oportunidades para charlar de literatura, de escritores, de política, de la farándula, de lugares que le habían otorgado alguna escena, de sus innumerables alumnos que, por increíble que parezca, los conocía a fondo. Muy atento a las fechas para felicitarme, lo que con toda seguridad era parte de su personalidad, y su amistad muy sincera. Además, aunque ya teníamos un acuerdo para que me diera sus artículos para que yo se los publicara en estas páginas de “La Cultura en México”, de esta misma revista Siempre! —la que tanto admiraba y aplaudía la dirección de Beatriz Pagés—, por lo menos uno por mes, me hablaba por teléfono para agradecerme y aprovechaba para preguntar por mi familia, la que parecía conocer pues con nuestras charlas ya tenía toda la idea, además que vino una ocasión a la casa para darme un obsequio (una figura pequeña de un contrabajo) musical, que había elaborado con su madre, con quien me siento en deuda por estar atenta a las peticiones de Carlos. Precisamente, Carlos me escribió apenas iniciaba este 2018 para avisarme que me daría un cenicero de cristal cortado que me mandaba su mamá. Finalmente, en días pasados, precisamente el 8 de febrero, un día antes de mi cumpleaños, me escribió: “Que sea un precioso cumpleaños. Te llamo en la nochecita para felicitarte y quiero ver si sigues viviendo en el mismo lugar, a fin de en cuanto pueda llevarte el detalle que te manda la familia, y entretanto un gran abrazo para mañana. Que tengas toda la felicidad que mereces, querido amigo y poeta”.

Un excelente colaborador de este suplemento cultural, y gran amigo, obliga el vacío pero su obra es presencia interminable. Exactamente una semana anterior a este número, su último artículo que le publiqué —por cierto, que me siento profundamente agradecido con todo su trabajo ensayístico que, por fortuna, en estas páginas fue apareciendo—, sobre la novela El sello de la libélula, de Kyra Galván, compartimos el espacio en esas dos páginas y hoy, dos páginas dedico a su muerte, la que considero él ha rebasado, pues su creación enmarca la perpetuidad de su presencia. “Sabio panteón”/ “Volar a sólo un ángel lo aconsejo” (Shakespeare)./ “Donde quiera está el muerto./ En los peligros del atardecer,/ en un espléndido rayo de sol./ En el poema abandonado.// No se cansa de dar la dorada cátedra/ de la piel, a la pareja sin miedo/ que de la mano escucha la Revelación/ y apela al cuerpo.// El breve hombre filosófico planea un ardid/ con aire grave entre las tumbas:/ ‘Diré qué pienso. Aprovechar/ la huida que han preparado/ para mí, mis discípulos’”.

Perteneciente a una generación que él prefirió no mencionarla, pues siempre se sintió ajeno a etiquetarse. Sin embargo, hablaba constantemente de los escritores que le tocó ser parte en talleres o actividades literarias. Y, sobre todo, estuvo muy agradecido con Guillermo Samperio.

Se ha preparado un homenaje al escritor Carlos Santibáñez Andonegui, en el que se leerán en voz alta algunos de sus poemas y/o, también, se podrá compartir alguna anécdota en su memoria. La cita es el próximo jueves 22 de febrero a las 20:30 horas en “Locatl”: Calle Doctor Atl, número 275, en Santa María la Ribera de la Ciudad de México.

Un poeta que valoró extremo su labor, con la principal intención de verla/tenerla genuina, que trabajó con la pureza de la palabra, la que también ubicó en el sitio justo donde su voz se vuelve concreto y fiera contra el tiempo.

¡Descansa en paz, querido Carlitos!