Se da actualmente en el mundo una intensa discusión sobre los efectos de la globalización económica. Un esquema que parecía haber llegado para permanecer por un largo periodo de tiempo ha recibido cuestionamientos desde diversas perspectivas. Una de ellas fue el análisis de la crisis financiera global de 2008, una más en años recientes, pero de intensidad y alcance globales. Más recientemente el brexit y el triunfo de Trump, pero en lo teórico también hay numerosas voces como los premios Nobel Joseph Stiglitz, Paul Krugman o, un poco más recientemente, Thomas Piketty, Atkinson, Milanovic, entre muchos otros que expresan críticas al llamado modelo neoliberal.

Una importante corriente del pensamiento económico y social cuestiona los efectos y sobre todo los fundamentos de la visión ideológica sobre la economía que postularon el presidente estadounidense Ronald Reagan y la primer ministro británica Margaret Thatcher y que pareció consolidarse con la caída del Muro de Berlín y el derrumbe de la Unión Soviética, así como de los regímenes comunistas de Europa del Este.

El fundamento de este movimiento ideológico del pensamiento económico de enaltecimiento del mercado y el rechazo a la regulación y en general a cualquier intervención gubernamental estuvo en buena medida en la llamada sociedad del Mont Pelerin, fundada en 1947 a iniciativa de Friedrich Von Hayek, a la cual asistieron economistas muy reconocidos entre quienes se encontraba Milton Friedman. Los unió su temor a la expansión gubernamental, en particular del Estado de bienestar. Su idea fue promover una cruzada intelectual contra lo que llamaron el peligro del colectivismo de la posguerra. Ahora, existe una corriente intelectual que revisa los fundamentos teóricos y la consistencia de los posteriores desarrollos de ese pensamiento.

En México también la discusión sobre las políticas públicas en torno al crecimiento económico y la lucha contra la pobreza y las desigualdades ha estado presente, pero de tiempo en tiempo toma nuevos bríos.

Francisco Suárez Dávila.

En las últimas semanas he tenido la oportunidad de compartir diversos foros con mi estimado amigo Francisco Suárez Dávila, quien es uno de los principales estudiosos de las políticas del desarrollo en México. Desde su perspectiva, México requiere volver a articular un esquema de Estado desarrollista, que logre elevadas tasas de crecimiento económico que permitan un combate eficaz a la pobreza y a las desigualdades al estilo de los casos de éxito de las economías emergentes de Asia–Pacífico. Agrega que este esquema debe ser incluyente y sustentable desde la perspectiva ambiental.

Suárez Dávila critica lo que él denomina, al igual que otros autores, la etapa del estancamiento estabilizador en el que se han logrado bajas tasas de crecimiento del PIB; con un todavía sensible incremento de la población, lo cual ha dificultado la reducción de la pobreza y al igual de lo que sucede en el ámbito global se han exacerbado las desigualdades. En contraste señala el éxito del desarrollismo mexicano (1933-1973), periodo en el que el producto creció a un promedio anual del 6 por ciento. En este periodo es importante enfatizar el “desarrollo estabilizador” (1954-1970) en el que además de un elevado crecimiento de la economía, este objetivo se logró con estabilidad de precios. Suárez cita el debate que se dio desde los años treinta del siglo pasado entre los liberales estabilizadores: Gómez Morin, Palacios Macedo y Montes de Oca con los desarrollistas keynesianos, artífices del crecimiento acelerado como Eduardo Suárez, Ramón Beteta, Carrillo Flores y Ortiz Mena. El debate se ha reproducido en el país en diversas etapas de su desarrollo. Añade Suárez el pensamiento renovado de la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL) en esta discusión para resaltar la necesidad de atajar la creciente desigualdad en el mundo, en América Latina y desde luego en México.

Asimismo, retoma la crítica de la CEPAL a la política macroeconómica dominante centrada en el combate a la inflación, para postular la importancia de la inversión de largo plazo, así como la centralidad de la política industrial. De esta forma, plantea los postulados básicos para acelerar el crecimiento y combatir la desigualdad en el país.

Desde mi perspectiva, si bien coincido con parte de los argumentos de Francisco Suárez Dávila, en particular en el aspecto de que el modelo de desarrollo en México debe ser mucho más incluyente, me parece oportuno añadir algunos aspectos a la discusión de las políticas del desarrollo en el mundo y en México.

En primer término, es importante tener siempre presente la dimensión demográfica. Nuestro país tenía 13 millones de habitantes en 1900, actualmente al inicio de 2018 somos casi 130 millones de personas y en 2050 en un escenario intermedio pasaremos de 160 millones. Un fenómeno similar se da en el mundo, ya que transitamos de 2 mil millones de gentes en 1900 a cerca de 7 mil 600 millones en 2018 y llegaremos a 10 mil millones en 2050.

Otro aspecto fundamental es el relativo a la creciente destrucción de la naturaleza y el ambiente global. Hemos rebasado de alguna forma todos los “límites naturales del planeta”. Estamos perdiendo la batalla contra el cambio climático. Por lo anterior, requerimos de un nuevo enfoque que evite que la actividad industrial continúe destruyendo el planeta. Por último, en el caso de México es fundamental buscar el desarrollo sustentable con pleno respeto al Estado democrático de derecho.