Si bien el tema de los terremotos de septiembre pasado ya no es noticia y pocos medios le dan seguimiento, a la fecha hay gente que sigue durmiendo a la intemperie a pesar de las bajas temperaturas que han asolado al país; hay gente que padece hambre porque la actividad económica no se ha restaurado y porque reconstruir es muy caro; hay estudiantes que no tienen escuela; hay hospitales, como el de Juchitán, que han tenido que ser desalojados, cuyos médicos y enfermeras no reciben su paga por haberse atrevido a denunciar la situación. Si los medios no hacen eco, la mayoría de la población no se entera ni sigue participando, finalmente “ojos que no ven, corazón que no siente”, y en el fondo muchos decimos: “para algo deberían servir nuestros impuestos”, que no parecen aplicarse a lo que están destinados.

Aquí quiero llamar la atención sobre un caso peculiar, el poblado de Río Pachiñe, San Juan Guichicovi, Oaxaca. Está situada en el Bajo Mixe (Ayuujk), cercano a la Universidad Ayuk del Sistema Universitario Jesuita, a quien aquí hago un llamado especial de apoyo. Su población, mayoritariamente indígena, es de 1,236 personas, entre ellos 552 menores de edad y 673 mujeres. El terremoto cimbró los cimientos de la meseta creando grietas en la tierra y deslaves que arrastraron casas y árboles. La tierra de Río Pachiñe es una buena tierra, pero no es sólida. Durante el periodo de bonanza los habitantes del poblado construyeron con concreto, en un afán de mejora ilusoria, y pavimentaron algunas calles. No esperaban que el terremoto les moviera el suelo, el subsuelo y, quizá, la conciencia. No sabían que la tierra se abriría con grietas que luego desgajarían el asentamiento. Cuarenta casas se desbarrancaron. Y, sí, recibieron sus tarjetas para reconstruir. Y, sí, vendieron sus cosechas que se agotaron ante lo que hay que enfrentar. Porque las hendiduras en su tierra les hicieron preguntarse qué otro peligro les acecha. Los estudios han mostrado que la próxima temporada de lluvias abrirá las grietas que la arcilla ya no cohesiona: el pueblo entero podría deslavarse por 5 pendientes que lo acechan. ¿Cómo reconstruir en un lugar que no ha sido apuntalado con muros de contención? ¿Mudarse cómo, a dónde? No es el paraíso, simplemente es su habitación en el mundo, es el lugar donde yacen sus muertos.

El ingeniero Raymundo Lucero ha hecho estudios del suelo, no hay de otra: para quedarse ahí hay que construir algunos muros de contención, recurrir a ecotecnias y levantar casas de mínimo peso. Se necesita la imaginación interdisciplinaria y alternativa de arquitectos, ingenieros, ecotecnólogos. Lucero busca los recursos para financiar los muros de contención para levantarlos antes de abril, antes de las amenazantes lluvias. Mientras, la gente que perdió su hogar sufre de hambre y frío a pesar del apoyo comunitario y de organizaciones civiles como el centro por los derechos de la mujer Nääwiin (https://www.monitor.com.mx/3194740/centro-para-los-derechos-de-la-mujer-naaxwiin-a-c/). El tiempo apremia. La población necesita apoyo inmediato para subsistir. El dinero y los donativos en especie pueden enviarse a la A. C. Nääwiin. En FB buscar: Centro para los Derechos de la Mujer Naaxwiin A.C.

Además, opino que se respeten los Acuerdos de San Andrés, que se investigue Ayotzinapa, que trabajemos por un nuevo Constituyente, que recuperemos la autonomía alimentaria, que revisemos las ilusiones del TLC, que defendamos la democracia.

Fotografía de Raymundo Lucero.

@PatGtzOtero