Si algún insensato pensara, casi al completar la segunda década del siglo XXI, que no debe tomarse en serio a las mujeres en cuestiones del Poder en su más alta acepción del término –como por ejemplo gobernar Alemania–, esa persona no es de este mundo. Lo que acaba de llevar a cabo Angela Merkel –née Angela Dorothea Kasner, Hamburgo, República Federal de Alemania, 17 de julio de 1954–, no es una proeza común ni de hombres, ni de mujeres, ni alemanas ni de ninguna otra parte del planeta.

La canciller germana “puso la pica en Flandes”. De una vez y para siempre echó por tierra la creencia de que las mujeres como género, no como individuos, quedaban excluidas del poder por definición. Si logra cumplir completo el contrato entre los dos grandes bloques políticos de la República Federal de Alemania (Bundesrepublik Deutschland), –la Unión Cristiano Demócrata de Merkel, CDU y CSU y la socialdemocracia de Martín Schulz, SPD–,  cumpliría 16 años como Jefa del Ejecutivo, algunos afirman que esto sería demasiado. Solo su mentor y antecesor, Helmut Kohl, tanto en el liderazgo conservador como en la cancillería, logró tal longevidad. Definitivamente, doña Angela Merkel no es cualquier personaje. Ya pasó a la historia de su país y del mundo. Después de la estrepitosa derrota de Hillary Rodham Clinton en la Unión Americana, a manos del mentiroso, barbaján, machista y racista Donald Trump, en las elecciones de 2016, los triunfos de la germana ojiazul, la políglota doctora en química cuántica, demuestran que no todas las féminas son comparables a Medusa, ni tampoco todos los políticos son Perseo que puedan decapitarla. El caso de doña Angela Merkel es de celebrarse.

El hecho es que tanto la canciller como el dirigente socialdemócrata han dado una lección de política pragmática, equivalente al sacrificio propio en aras del interés común, con el riesgo, incluso, de perder apoyos. Merkel ha reconocido que tuvo que hacer “dolorosas concesiones” –las carteras clave de Finanzas, de Relaciones Exteriores y la de Trabajo y Asuntos Sociales entre otros– y se enfrenta a un conato de rebelión en su partido por haber cedido tanto a los socialdemócratas. A su vez, Schulz, en una decisión fuera de serie, hizo a un lado su propio beneficio por medio de un comunicado poco común: “Renuncio a entrar en el Gobierno alemán y espero al mismo tiempo de todo corazón que con esto se termine el debate en el seno del SPD”. Gestos como este pocas veces se dan en el mundo de la política.

Por cierto, varios de sus compañeros de partido le reconocieron el gesto. Hasta la combativa Andrea Nahles, jefa del grupo parlamentario, dijo: “Sabemos qué difícil ha sido para él tomar esa decisión. Eso demuestra una considerable talla humana”. Asimismo, el secretario general del SPD, Lars Klingbell, destacó que Schulz antepuso los intereses del partido a su propia ambición por ocupar ese puesto –la cartera de Exteriores–, en el que pensaba trabajar con el “objetivo prioritario de impulsar la política europea, lo que merece nuestro respeto”.

El caso es que el líder saliente del Partido Socialdemócrata alemán (SPD), tuvo que pagar cierta novatez política de “buena fe” que lo condujo por un intrincado laberinto muy difícil de sortear. Primero se le acusó de que el SPD obtuvo los peores resultados electorales desde 1949, aunque la verdad poco podía haber hecho para evitar la derrota prevista por las encuestas desde la presidencia de su antecesor en el cargo y ministro de Exteriores, Sigmar Gabriel. Luego, inicialmente se negó a reeditar la Gran Coalición dirigida  por la canciller Merkel, aunque fue convencido de lo contrario por el presidente alemán, Frank-Walter Steinmeier, por razones de Estado y para evitar nuevas elecciones. Y entonces la bestia somnolienta de las bases del SPD se despertó.

No importó que Schulz hubiera logrado el mejor acuerdo de coalición posible para un partido que sólo habría logrado el 20,5% de votos en las elecciones que tuvieron lugar hace 147 días, mismos que Alemania lleva sin gobierno. Para el sector más izquierdista del SPD, y sobre todo para las juventudes (Jusos), no importa el contenido del acuerdo, sino el acuerdo en sí. La presión interna sobre el líder aumentó hasta volverse insoportable, aunque ya había anunciado el mismo día que cerró el acuerdo con Merkel que cedería la presidencia del SPD a la combativa Andrea Nahles. No fue suficiente. Las fieras querían más. La suerte de Schulz, como la de Julio César, estaba echada: “Alea jacta est”.

Ahora, a varios líderes socialdemócratas germanos no les interesa tanto el futuro de las personas (por ejemplo el de Martin Schulz), sino el del SPD y la votación que tendrá lugar en pocas semanas. Así, el jefe de los Jusos, Kevin Kühnert, promotor de la campaña del “no” a la Gran Coalición, ha invitado a todos los que reniegan de ese formato de gobierno, a afiliarse al SPD para reforzar su propósito.

Al momento de escribir este reportaje se tenía conocimiento que respondieron al llamamiento un total de 24,000 personas desde principios de año, lo que elevó el censo del SPD a 463,723 militantes. Para que la Gran Coalición III sea una realidad, el pacto debe superar aún un trámite espinoso. La lista nominal, buena parte de ella contraria a la alianza entre Schulz y Merkel, deberá dar su visto bueno al acuerdo, en una consulta vinculante que tendría lugar el próximo domingo 4 de marzo.

Para los detractores de esta medida, que no son pocos, solo queda el “derecho al pataleo” y la pregunta de cómo es posible que el destino del Gobierno de Alemania –una democracia representativa con 81,5 millones de ciudadanos–, quede en manos de poco menos de medio millón de militantes socialdemócratas, de los que muchos no cumplen con los requisitos para votar. Para afiliarse al SPD no hay que ser mayor de edad, ser alemán, ni quiera residir en el país. Basta con tener 14 años de edad (sic) y pagar la cuota mensual del partido (tal cual).

Respecto a las consecuencias en la centro derecha de la CDU –donde cunde el descontento por las concesiones de Ángela Merkel al SPD para sacar adelante la Gran Coalición tiene cada vez más resonancia–, “empieza a haber agua hirviendo por todas partes”, según dijo el líder de las nuevas generaciones, Paul Ziemiek.

El miércoles 7 de febrero, los líderes firmantes elogiaron el acuerdo de entrada titulado: “Un nuevo comienzo para Europa. Una nueva dinámica para Alemania. Una nueva solidaridad para nuestro país”; en el documento, el fortalecimiento de Europa figura como prioridad. Ángela Merkel, en una rueda de prensa conjunta con Schulz y con el líder de la CSU bávara, Horst Seehofer, dijo: “Este acuerdo es la base del Gobierno estable que necesita nuestro país y que el mundo espera”. Schulz, a su vez, afirmó: “Este acuerdo supondrá un cambio fundamental en el rumbo de Europa y Alemania ejercerá de nuevo un liderazgo y un papel constructivo”.

Las crónicas periodísticas que cuentan la forja de la “nueva gran coalición” hace tiempo no aparecían en los medios alemanes y europeos. No era para menos. La enviada española Ana Carbajosa escribió: “El martes (6 de febrero) por la noche expiaba el plazo. A los dos grandes partidos alemanes, el centro derecha y la socialdemocracia se les acababa el tiempo para alcanzar un acuerdo de Gobierno. Si no, la crisis política alemana corría el riesgo de entrar en una fase aguda, después de cuarto meses sin Ejecutivo en el epicentro del poder europeo. Los negociadores llevaban desde las diez de la mañana encerrados en la sede de La CDU, el partido de la canciller, Ángela Merkel, en Berlín. El reloj marcó la medianoche del martes, pero el acuerdo seguía sin llegar. El miércoles salió el sol, y no había todavía noticias. La preocupación en todo Europa era patente. A las 9,45, por fin, las alertas de los medios cantaban victoria. Había acuerdo de gran coalición”. Ángela Merkel podría empezar su cuarto mandato.

Agrega Carbajosa: “Aquella noche, algunos políticos durmieron tirados en el suelo, otros se pelearon. Hubo gritos y también silencios interminables…La noche Groko (el acrónimo en alemán de la gran coalición), fue un Gran Hermano político, en el que los primeros espadas pelaron a brazo partido por los ministerios más suculentos…Lo que probablemente no sospechaban los líderes aquella mañana, en la que agotados cantaron victoria, es lo que vendría después. Que de vuelta a casa, sus partidos se iban a rebelar contra un reparto que corre todavía el riesgo de saltar por los aires”.

Por bien de Ángela Merkel, de Alemania, de la Unión Europea, y del mundo. Ojalá y no. VALE.