Los escarceos preliminares han comenzado. A unos días del término formal de la fase de precampañas, el uso y abuso de las encuestas para incidir en el ánimo de los electores rumbo a las elecciones,  inició con el cinismo y la desvergüenza de quienes —casi todos— han manipulado esta herramienta y vuelven a las andadas sin importarles el descrédito que arrastra su amañada utilización.

La utilización en nuestro país, en materia electoral de la estadística mediante cuestionarios para sondeos de opinión y encuestas, comenzó a finales de los años setenta y luego creció hasta límites inimaginables, al grado de pulular encuestadoras patito, dispuestas a inventar todo, desde cuestionarios y sus requisitos, manipulación de cifras y bases de datos y un largo etcétera. La cosa llegó a tal grado que hoy no son confiables, y el imaginario popular dice de ellas, parodiado la frase de Zapata, que las encuestas son de quien las trabaja.

Es cierto también que existen casas encuestadoras serias, que cuidan su prestigio, pero como la gente, en general, ni cree en ellas, le disgusta o le causa desconfianza contestar o las repudian, aun los ejercicios serios han terminado por no ser confiables. El viejo lugar común de que son solo la fotografía de un instante, ya ni siquiera puede sostenerse.

Una encuesta seria a escala nacional debe tener una intensidad de muestreo muy alto para ser representativo, ser directo o combinado con llamadas telefónicas, abarcar todos los estratos o deciles de edad, género, ingreso, residencia, militancia y múltiples variables adicionales. El cuestionario no puede ser inductivo y todos los detalles metodológicos deben acompañar los resultados; esto es, la encuesta seria tiene que ser acompañada de su correspondiente nota metodológica.

Otra cosa es un mero sondeo de opinión de alcances más cortos y generalmente aplicados a un universo predecible, un poco lo que están haciendo algunos medios de comunicación entre sus lectores o suscriptores.

Y suponiendo que no existieran intereses mezquinos, es claro que si realizáramos una encuesta en Ciudad Universitaria, solo entre el alumnado y el turno matutino, los resultados serían diferentes si incluimos a los académicos y a los trabajadores y al turno vespertino. Eso considerando un muestreo de intensidad representativa. Ahora imagine el público lector los resultados de una encuesta entre los habitantes de Iztapalapa y los de Lomas Virreyes. O que contestan nuestros conciudadanos que viven en Tijuana, respecto de los que habitan en Chetumal. Los jóvenes o los de provecta edad. En fin, el tema da para mucho.

El caso es que las encuestas —o lo que dicen ser encuestas— y los sondeos de opinión se usan como mera propaganda electoral y con base en presentar resultados inverosímiles han perdido absolutamente toda credibilidad. En los próximos días, veremos cualquier clase de gráficos, resultados y cada candidato irá ganando en sus respectivas encuestas. Olvidan que recientemente el uso y abuso de estas demostraron su inoperancia con las votaciones para decidir la salida de Inglaterra de la Unión Europea, conocida como el brexit, el proceso de paz en Colombia o los resultados de la elección en Estados Unidos de hace un año.

Los electores mexicanos no son tontos, los únicos engañados serán los candidatos o sus partidos. Ya no comulgamos con ruedas de molino.