La reforma tributaria trumpiana ha sido considerada como uno de los tres mayores retos que enfrenta México en 2018, junto con el complejo proceso electoral y el desenlace de las negociaciones del TLCAN. Desde luego, la reforma no tiene la misma importancia que los otros, pero sí tiene efectos no solo sobre nuestro país, sino sobre la economía mundial: cambia la estructura de la fiscalización, la competitividad de las empresas, los flujos de capital y de inversión extranjera. Muy importante es el efecto sobre la situación política del gobierno de Trump y de la economía americana. Examinaremos sus efectos sobre México y posibles reacciones de política.

Efectos sobre Estados Unidos. Es el mayor éxito político logrado por Trump en su primer año de gobierno. Posiblemente alivia las presiones para hacer algo perverso. Con su acostumbrada modestia lo plantea como “la mayor reforma en la historia de su país”. Obviamente no es cierto. Su principal rasgo es que disminuye la tasa de impuesto sobre la renta a las empresas de 35 a 21 por ciento, en que, es cierto, Estados Unidos tenía una de las mayores tasas a escala mundial; promueve una tasa favorable a la repatriación de utilidades sobre las cuantiosas tesorerías, 2.5 billones de dólares, que las empresas tienen “estacionadas” en el exterior; eleva el piso por encima del cual los más ricos pagan impuestos sucesorios, de 4 a 11.2 millones de dólares; baja ligeramente la tasa máxima a las personas físicas de 39.6 a 37 por ciento, y duplica el piso por encima del cual las personas empiezan a pagar impuestos de 6,500 a 12,000 dólares; o sea, $240,000 pesos.

Es evidente que los que resultan más beneficiados son los más ricos y las empresas, aumenta su competitividad, eleva al menos en el corto plazo el crecimiento de Estados Unidos, ya de por sí alto, y aumentan las repatriaciones de capital, y más empresas regresarán o se establecerán en Estados Unidos con las ventajas fiscales que aporta, lo cual ayudará a acrecentar el empleo; en suma, casi todos los objetivos que Trump busca en su estrategia general de gobierno.

Sin embargo, tiene efectos negativos y contradictorios que se evidenciarán en el paso del tiempo. La reforma tiene un costo de 1.5 billones de dólares en 10 años, se eleva la deuda pública, ya de por sí alta, 77 por ciento del PIB; aumenta más o menos en el mismo monto el déficit fiscal. El mayor crecimiento incide, por una parte, en mayores importaciones, por lo que aumenta el déficit comercial, que Trump desea evitar. Puede aumentar el sobrecalentamiento de la economía y las presiones inflacionarias, por lo que la Reserva Federal puede incrementar la tasa de interés, como ya amenazó. Uno de sus logros más publicitados, la Bolsa de Valores sufrió una estrepitosa e inesperada caída.

Efectos sobre México. A corto plazo tiene efectos positivos, como ya lo reconoció el FMI, que aumentó su estimación de nuestro crecimiento para 2018 a 2.3 por ciento, proliferan las exportaciones y el turismo. Por el lado negativo, hay una posible reorientación de la inversión extranjera directa y relocalización de matrices en Estados Unidos, posible repatriación de tesorerías. México tendrá que realizar aumentos de tasas de interés defensivas para frenar salidas de capital; refuerza presiones mundiales de disminuir impuestos sobre la renta de empresas. 

Reacciones y soluciones de política para México. Diversos líderes empresariales, académicos, han planteado la urgencia de adoptar medidas espejo, como la de reducción de ISR sobre empresas, y dar estímulos a la inversión para preservar nuestra competitividad. Me parece que sería un error, sería apresurado e inconveniente.

Es necesario advertir más allá de los efectos sobre las expectativas, cuáles son las reacciones concretas de los agentes económicos, nacionales y extranjeros. Hay estimaciones que, antes de las reformas, la tasa empresarial efectiva era en Estados Unidos de 18 por ciento; en México de 12 por ciento, o aún más baja. La reforma establece que ya no pueden deducirse los impuestos locales sobre el ingreso que hay en los grandes estados demócratas, Nueva York o California, que son altos, 8 por ciento. Nuestras tasas de interés de más de 7 por ciento son casi el triple de los de allá. Sobre todo, no parece que la diferencia de impuestos sea el mayor incentivo a la inversión en México, sino los más bajos salarios, las ventajas de localización, los estímulos que dan estados y municipios; las cadenas productivas, en el contexto del TLCAN, que tienen otra lógica distinta.

Por otra parte, parece poco realista actuar en el actual periodo legislativo (febrero-abril), en pleno proceso electoral; medidas administrativas, tipo miscelánea fiscal, serían un mero “parche”. Por otro lado, carecemos de espacio fiscal. Es difícil encontrar cifras oficiales que distingan la recaudación del ISR de personas físicas de la de empresas, pero se estima que la recaudación es de alrededor del 3 por ciento del PIB en empresas. Si redujéramos la tasa del 30 al 20 por ciento, perderíamos 1 por ciento del PIB. Habría que encontrar cómo compensarlo; difícil en etapa electoral.

Habrá que esperar cómo concluyen las negociaciones del TLCAN y también quién gana las elecciones. Andrés Manuel López Obrador ha dicho en su programa que no meterá más impuestos, ni elevará tasas; es decir, hará magia para financiar sus programas.

La verdad es que cualquier nuevo gobierno requerirá una solución de fondo, una reforma fiscal integral, necesaria para fortalecer la hacienda pública, pero sobre todo, para generar recursos para crecer más rápidamente, con mayor inversión pública en infraestructura, y para hacer reformas sociales que requerimos. No se trata de una miscelánea cosmética. En ese contexto, sí debemos advertir que la reforma de Trump se ubica en una tendencia, dentro de los países más avanzados de la OCDE, para bajar el impuesto sobre los ingresos de las empresas. El promedio en 2000 era 32 por ciento, pero en 2016 fue de 24.7 por ciento; las tasas en Irlanda bajaron a 12 por ciento; en Gran Bretaña, 20%; en Suecia, 22 por ciento. Tenemos que ser competitivos, aunque haya otros factores. En el contexto de una reforma integral, tendremos que encontrar compensaciones en otros impuestos y gasto.

En conclusión, los efectos de la reforma de Trump son todavía inciertos. México no puede sobrerreaccionar. Pero este tema será fundamental para la agenda del nuevo gobierno y para el paquete económico, que tendrá que instrumentarse en el presupuesto de 2019. Lo cierto es que el Sr. Trump nos sigue creando problemas, ¡por si hubiera pocos!

Exembajador de México en Canadá

@suarezdavila