Hace poco, llegó a mi teléfono celular un video donde aparece el filósofo español Antonio Escohotado diciendo lo que debe entenderse por educación.
“Un país —dice el ensayista— no es rico porque tenga petróleo o diamantes. Un país es rico porque tiene educación. Educación significa que, aunque puedas robar, no robas…”
En cambio, para el precandidato presidencial de Morena, Andrés Manuel López Obrador, educación es llevarse a la exdirigente magisterial, Elba Esther Gordillo —uno de los máximos símbolos de la corrupción política nacional—, a su partido.
¿Que la maestra Gordillo no está en Morena? Sí que lo está, y de la mejor manera. Más tardó en ser excarcelada, acusada de desvío de recursos y lavado de dinero, que en volver a dedicarse a lo que sabe hacer: agitación y manipulación política. Activismo que ejerce dentro del Sindicato Nacional de Trabajadores de la Educación para tirar a la actual dirigencia y convertir esa organización en una maquinaria electoral a favor del tabasqueño. Una convicta, desde su prisión domiciliaria, pretende alterar el proceso electoral mediante tácticas golpistas.
Esa es la razón por la que un juez federal restringió visitas y llamadas a la exlíder. La Procuraduría General de la República sustentó la petición con el muy válido argumento de que la señora aún tiene influencia moral sobre el gremio y “podría desestabilizar la paz y la seguridad del Estado mexicano”.
Así como en el proceso electoral de 2006 ordenó a los gobernadores del PRI y a los maestros de su sindicato salir a votar por Felipe Calderón para aniquilar en las urnas a Roberto Madrazo, hoy, su yerno y nieto son los operadores electorales para que el magisterio —que todavía le es leal— vote por López Obrador.
La maestra ha vuelto a las andadas. Además de las dolencias físicas que la aquejan, la enfermedad más grave que padece se llama venganza. Gordillo jamás perdonará al PRI y menos, por supuesto, a Enrique Peña Nieto, de haber puesto en entredicho el mito de su indestructibilidad.
Con ese espécimen de la política nacional, protagonista de una de las páginas más oscuras de la historia del magisterio, causante directa, junto con los líderes de la Coordinadora Nacional de Trabajadores de la Educación, de la mediocridad educativa en el país, es con quien se ha asociado López Obrador para ganar la elección.
Muy al estilo de esa moral espuria que lo distingue, López Obrador declaró el 6 de febrero que René Fujiwara Montelongo y Fernando González Sánchez, nieto y yerno de la maestra, no tendrían cargos en Morena. Y remató con un “no, no, no. Nosotros no luchamos por cargos, luchamos por ideales y principios para transformar el país”.
Fujiwara y González lo que menos necesitan son cargos, y lo que sí les sobra es dinero para movilizar a muchos maestros que le deben a Gordillo lo que tienen. Y lo que tiene la maestra, la docente más rica del planeta, tiene un solo origen: el saqueo que hizo de las arcas públicas y de las cuotas del gremio magisterial.
Lo que nunca ha precisado López Obrador a los mexicanos es cuáles son esos valores y principios que lo inspiran. Si se identifica con un personaje que utilizó la educación pública para enriquecerse y corrompió a los maestros para que le sirvieran a ella y no a los niños de México, entonces, adivinamos el tipo de principios que mueven al señor López Obrador.
Por cierto, López Obrador acepta en su partido a Gordillo, insisto, encarnación suprema de la corrupción política mexicana; también busca amnistiar a los jefes de los cárteles de la droga; para decirlo con menos eufemismo, a criminales, asesinos, secuestradores, tratantes de mujeres y niños, pero llama “matraquero” al secretario de la Defensa Nacional, Salvador Cienfuegos, por defender a las víctimas del crimen organizado.
Como alguien escribió: lo que menos se entiende es que ese señor siga arriba en las encuestas.