El joven doctor Gerardo Bustamante Bermúdez es de los pocos que no restringen su labor académica a investigar e informar, sino que fungen además como promotores activos de los autores que estudian. En los últimos años se ha entregado al estudio, rescate y promoción del poeta sonorense Abigael Bohórquez (1935-1996) que si bien ha sido promovido y publicado por los poetas Dionicio Morales y Mario Bojórquez, o el ensayista Sergio Téllez Pon, entre otros, sigue sin ocupar el puesto que su inmensa poesía le reserva al lado de otras voces intensas, poderosas y apasionadas como las de Efraín Huerta o José Gorostiza, por citar solo a dos.

“Un día, en un número de la revista La Palabra y el Hombre, de 1957, de la Universidad Veracruzana —dice Gerardo—, leí uno de los poemas más famosos de Bohórquez: «Llanto por la muerte de un perro». Fue una revelación por la potencia dramática, la capacidad para hacer una poesía cruda que fuera una alegoría sobre la crueldad humana. En ese momento supe que quería seguir buscando poemas del autor y la decepción fue que sus libros no estaban en librerías ni en bibliotecas de la Ciudad de México. En las antologías de poesía nacional de los años sesenta y setenta, no estaba su nombre; tampoco en las historias de la literatura mexicana. Fui consiguiendo poco a poco su obra poética, casi toda en fotocopias. Descubrí también su teatro y en esas indagaciones tuve la sospecha de que no se le difundía porque era un artista adelantado a su tiempo, que hablaba de temas muy incómodos para la oficialidad”.

Huelga decir que Gerardo jamás escuchó una sola alusión a Bohórquez durante su etapa formativa, desde la licenciatura hasta el posgrado. Asumirse homosexual en un medio tan homofóbico como el que se vivía en Sonora en la década de los setenta —todavía en los noventa eran comunes y hasta justificados los crímenes por homofobia— y hacerlo a través de la poesía, en la que otros poetas de la misma condición omitían el género del sujeto al que le declaraban su amor, fue la más clara muestra de hombría de aquel poeta de quijotesca silueta y voz templada y hermosa.

“En la época en que Bohórquez trabajó en Relaciones Exteriores (1965–1970) —evoca Gerardo—, sus textos poéticos y dramáticos se vuelven más virulentos respecto de su producción anterior y eso me llama la atención. La injustica, las desigualdades sociales, los grupos culturales y sus prebendas son asuntos que lo decepcionan y por eso construye una carrera poética independiente. Para mí la noción de grupo en la historia de la poesía nacional se justifica en función de instaurar un poder. La crítica literaria en México tiene la costumbre de agrupar a los escritores y me parece que es un procedimiento errado. Bohórquez obtuvo algunos premios regionales, estatales y nacionales, pero justamente su compleja relación con el poder cultural lo hizo acreedor al silencio. Ejercer la libertad tiene sus consecuencias en una sociedad como la nuestra y por eso admiro su vida y obra, que en estricto sentido son un testimonio personal y poético, a la vez que un testamento”.

“En cuanto a su obra dramática —agrega Gerardo—, lejos estamos de la época de grupos como Poesía en Voz Alta. Ahí está el teatro poético de Bohórquez, pero sigue sin conocerse; están textos emblemáticos como Nocturno del alquilado y la tórtola, Caín en el espejo o La madrugada del centauro, que están a la altura del mejor teatro poético nacional. Solo encuentro comparación en calidad con el teatro de Elena Garro, autora de grandes vuelos. Bohórquez pertenece a la gran estirpe de dramaturgos como Rafael Solana, Sergio Magaña, Carlos Olmos o Luisa Josefina Hernández, pero pocos montajes se hacen también sobre la obra de estos escritores”.

Es secreto a voces —o no tanto— que Bohórquez sufrió un infarto al miocardio a unas horas de haber tenido una confrontación con un funcionario cultural sonorense de nombre Carlos Moncada Ochoa, que a los 86 años continúa exhibiendo una patológica —y muy aplaudida por el gremio periodístico y académico al que pertenece— misoginia y homofobia.

“Un poemario de Bohórquez como Navegación en Yoremito —dice Gerardo— es único en México, estéticamente tiene un valor inestimable, a pesar de que recibió tantos ataques, particularmente en Sonora, cuando bajo los cobardes seudónimos de «Inflalecio Truco» o «Gela Tina F» (que no era otro que Moncada). Pero quienes se esconden en anonimatos, así permanecen. La obra de Abigael ahí está y seguirá. A sus detractores no los leen ni en su casa”.

Gracias a Gerardo Bustamante, la actual administración del Instituto Sonorense de Cultura —que es la antítesis de la que le tocó padecer a Bohórquez— se encargó de publicar una bellísima compilación conmemorativa de los 80 años del nacimiento del autor, en 2016, Abigael Bohórquez.  Poesía reunida e inédita.

“Como investigador —dice Gerardo Bustamante—, me parece un gran acierto esa colección porque Sonora tiene grandes autores. Se hicieron tres mil ejemplares, se presentó en la sala Manuel M. Ponce del Palacio de Bellas Artes en la Ciudad de México y tuve varias invitaciones para ir a encuentros poéticos y festivales en treinta ciudades del país. El libro ha tenido bastante recepción entre el público lector y los nuevos lectores de Abigael. Ahí está el reconocimiento institucional que agradezco al maestro Mario Welfo Álvarez, director del Instituto, y también al maestro Josué Barrera, coordinador de ediciones y bibliotecas del mismo organismo”.

Gerardo Bustamante concluye diciendo que ha logrado despertar el interés por la obra de Abigael Bohórquez, que todavía en la actualidad sigue estando muy adelantada para la época.

@tintavioleta