María Alicia Martínez Medrano, fundadora y directora del Laboratorio de Teatro Campesino e Indígena, con sede original en Tabasco, falleció el pasado 2 de febrero en Mérida, Yucatán. La Enciclopedia de la Literatura en México de la Fundación para las Letras Mexicanas nos informa que la dramaturga y directora teatral nació el 24 de noviembre de 1937 en Obregón, Sonora. Teórica, difusora cultural, Martínez Medrano entregó su vida al Laboratorio de Teatro Campesino e Indígena, y su legado es amplio.
Una de las creadoras más viriles que he conocido en mi vida, a la maestra Medrano pude conocerla a mediados de 2000 y conversar con ella largamente sobre su obsesión más importante como directora escénica: Federico García Lorca, el poeta de quien Medrano había montado una emblemática Bodas de sangre con el Laboratorio de Teatro Campesino y que hizo historia, indudablemente, llegando a representarse en 1989 en Fuente Vaqueros, España “contando con el participativo entusiasmo de los habitantes de ahí y de las nefastas actitudes reaccionarias del público granadino”, rememoraba la directora.
Como un mínimo homenaje a la memoria de María Alicia Martínez Medrano rescato algunos fragmentos de aquella entrevista que giró, entre otras cosas, en torno al poeta; los lenguajes lorquianos, su vigencia y vinculación con la sangre campesina e indígena que lo levantó en escenarios naturales con enorme belleza, sugestividad y fervor, y que acentuó la pasión lorquiana de Medrano y su incisividad propositiva como creadora escénica.
—Maestra Medrano, cada vez que usted monta un espectáculo lorquiano, ¿qué espera del público?
—Que se les aparezca Lorca, que lo vean, que sientan la grandeza de ese hombre. Yo llevo a Lorca conmigo; hice el recorrido de toda su vida en Europa, desde su niñez cuando ya tocaba el piano, al tiempo en que hacía garabatos y escribía versos. Su madre era maestra, organizó una escuela. Y ahí, en Fuente Vaqueros, lugar de nacimiento de Federico hicieron una cosa impresionante: un Museo García Lorca. La mamá tenía tendencias comunistas y el papá era millonario, lo cual me impresiona aún mucho, porque quiere decir que Lorca no tenía necesidad de hacer una obra para ganar dinero…
—¿Desde cuándo surge su obsesión por Lorca?
—A los 19 años tuve en mis manos un escrito a máquina de Bodas de sangre, antes de que se recopilara su obra completa, y fundamentalmente me clavé en esta majestuosa tragedia. La monté en teatro cerrado y nunca me acabó de gustar porque Lorca se me antojaba mucho para hacerlo con actores indígenas y eso se volvió en mí otra obsesión. Cuando fui a Tabasco vislumbré todas las condiciones para escenificar a Lorca con esa versión que me daba vueltas en la cabeza. Pienso y pienso bien, con una gran locura, que estaba Federico viendo el proceso del montaje y eso no sé sin son sueños o sensaciones, pero esa fue mi percepción como directora. Y cuando comienzo a trabajar la obra, los jóvenes me dicen: “fíjese que esa tragedia la ha habido en muchos pueblos de aquí de Tabasco”.
—¿Cómo tomaron los actores la obra?
—Los jóvenes indígenas tomaron muy bien la obra, la analizaron muy bien. Las voces correspondían a lo que Lorca pedía. Violenté ciertas escenas, en el sentido teatral, contrastando muchos momentos. Consideré, por ejemplo, que la Luna —que es personaje importante— no hacía falta porque en todo el territorio escénico, cuando ves el ambiente arbolado y que de las sombras del bosque sale un personaje, estás viendo la noche y, afuera, intuyendo el día. La Luna dice gran cantidad de simbologías y que puede dar mucho trabajo interpretar. Uno no está esperando lo que el público piense de lo que se está creando, yo me preocupo porque el espectáculo sea atractivo. En primer lugar, por el elenco, que se enamoren de lo que están actuando, que salgan ahí todas sus voces, las internas y las externas, y Federico tiene muchas voces internas en sus símbolos. Tendríamos que corroborar escena por escena esa simbología que permite que cada obra de él pueda ser interpretada por cualquier gente de cualquier cultura del mundo.
—Hemos visto cualquier cantidad de interpretaciones lorquianas, la de usted, ¿podría asumirse como una versión indígena?
—La poesía de Lorca, sus imágenes, sus escenas, están hechas para que el mundo entero las entienda, por eso es un escritor clásico en lengua castellana y, por eso mismo, un defensor absoluto de las mujeres sojuzgadas. Muy pocas mujeres artistas se han atrevido a decir esto último; creo que soy la única —hasta ahora— que lo ha hecho deliberadamente. Grupos de mujeres me han criticado el porqué subrayo esa singularidad del sometimiento femenino en Lorca y yo sólo digo: hay que leer a Lorca, hay que ver las temáticas de sus obras. La gran mayoría inciden en lo mismo: el sometimiento de la mujer. Mariana Pineda, por ejemplo, es una pieza que describe la vida, desde la perspectiva femenina, en contra del franquismo. Y por eso, cuando escriben en un periódico, en 1989: “Tabasco tuvo el valor de presentar a Lorca nuevamente en España”, ¡cuando en España no se había vuelto a representar una obra de él!, siento una honda satisfacción. Y fue a partir de la presencia del Laboratorio de Teatro Campesino que se empezaron a hacer varias Fundaciones, ya con mucho respeto para Lorca, y es muy gratificante escuchar eso y saber que cualquier cultura puede interpretar a Lorca, con sus respectivos símbolos.
—Bodas de sangre, en el contexto indígena en que usted la concibe, ¿qué connotaciones políticas cobra?
—Lorca viene a demostrar que la pasión arrastra con absolutamente todo y que la mujer tiene derecho a esa pasión. Sumado a esto, mi mayor gratificación es que los indígenas hayan aprendido que existe el teatro, y que ellos lo pueden hacer impulsados por el espíritu con que tomen la obra; que la técnica teatral viene por añadidura, aprendiéndola a través de la biomecánica, fundamentalmente, y del manejo del escenario con música, danza y dominio de la voz.
—Para finalizar, ¿cree usted que el indígena sigue siendo marginado, relegado?
—Mientras sigamos teniendo gobiernos de derecha, sí. Debemos seguir trabajando por trece millones de culturas, sesenta y tres culturas de las cuales niega cuatro el gobierno. Pero a pesar de todo el olvido, la marginación, la violencia, las enfermedades, la explotación, las culturas indígenas siguen en pie. Los indígenas no tienen rencores, no tienen violencia, son diáfanos como la lluvia, sólo exigen sus derechos. Y son seres entrañables, yo me quiero morir entre los indígenas.
María Alicia Martínez Medrano, creadora escénica mexicana: ¡Descanse en paz!

