Muchos críticos que ignoran la historia literaria hispanoamericana han aplicado el término “posmodernista” sin saber que el posmodernismo es lo que hubo después del modernismo. En letras hispanoamericanas, el modernismo fue un movimiento ecléctico de fines del siglo XIX en que se involucraron autores como Rubén Darío, José Asunción Silva y Manuel Gutiérrez Nájera. En crítica e historia de nuestras letras, hablamos de “posmodernismo” para referirnos a autores que renunciaron al influjo parnasiano en pro del simbolista. Uno de los primeros fue el mismo Darío en Cantos de vida y esperanza y luego Enrique González Martínez, pero hay historiadores que también ubican a Lugones, López Velarde y a una faceta de Tablada.

Sin embargo, a lo que muchos se refieren hoy al usar el término “posmodernista” es a lo que se llama “arte posmoderno”. En este punto, lo primero que debo decir es que no creo en lo “posmoderno”. Me parece una farsa teórica y un afán de descubrir elementos ya existentes, para nombrarlos de un modo novedoso. Coincido con Paz cuando afirma que lo “posmoderno” es parte de lo moderno, es su continuación o de plano lo mismo, pero voy más lejos. Si leemos a teóricos de lo llamado “posmoderno”, sobre todo a Linda Hutcheon, nos percataremos de que los rasgos que esta teórica atribuye al arte y a la literatura “posmodernos” ya existían de una u otra forma en la antigüedad, sobre todo en épocas de crisis. Daré ejemplos, pero podrían multiplicarse.

Un rasgo de lo “posmoderno” es la hibridación genérica: hibridar, mezclar géneros hasta lograr algo casi indefinible. ¿Cómo definiríamos Los sueños de Francisco de Quevedo? ¿Un libro “posmoderno” del siglo XVII? Esto ocurre en muchas obras actuales: las de Roberto Calasso, Pierre Klossowski o muchos otros. La hibridación, incluso con fines paródicos, se encuentra en Arreola, muchos de cuyos textos son indefinibles, pero si nos vamos más lejos está en el Quijote, donde se mezcla realidad y ficción, hay novelas dentro de novela y otros géneros intercalados. En muchos escritores hay géneros ensayísticos y reflexivos intercalados en la novela o en un cuento largo. Otro rasgo de lo “posmoderno” es la parodia de discursos y géneros anteriores: invertir sus propiedades. Este fenómeno aparece en el Quijote, que parodia todos los géneros anteriores. Antes, en Gargantúa y Pantagruel, Rabelais hace una narración híbrida con largos discursos filosóficos, parodia géneros anteriores, se burla de la filosofía y mezcla realismo con fantasía. Si nos vamos más lejos, El Satiricón de Petronio (s. II), escrito en época de crisis, es una impresionante hibridación de géneros parodiados y además es satírico. Lo mismo sucede con muchos cuentos antiguos con secuencias argumentativas, como los de Luciano de Samosata. En el teatro de la antigua India, además de que había decenas de personajes, cada uno con un dialecto diferente, al principio a menudo estaba escrito en un diálogo lo que le decía el director a uno de los personajes sobre la obra que se representaría. En muchos textos de teatro, había teatro dentro teatro y juegos complejos que recuerdan a lo que siglos después harán Unamuno y Pirandello. Grandes experimentos de la actualidad no son sino retomar experimentos de la antigüedad. Valery y Darío renovaron la poesía francesa y española a base de tomar elementos medievales. Autores neobarrocos como Lezama toman del Siglo de oro para innovar.

La parodia de géneros anteriores y la hibridación de discursos ya existían. Los fenómenos existen y se han dado. Luego llega un crítico, les pone nombre y todo mundo lo repite, pero aún hay problemas y polémicas para definir textos de la antigüedad que se caracterizan por su hibridación de modelos discursivos. Puede experimentarse con el cuento. Como autor de cuentos, lo he hecho, pero la experimentación tiene un límite, y si se desborda puede producirse algo híbrido, como ocurre en Julio Torri, quien en Poemas y ensayos publicó textos ubicados entre el cuento y el ensayo. Muchos escritos de Baudelaire se mueven entre lo descriptivo, lo narrativo y lo argumentativo. Él les llamó pequeños poemas en prosa, pero hay también microcuentos. A veces las fronteras se diluyen, pero pueden identificarse los géneros. En las antinovelas francesas casi no hay acción: son más descriptivas y objetuales. El autor renuncia a ciertos cánones de la novela tradicional, pero fue un experimento fallido: no creó una escuela fuerte, sino que quedó como experimento, igual que las vanguardias. Los nuevos cánones son más limitados que los de la novela tradicional. Si deseamos llamarle “posmoderno” a los fenómenos híbridos, adelante. Por comodidad llamémosles como queramos, pero la verdad es que han existido siempre.