Carlos de Sigüenza y Góngora (1645-1700) es uno de los poetas más relevantes del siglo XVII; se le ha situado junto a Sor Inés de la Cruz (1648-1695), aunque no alcanzó la estatura de la autora de Primero sueño. Hijo de un asturiano, su madre provenía de una familia aristocrática; aun tenía parentesco con Luis de Góngora.
Los intereses y estudios de Sigüenza y Góngora fueron múltiples: sacerdote perteneciente a la Compañía de Jesús; impartió clases de matemáticas en la Real y Pontificia Universidad de México; a la edad de 38 años se convirtió en capellán del Hospital del Amor de Dios. Fue geógrafo y cartógrafo e historiador.
Fue sepultado en la iglesia del Colegio Máximo de San Pedro y San Pablo (en la actualidad, en la calle del Carmen esquina con San Ildefonso, en el Centro Histórico de la Ciudad de México), cuyo templo se convirtió en Sala de Discusiones Libres, siendo José Vasconcelos secretario de Educación (1921-1924), durante la presidencia de Álvaro Obregón (1920-1924).
Como poeta, Sigüenza es seguidor del autor de Soledades y Fábula de Polifemo y Galatea Luis de Góngora (1561-1627), signadas por el estilo culterano, de una estética inédita en su época; el rechazo al barroquismo dilatado propició que su poesía perdiera importancia entre los siglos XVIII y XIX; la Generación del 27 recuperó la significación histórica del poeta cordobés.

Panorámica de la antigua Basílica de Guadalupe.
Icónica figura
Tucán de Virginia y el poeta, ensayista y editor Víctor Manuel Mendiola nos entregan la segunda versión de Primavera indiana, poema sacro histórico (1680), escrito por Sigüenza a los 17 años; al poema en 79 octavas reales, lo antecede un profuso estudio introductorio de Mendiola; rigor y claridad coexisten en la narración: en sí mismo el texto es un ensayo pormenorizado sobre las circunstancias.
Esta edición incluye también “Cuatro poemas guadalupanos”, respectivamente, de Sor Juan Inés de la Cruz, Luis Sandoval Zapata (¿1618/1629?-1671), Alfredo R. Plascencia (1875-1930), y Ramón López Velarde (1888-1921).
Mendiola se propone acentuar y situar la importancia histórica de la noción del milagro del Tepeyac; asimismo nos entrega una prosificación de Primavera indiana, junto a breves sinopsis de cada estrofa.
La Virgen de Guadalupe es una de las figuras icónicas representativas de la cultura mexicana; al margen de los rasgos laicos de nuestra Constitución, el culto a la Virgen cada 12 de diciembre se mantiene vivo y masificado (en diciembre de 2017 llegaron más de cinco millones de feligreses a la basílica donde se le venera).
Sabemos de las polémicas históricas, desde el siglo XVI, alrededor de la Virgen del Tepeyac: es la pugna entre aparicionistas y antiaparicionistas, quienes aceptan o rechazan la veracidad del texto de Antonio Valeriano —colaborador de Sahagún, que Miguel León Portilla ha llamado filólogo nahua del siglo XVI— Nican Mopohua: Relato de las apariciones de Santa María de Guadalupe; quienes creen que la tilma es de algodón, contrario a quienes sostienen que es de ayate. Unos creen, asimismo, que la tilma era de Quetzalcóatl; otros, de Juan Diego.
Historia, literatura; oralidad y crónica; imaginario popular y tradición literaria se funden en el texto de Mendiola: “Rodrigo Martínez Baracs —dice— ha explicado cómo fue posible que la primera representación colocada en el cerro del Tepeyac tuviese su origen en un regalo del Lic. Alonso de Zuazo a nobles indígenas”, quien observa que cuando Cortés abandonó, en su viaje a Las Hibueras (1524-1526), encargó la autoridad mayor a Zuazo, a quien se acercó una comitiva de sabios mexicas (tlamatinime) para lamentarse por “la destrucción de sus imágenes religiosas”.

Sigüenza y Góngora, geógrafo, cartógrafo e historiador.
Creencias, cronologías, vida cotidiana
En 1525, los franciscanos, a decir del propio Cortés, ordenaron la demolición de templos e imágenes “impías”. Zuazo reconoció las devociones nahuas y les dio “una imagen de la Virgen de la Iglesia Mayor”. Martínez, investigador del INAH, concluye que esa imagen se colocó “en la cima de la pirámide más alta en Tlatelolco y después negociaron con los franciscanos para trasladarla al Tepeyac”.
Hacia 1530, según observó Edmundo O’Gorman, se erigió una ermita consagrada a la Virgen María, que ocupó el lugar de una antigua diosa. Hacia 1556, el arzobispo dominico Alonso Montúfar ofreció un sermón exaltando el culto guadalupano, aunque fue cuestionado por el franciscano Francisco de Bustamante; la discusión dio lugar al interrogatorio llamado Información por el sermón de 1556; una década después Felipe II supo de una cofradía y una iglesia guadalupanas, décadas después se construyó la Calzada de Guadalupe.
En 1622, el arzobispo Juan Pérez de la Serna convirtió la ermita en santuario, y debido a las inundaciones, siete años después, la imagen del cerro del Tepeyac se trasladó a la plaza principal de la ciudad, a la Catedral. En 1634 la imagen regresó al templo original.
Víctor Manuel Mendiola agrega que al exaltar la figura de Felipe de Jesús (1572-1597), quien murió martirizado en Nagasaki, anuncia una suerte de evangelio guadalupano. (“…eres tú, Patria mía, una mujer portento que vio Juan en términos del cielo”.) y así sucesivamente se sumaron los documentos, panégiricos, poemarios alrededor de la Virgen. El fanatismo creció.
Un año después de la muerte de Sor Juana Inés de la Cruz, la construcción de la primera Basílica de Guadalupe comenzó, poco después murió Sigüenza y, finalmente, el magno recinto se terminó de edificar en 1709.
Creencias, cronologías, vida cotidiana, procesos literarios, estilos, generaciones de ilustrados son descritos por Víctor Manuel Mendiola; relaciona el culto, la saga poética en torno a la Virgen y lo relaciona con la ciudad y su historia; claro, también con Primavera indiana: “…es imprescindible anotar que, en términos líricos, Primavera indiana está presidida por varios acercamientos poéticos a la Virgen de Guadalupe”. La tradición de los cronistas de Indias está presente del mismo modo que hay huellas de la Grandeza mexicana (1604) de Bernardo de Balbuena (1562-1627).
El viaje inmóvil: Primavera indiana de Carlos de Sigüenza y Góngora; estudio, prosificación y notas de Víctor Manuel Mendiola; ilustraciones de Carmen Parra, México, Tucán de Virginia-Secretaría de Cultura, 2016.

Segunda versión de Primavera indiana.