Por J. M. Servín

 

[su_dropcap style=”flat” size=”5″]L[/su_dropcap]a industriosa Birmingham genera pobreza y es un hervidero de bandas criminales chinas, judías, gitanas, italianas y por su supuesto, inglesas. Violenta, estratificada y cruel con los pobres. Es el hogar de los Peaky Blinders, familia de origen romaní dedicada a las apuestas ilegales, la extorsión y el contrabando. Aman los caballos y fuman, consumen alcohol, opio y cocaína (le llaman “Tokio”) en cantidades dignas de la ciudad que los cobija. Birmingham fue la locomotora de la Revolución Industrial y fue conocida como “el taller del mundo” o “la ciudad de los mil oficios”, entre ellos, uno muy redituable: el de gangster sanguinario.  

Es 1919 y se firma el armisticio de paz que da fin a la I Guerra Mundial. La familia Shelby controla todos los negocios turbios en el empobrecido barrio obrero de Small Heath. Los tres hermanos regresan a su barrio luego de luchar en el frente francés. Thomas, el de en medio, cerebral y despiadado, tiene dos medallas al valor en combate. La tía Polly se ha hecho cargo de los negocios en ausencia de los sobrinos. Su nueva etapa como hampones empresarios en Birmingham está envuelta de conspiraciones independentistas irlandesas y comunistas inspiradas por la reciente revolución rusa.

A los Peaky Blinders los distingue su elegante modo de vestir que incluye una gorra en cuya visera está cocida una navaja de afeitar. Es un arma secreta utilizada para enceguecer a sus rivales desangrándolos del rostro durante sus violentas riñas.

La serie producida por la BBC y transmitida por Netflix, consta de cuatro trepidantes temporadas. Inscrita dentro de las sagas de familias gansteriles como El Padrino o The Sopranos, es una poderosa alegoría del poder financiero y político y las maneras de conseguirlo, todas turbias. Situada entre guerras como una licencia histórica del creador y guionista Steven Knight, parece inspirada en una novela gráfica: la estilización de los atuendos de los personajes, influidos por el dandismo edwardiano decimonónico cuyos nietos, los “Teddy Boys”, causaran revuelo en la cultura juvenil británica de la década de 1950; los sombríos escenarios llenos de neblina y humo industrial, caballos pura sangre gigantescos como alegoría del brioso poderío que distingue a la mafiosa familia.

En realidad, los Peaky Blinders fueron una sanguinaria pandilla que operó en la ciudad durante la década de 1890. Ni de lejos fue tan sofisticada como aparece en la serie. Sin embargo, la licencia histórica que se permite el guionista posibilita a los espectadores darse una idea de las deplorables condiciones de vida de la clase obrera británica hasta la posguerra. Cercana a una crónica dickensiana desde el lado salvaje de la sociedad fabril, Peaky Blinders es una saga de ostentación de lujo y poder por una familia de extracción proletaria, cuyos hombres han sido desquiciados por la guerra, regresan con honores a su patria, son marginados por el gobierno y se reinventan aplicando lo aprendido en el infernal campo de batalla.

Los hermanos Shelby, a la par de su hermosa y distinguida tía Polly, luchan despiadadamente por subir socialmente eliminando a sus enemigos y haciendo acuerdos oscuros con las autoridades británicas, incluido el ministro Churchill; son la versión pesadillezca de Oliver Twist.

Una inmensa mano de obra explotada, hacinada, hambrienta y resentida es el ejército de reserva que la familia utiliza para enfrentar al gobierno desde la enorme fuerza que les da su habilidad para los negocios ilícitos. Alegoría del presente globalizado, Peaky Blinders es una ficción posmoderna que tiende puentes para añorar el pasado recreando escenarios de seres marginales con una rígida y apasionada ética familiar que nada le pide a la Omertà de la mafia siciliana.

Queda claro que el sistema de clases británico era un instrumento de control político y no una curiosidad folclórica que engendra en el mejor de los casos, subculturas pop de exportación. No está demás mencionar que Birmingham es la cuna del Heavy Metal y una de las sedes más importantes de la escena punk de la década de 1970. De ahí que el soundtrack de la serie, con música de Nick Cave, Tom Waits y The White Stripes entre otros,  apriete la cuña para tener un producto repleto de referentes entrañables y fastuosos a la manera de un largo video por entregas.

Los rígidos códigos sociales que aplican los Peaky Blinders entre ellos para conseguir sus fines y eliminar a sus enemigos, son usados contra los pobres por las clases acomodadas y el gobierno para poner distancia de los sucios, feos y malos. Los bajos fondos del imperio británico y su estrecha relación con la delincuencia. Justo lo contrario a la trama de Downton Abbey.

A decir del creador de la serie, Peaky Blinders encierra la interrogante sobre si se puede escapar del lugar donde se nace. Al parecer no. Infancia es destino. Para el clan Shelby el barrio es su patria y su trinchera, el lugar que hace caminar a Thomas arrogante y con la frente en alto mientras controla implacable la vida de cientos de personas que prefieren morir acribilladas que vivir de rodillas ante el acoso de la policía.

En la era del crimen globalizado, Peaky Blinders es un entretenimiento espectacular de épicas heroicas y chispazos de inconformidad social; está destinada a convertirse en un clásico de las series de televisión cuya premisa es que el crimen sí paga y enaltece siempre y cuando tengamos cerca de nosotros una mujer bella, distinguida y despiadada como la tía Polly.