Esta semana se produjo uno de los “debates” más reveladores de todos los tiempos. El precandidato presidencial de Morena, Andrés Manuel López Obrador, calificó vía Twitter al politólogo Jesús Silva-Herzog Márquez y al historiador Enrique Krauze de ser dos conservadores embozados, disfrazados de liberales que le hacen el juego a la “mafia del poder”. Sus dichos no son noticia. Forman parte de la virulenta y desgastada retórica que repite a la manera de un cilindrero, cada vez que se siente descubierto y sin argumentos para defenderse. Lo innovador no está en lo que dijo, sino a quiénes se lo dijo y desde qué púlpito los condenó.

Tal vez, lo que más molestó al Mesías es que Silva-Herzog publicara en su más reciente artículo en Reforma que López Obrador ha traicionado a su partido antes de ganar el poder. Que el caudillo, debido a su ambición, ya puso a Morena lo mismo en brazos de mafiosos, bandidos y oportunistas que de foxistas, calderonistas, zedillistas y salinistas.

López Obrador, emulando a Donald Trump, condenó con furia al escritor y luego también a Krauze, quien entró en defensa de Silva-Herzog.

Insisto. López Obrador no dijo nada nuevo, pero dejó ver con claridad meridiana cuál sería su conducta —de llegar a la presidencia— con el pensamiento crítico y la libertad de expresión.

La escaramuza entre un precandidato a la presidencia de la república que sale a las redes sociales para satanizar a dos intelectuales que no coinciden con su ideología y trayectoria presagia que López Obrador, montado en el poder, censuraría y perseguiría a la prensa libre.

Ese pleito no es cualquier pleito y va más allá de la anécdota. Lo que en 2018 también va a estar en juego es la libertad de periodistas y comunicadores.

Su alergia por quienes opinan diferente enciende o debería encender las alarmas del periodismo mexicano. La prensa libre podría estar en riesgo de sufrir una regresión al llegar al poder un populista intolerante que no soporta la crítica disidente.

La campaña electoral nos está delineando el retrato de un fanático que está dispuesto a atentar contra la más importante de todas las libertades. Contra esa libertad que es origen de todas las demás y sin la cual las otras no tienen sentido: la libertad de conciencia, de pensar, de decir, de discrepar, de ser y vivir como se quiere.

Ojo, colegas periodistas, escritores, artistas, académicos, científicos e investigadores. Estamos ante un intransigente que pretende obligarnos a pensar como él quiere. Y con un dogmático en el poder no hay posibilidad de pluralismo político, intelectual, artístico o libertad para la ciencia.

Muchos han señalado que el tabasqueño es el más priista de todos los priistas y no se equivocan. Es una reedición del caudillismo revolucionario más añejo que mandaba quemar periódicos y revistas cuando se atacaba al régimen. Rotofoto, semanario antecesor de Siempre!, fue víctima de esa persecución.

Dice el publicista español Antonio Solá que López Obrador no podría hacer lo que Hugo Chávez y Nicolás Maduro en Venezuela porque en México hay instituciones fuertes.

Solá proviene de una democracia civilizada donde las cosas se hacen de otra manera. Aquí, como en cualquier otro país latinoamericano, los políticos autoritarios son transgresores de las leyes e instituciones. López Obrador no se detendría en mandar redactar una Constitución a su gusto y tampoco a disolver los poderes, como en Perú lo hizo Alberto Fujimori. Tampoco dudaría en acabar con la prensa libre para editar sus propios periódicos y noticieros.

Su máxima, como lo acaba de demostrar su enojo con periodistas e intelectuales disidentes, es “¡piensa como yo o muere¡”. Es la descripción que hacía Voltaire de los intolerantes hacia el pensamiento libre.

@pagesbeatriz