Por Joaquín López Dóriga*
Si usted, por lo que sea, acusado, acusador o lesionado, cae en una delegación, ármese de paciencia oriental, soporte todo y, sobre todo, lleve dinero, pero en efectivo. De lo contrario va a ver lo que es amar a Dios en la jurisdicción del agente del ministerio público en turno.
Y usted escoja.
Todos los esfuerzos que se han tratado de hacer por moralizar, por humanizar, por adecentar estos esos trámites, han chocado contra la barrera de la corrupción y de la deshonestidad.
Ahí, la gente, pobre o ignorante, sella su destino ante el impersonal trato de las mecanógrafas, la indiferencia de los agentes del M.P., las chicanerías de los coyotes y los malos tratos de los uniformados o judiciales.
La gente que tiene la desgracia de caer en una de esas oficinas, todo lo tiene que soportar. Claro, a menos que lleve dinero, llave mágica que todo abre, todo soluciona, todo agiliza; que convierte en diligencia la pereza burocrática, la desidia de la autoridad; que transforma entre sonrisas y buen trato, los malos modales.
Y los que no lo tienen que arrastrar hasta los mostradores y luego a las galeras su miedo, su miseria, su dolor y vergüenza.
Su impotencia y desesperación.
Expedientes que se pierden, declaraciones que se tergiversas, peritajes que cambian.
Todo puede suceder cuando salen los billetes.
Todo puede arreglarse.
Desde un ajuste en el estado de ebriedad a aliento alcohólico, hasta una salida bajo responsiva médica, pasando por una reducción de las lesiones, un ajuste en el acta, redacción rápida, diligencias sin demora, un café, una llamada telefónica, el no pasar a las galeras…
Lo que quiera.
¡Ah!, pero eso sí, cuídese si no lleva efectivo.
Entonces tendrá que esperar su turno. Aguardar a que la mecanógrafa— que no sé por qué siempre están de mal humor— terminen su Lulú de Grosella y acaben con la torta que mancha de grasa los expedientes. Que se pinte las uñas o se retoque el maquillaje. Que acabe de fajar con los agentes o de hablar por teléfono. De chismorrear con la compañera o, simplemente, que le dé la gana cumplir con su trabajo.
Luego, al pasar a declarar, las cosas no serán como usted dice. La versión se inclinará hacia un lado. Y no vaya a atreverse a corregir porque será callado de inmediato y si insiste, un policía lo pondrá en orden.
Las escenas de delegación son iguales todas.
—¿Hay un policía…?
—No, no hay…
—¿Hay actas grandes…?
—No, confórmese con las chicas…
—¿Ya me traes chamaba…?
—Es el último…
—¿Te quiú…?
Y, así, mientras suenan teléfonos que nadie contesta; mientras se expresan quejas que nadie oye; mientras se exige una justicia que no existe. Una justicia de la que sólo se hace gala en los discursos, pero que en realidad es inalcanzable.
Aquí, todos somos culpables hasta que no se demuestre la inocencia. Todo lo que se diga es usado en contra.
—¿Cuándo me soltarán, licenciado…? —porque todos son licenciados.
—Cállese
—¿Me dejará salir…?
—Que se calle o lo paso a las galeras.
—¿Me deja, al menos, llamar por teléfono…?
—Policía, métalo a galeras.
—Oiga…
–No se ponga necio. Va p´adentro… señorita, anótele también desacato, insultos a la autoridad y lo procedente.
Entonces, al margen de su sello que dice Procuraduría de Distrito, en donde el acusado dijo llamarse como queda asentado, lo acusan de llevarse el tesoro de Cuauhtémoc y el oro del Vita.
Usted tendrá que probar que no lo hizo, en lo que representa una aberración jurídica, porque el que afirma es está obligado a comprobar.
Pero así es la justicia de delegación.
Profesor Carlos Hank González, licenciado Agustín Alanís, aquí tienen ustedes un imposible: transformar toda esta podredumbre, porque la justicia, la honradez, no pueden quedar en buenos deseos.
Claro que es una labor de titanes. Pero para eso tenemos regente.
El licenciado Alanís Fuentes, actual procurador de Distrito conoce el problema desde abajo. Es falso que sólo sea, como afirman los simplistas, un laborista. Él, como pocos, sabe lo que sucede en las delegaciones y, por supuesto, debe tener todo el apoyo del regente para terminar, o al menos aliviar esto.
No puede ser eso.
Pocos lugares, en el mundo, pueden jactarse o avergonzarse, de tener un sistema judicial tan sucio.
Esta triste honra corresponde a México.
Y no se puede dejar solo al presidente quien el día 1º habló de honestidad y eficiencia.
Sería provocar la decepción, y el país ya no está para eso.
No sé cuál será la solución. El cómo.
Lo que todos sabemos, deseamos, es que se corrija. Si los problemas de la ciudad de México fueran fáciles, el profesor Carlos Hank no sería regente. Lo sería cualquiera. Pero las cosas son como para desalentar a cualquiera.
Ahí el doble reto.
El actual jefe del Departamento del Distrito Federal no puede fallar. Es un lujo que no se puede dar. Es una obligación y responsabilidad, entre otras muchas, que lleva a cuestas.
Ojalá la haga.


