Ivette Hernández

Conformado por más de 17 mil 500 islas, el archipiélago indonesio se asienta sobre el llamado Cinturón de Fuego del Pacífico, zona donde se origina el 90 por ciento de los sismos del mundo, según estudios.

Su ubicación geográfica hace del país asiático un destino paradisíaco por su exótica naturaleza y biodiversidad, sin embargo, también es fuente de sus principales desdichas.

La constante fricción de las placas tectónicas, provocada por procesos internos que ocurren a miles de kilómetros debajo de la superficie terrestre, mantiene en alerta a la nación debido a la alta probabilidad de sismos y erupciones volcánicas que genera.

Aunque la mayoría de sus habitantes está consciente de la brutal fuerza que emana de las entrañas de la Tierra, en algunas regiones del país existe la creencia de que los volcanes “nacen” cuando entran en erupción y sirven de hogar a los dioses.
De cualquier modo la realidad es una, y pese a los diversos orígenes que le puedan conceder, la constante actividad volcánica y sísmica continúa disparando las alarmas en el país.

Desde finales de septiembre último las autoridades elevaron al máximo los niveles de alerta en dos de las islas: Bali y Samatra, debido a la creciente amenaza de erupción de los cráteres Agung y Sinabung, respectivamente.

En Bali, principal destino turístico del país, el Centro de Vulcanología y Mitigación de Peligros Geológicos estableció un área de seguridad alrededor de la abertura que llegó a alcanzar, en algunos puntos, un radio de hasta 12 kilómetros.  Cerca de 175 mil habitantes fueron evacuados entonces a zonas seguras.

Cuentan que el 18 de febrero de 1963 -la última vez que el Agung entró en erupción luego de 100 años inactivo- se sintieron fuertes bufidos y podía apreciarse una nube de cenizas es ascenso.

Cinco días después, flujos viscosos de lava brotaban del lado norte del volcán, alcanzando una longitud de siete kilómetros en unos 20 días, y una altitud de 510 metros sobre el nivel del mar. Según estimaciones, el volumen total de esas efusiones alcanzó los 50 millones de metros cúbicos.

Al mes siguiente, generó una explosión de entre ocho y 10 kilómetros de altura que alcanzó los 15 de distancia. Numerosas aldeas quedaron destruidas y más de mil personas perdieron la vida.

El Sinabung entró en erupción en octubre pasado y la explosión estuvo acompañada de lava, nubes de gas y repetidos sismos volcánicos.

Los especialistas aseguran que no existen confirmaciones de emanaciones antes de agosto de 2010, pero presumen que estuvo activo entre 1600 y 1881, aunque la última fumarola registrada data de 1912. Tras 400 años de inactividad despertó y causó la muerte a 16 personas en 2014 y a siete en 2016.

Las erupciones volcánicas son muy comunes en Indonesia y suelen tener efectos devastadores. Muestra de ello fue el volcán Tambora, formado durante una erupción en 1815, que aún en la actualidad revela detalles de su historia.

Datos oficiales apuntan que unas 12 mil personas perdieron la vida a causa de la explosión. La nube de cenizas emitidas se expandió a más de 600 kilómetros de distancia del epicentro y cubrió un área de 500 mil kilómetros cuadrados.

El evento afectó considerablemente el clima en todo el mundo, al punto que en 1816,-conocido como año sin verano- se registraron caídas repentinas de temperatura, intensas tormentas de nieve en lugares próximos al ecuador y grandes precipitaciones en los polos.

Una expedición arqueológica de la Universidad de Rhode Island descubrió en 2004 restos de una civilización cubierta por la capa de cenizas de tres metros que dejó.

En el archipiélago existen más de 400 volcanes, de los que al menos 129 continúan activos y 65 están calificados de peligrosos. La mayoría de ellos forman parte del arco volcánico de Sonda, que conforma la espina dorsal de la topografía de sus principales islas.

Los sismos también han dejado los peores vestigios en la nación. Según investigadores, seis temblores de magnitud 9,0 o mayor azotaron en los últimos 100 años la región asiática.

Precisamente uno de los episodios más violentos aconteció el 26 de diciembre de 2004 a 120 kilómetros de la costa occidental de la isla de Sumatra, donde un terremoto de 9,1 y el tsunami que generó afectaron los litorales de 14 países del sur de Asia y el este de África, y barrieron extensas zonas costeras en Tailandia y Sri Lanka.

Como consecuencia, unas 250 mil personas perdieron la vida y casi dos millones quedaron desplazadas.

El evento ocurrió a una profundidad de 30 kilómetros por debajo del nivel del mar y fue perceptible en Bangladesh, India, Malasia, Myanmar, Tailandia, Singapur y las Maldivas.

De acuerdo con cifras oficiales, es el tercer seísmo de mayor magnitud registrado desde la existencia del sismógrafo -1875-, después de los ocurridos en Chile (1960) y Alaska (1964), de 9,5 y 9,2, respectivamente.

El devastador panorama resultante conmovió a la comunidad internacional y la ayuda llegó desde todas partes del mundo, gracias a la solidaridad de gobiernos y organizaciones humanitarias.

Lamentablemente esos siniestros para nada son novedosos en el archipiélago que, según informes del Departamento de Gestión Desastres, sufre unos siete mil temblores al año, en su mayoría de baja magnitud.

No obstante, solo en los 14 más potentes acaecidos allí en los últimos 20 años, murieron más de 300 mil personas.

i bien hasta hoy resulta improbable predecir cuándo la naturaleza retará al hombre en los escenarios más adversos, siempre es oportuno adoptar providencias para reducir los daños y proteger a los habitantes.

Bajo esa premisa el Gobierno incorporó a su estrategia de desarrollo la prevención de crisis, la respuesta a emergencias y las medidas de recuperación.

En 2007, por ejemplo, adoptó una ley que otorga carácter obligatorio a las actividades de reducción de riesgos a fin de ampliar el programa de preparación y respuesta, con el apoyo de la Agencia de Gestión de Desastres, encargada de coordinar esas áreas en caso de cualquier evento y elaborar los mapas de riesgo correspondientes.

Por su parte el Ministerio de Salud, a partir de sus experiencias en esa esfera, creó el Centro para la Gestión de Crisis Sanitarias, designado en 2012 como colaborador de la Organización Mundial de la Salud (OMS) para la capacitación y gestión de riesgos de desastres.

Dicho organismo también apoyó a esa cartera en la creación de nueve centros regionales en todo el país para superar algunos de los obstáculos que suelen demorar la asistencia, como los daños en infraestructuras, los problemas en las comunicaciones y la falta de recursos.

Con el fin de aumentar la capacidad de recuperación también en las zonas rurales, se han llevado iniciativas en los centros de salud comunitarios, como el programa Alert Village, que promueve hábitos de vida saludables e imparte conocimientos básicos de primeros auxilios.

Como consecuencia de los desastres naturales también la industria del turismo se ha visto afectada al dejar de ingresar desde septiembre pasado más de mil 400 millones de dólares, por lo que el Gobierno abrió ofertas de rebajas de precios de hasta el 50 por ciento para aumentar el turismo los últimos días de 2017.

La actividad volcánica y sísmica ha dejado los peores vestigios en el país, pero aun cuando los llamados de atención de la naturaleza se vuelven más recurrentes, sus extraordinarios lugares, su gente y sus tradiciones, hacen de Indonesia un destino que vale la pena descubrir.

* Periodista de la redacción Asia y Oceanía de Prensa Latina.