Los protagonistas de la contienda electoral pretenden, con el debate, entusiasmar a un electorado aburrido, cansado, desconfiado y decepcionado. Sería sano que lo lograran. Los únicos que se pelean son los candidatos. Muchos electores han llegado al tedio. Pero hay que cuidarse de los efectos colaterales de un debate.

Las contiendas modernas involucran varios elementos que no son malos, pero que deben ser tratados con cuidado para no incurrir en riesgos.

El primero es que la contienda se ha convertido en muy personalizada. Que los candidatos se han convertido en sus propios voceros. Que ellos hablan de sí mismos y nadie habla por ellos. Que ellos dan cuenta de sus méritos y nadie los respalda. Que ellos se proclaman y nadie los avala. Que ellos han tenido que improvisarse en oradores, en locutores y en modelos, siendo que están contendiendo para gobernantes. Que los formadores de opinión, los oradores, los inductores políticos, los ídolos populares y los testigos de sus virtudes han estado ausentes en una contienda donde serían muy útiles para los candidatos de su predilección.

Un segundo aspecto reside en que el debate político ha mostrado una tendencia a transmutar del terreno de la confrontación ideológica al de la competencia mercadotécnica y que, en tales circunstancias, los partidos no ofrecen proyectos de política sino programas de satisfacción. Esto puede tener consecuencias prácticas incalculables.

Una de ellas es que la contienda electoral requiere, forzosamente, de la concurrencia de los medios de comunicación no solo como vehículo entre los oferentes electorales, es decir los partidos y los candidatos, y los potenciales consumidores, es decir, electores sino, además, como factores adicionales. Los medios son sistemas de inteligencia propia. Producen su propio mensaje, generan su criterio exclusivo, editorializan su información. Los medios piensan por sí solos, tienen proyecto propio y no son neutros. Podrán ser imparciales y objetivos, pero casi nunca son neutrales.

Los únicos espacios de contienda electoral neutral parecieran ser los debates. Y no se puede decir, sin ingenuidad, que estos mecanismos contribuyen al resultado electoral, mucho menos que toda la opinión contenida en los medios durante la campaña.

Un tercer aspecto de la contienda electoral en las democracias actuales es que tiende cada vez a parecerse menos a un duelo y a parecerse más a una camorra. Las instituciones y los sistemas políticos han tenido que esforzarse, y cada vez tienen que esforzarse y aplicarse más, a favor de que la contienda no degenere en algo parecido a un pleito callejero.

Todo esto genera un riesgo potencial. Una sociedad como la mexicana está formada, muy mayoritariamente, por personas no sustancialmente orientadas, no plenamente informadas y normalmente alarmadas si no es que, incluso, angustiadas. Ellas conforman un electorado vulnerable ante las ocurrencias vertidas en la contienda. El segmento muy sólido del electorado que puede evaluar cada instante de la contienda con razonable sensatez suele ser, por desgracia, el minoritario.

Por ello, los riesgos de una contienda sin ética, sin seriedad y sin respeto, humilla al electorado. Se mofa de aquellos a quienes las circunstancias de la vida los han colocado en la imposibilidad de discernir que están frente a la infamia de la burla. Bien dijo John Ruskin que la esencia de la vulgaridad es la falta de sensibilidad.

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