Por Rafael Solana*
Abandono mi estudio, después de pasar las primeras horas de la mañana trabajando, escribiendo un poco y leyendo otro poco; para mi sección de crítica de libros de “El Universal” he tenido que leer algunas obras recientes de carácter biográfico (Bolívar, Morelos, Iturbide) y por una coincidencia algunos de los libros que había apartado para leer por solaz y recreo han resultado biográficos también, o cosa parecida (Olympio, ou la Vie de Víctor Hugo, de André Maurouis, y los “Recuerdos de Sócrates”, de Jenofonte, en la versión de Juan David García Bacca) y esto me ha llevado a ojear un poco las “Vidas paralelas” de Plutarco, y las “Vidas Ejemplares” de Romain Rolland que editó la Universidad, en tiempos de Vasconcelos. Cuando salgo a la calle, mediado el día, llevo todavía la cabeza un poco llena de grandes hombres y grandes nombres, de hechos heroicos, de empresas atrevidas, de trabajos importantes, de caracteres admirables, de vigorosas personalidades, así de tiempos muy antiguos como de los relativamente recientes, del siglo pasado.
“Vidas ejemplares”… Hubo un tiempo en que sólo se proponían a la juventud, como ejemplo, las vidas de santos; cuando estuve en la escuela primaria los libros de F.T.D. nos hablaban únicamente de San Luis Gonzaga y de San Carlos Borromeo, de San Juan Bosco y de San Francisco de Borja, de las virtudes de Santa Teresa de Jesús y de las de Santa Rosa de Lima; luego en la escuela secundaria, se nos hizo admirar a los héroes y a los grandes artistas, a Temístocles y a Beethoven, a Pericles y a Tolstoi, a Miguel Ángel o a Marco Aurelio; ahora…
Al llegar a la esquina me detengo frente a un puesto de periódicos y revistas, y no puedo evitar encontrar una extraña analogía entre ese cúmulo de papeles de colores y un altar religioso lleno de estampas y de luces, o un altar cívico lleno de retratos y banderas; el lugar que ocuparon los santos antes de ayer, los héroes ayer apenas, hoy lo ocupan otros personajes; y veo quienes son esos personajes; si, hay por allí alguna portada, o dos, con el retrato de Juárez; pero en cambio hay tres o cuatro que ofrecen a nuestra curiosidad episodios de “La Vida Esplendorosa de María Félix”, y cinco o seis, de periódicos truculentos o de revistas deportivas, que nos proponen lances de la sin duda no menos esplendorosa vida de Pancho Valentino, a quien se retrata en multitud de poses, antes y después del crimen, cuando era glorioso deportista, ídolo de la juventud educada en la religión del músculo, y cuando alcanzó la consagración y la verdadera celebridad, después de la eficaz llave al padre Fullana, que le abrió las puertas grandes de la gloria periodística, que se le mostró esquiva mientras no fue sino un luchador, ni siquiera medalleado en Australia, en Finlandia o en Londres.
El siglo de las “Vidas Ejemplares” ha terminado como terminó antes el de las “Vidas de Santos”, y hoy estamos en la época de las “Vidas Esplendorosas”; la de María Félix, la de Pancho Valentino, o la de Elizabeth Taylor, cuya tercera boda (¿o cuarta?) ha provocado la histeria de los directores de periódicos, que destacaron sus mejores hombres para asistir al acontecimiento, sólo comparable, en nuestros anales, con aquella boda cuarta o quinta, en Coatipoato, de María Félix con Jorge Negrete, una boda tan rumbosa, espectacular y espléndida como jamás lo fue ninguna otra de Negrete, que se fue superando cada vez, y como no lo han sido, de entre todas las de María Félix, ni ninguna de las anteriores ni ninguna posterior, hasta ese momento; apenas si las bodas de Rita Hayworth y las de Ali Khan, y especialmente aquella en que ambos coincidieron, han sido así de comentadas, aunque se espera que Merle Oberon y Bruno Pagliai la próxima vez se esmeren, y superen el récord publicitario alcanzado por Katina Ranieri, en uno de sus matrimonios más recientes.
“Vidas Esplendorosas”… ¿qué es lo que por tal entiende el pueblo, el que lee esas revistas y bebe en ellas su información y su cultura, y por ellas norma su criterio y se modela?
Nada, desde luego, que tenga punto de contacto alguno con las “Vidas Ejemplares” ni muchísimo menos con las perfectamente obsoletas “Vidas de Santos”, nada que se relacione ni con la leyenda Dorada ni con la leyenda cívica. Lo que hayan hecho San Francisco de Asís o San Ignacio de Loyola, o lo que hayan logrado el Cura Hidalgo o Cuauhtémoc son cosas que ya no le interesan al pueblo; podrán referirse a ellas los sacerdotes, desde el púlpito, el 4 de octubre y el 31 de julio, o los profesores y algunos diputados, en su escuela o en su cámara, en el año de Hidalgo o el año de Cuauhtémoc, como por un momento algún senador o algún ministro de la corte ha podido acordarse de Juárez o de Gómez Farías con motivos de un centenario; pero lo que se le da diariamente al pueblo como pasto, en periódicos, en revistas, en radio, en televisión, en el cine, es otra cosa, ni ejemplar, ni santa, ni heroica, sino solamente… esplendorosa. Espectáculo, amarillismo, escándalo, morbo; un buen crimen con mucha sangre, con mucha crueldad, y una buena fuga, pueden ser esplendorosas y en el caso de Pancho Valentino han sido coronados por una aureola de publicidad,; una buena boda como las de María Félix o la más reciente de Elizabeth Taylor también puede ser esplendorosa; puede ser esplendoroso un escándalo judicial ; por ejemplo, la compra de una joya y su falta de pago; mucho más célebre que por obras de beneficencia que no hacía, o por sabios consejos de gobernación que no daba, fue la reina María Antonieta por el asunto de un collar que pretendió regalarle al cardenal de Rohan; aquel escándalo, que tuvo para la época proporciones casi tan espectaculares y esplendorosas como las que en nuestro tiempo ha tenido el collar que a María Félix tuvo la intención de regalarle Jorge Negrete, le dio a María Antonieta una gran celebridad popular… pero acabó por costarles la cabeza a ella y al marido; es decir, fue el doble de trágico que el asunto actual, que por ahora sólo le ha costado la cabeza al marido.
Pero quien ha probado la “vida esplendorosa” difícilmente sabría renunciar a ella; esa celebridad, esa popularidad, emborrachan tanto como la otra celebridad, la de los héroes, que se sentían impulsados a perseverar en el heroísmo y a seguir por la senda que se habían trazado porque por allí los empujaba la admiración popular; muchas veces un héroe, aun cuando sintiese el impulso de flaquear ante una situación difícil, no flaqueaba, sólo por no defraudar a quienes ya le admiraban, por actos heroicos anteriores, y con su fe y su confianza le exigían que hiciese lo que de él se esperaba; y cabe suponer que cosas parecidas ocurrieron con los santos, cuando los había; de la misma manera hay que suponer que una persona lanzada a una “vida esplendorosa”, como María Félix, como Pancho Valentino o como Elizabeth Taylor sientan dentro de sí la responsabilidad de seguir adelante, de continuar pasmado a su clientela con actos cada vez más esplendorosos, aferrándose al collar y a la sucesiva poliandria ellas, y preparando él, para cuando lo suelten, que siempre lo han soltado, algún nuevo crimen que no defraude a los admiradores, que llene otra ves las páginas de los periódicos y otra vez aumente su tiro; si un novelista se siente obligado a que su próxima novela sea mejor, si un comediógrafo tiene que superarse en cada comedia, si un general tiene que crecerse en cada batalla… una mujer de “vida esplendorosa” tiene a su vez que agigantarse en cada boda o en cada escándalo, y un criminal tiene que perfeccionarse en cada nuevo asesinado; de lo contrario… ¡qué decepción iban a sufrir sus admiradores, los lectores asiduos de sus “vidas esplendorosas”!
Tal vez han salido en estas notas un poco barajadas las cosas… tal vez hay diferencias de grado, de matiz, que aquí no se notan, y entre quedarse con un collar ajeno, casarse al día siguiente del divorcio, y asesinar a un sacerdote, existan gradaciones, a pesar de que sean todos asuntos que vienen tratados unos muy cerca de otros en las páginas de nuestros códigos; pero así, muy barajadas, muy mezcladas unas con otras, vi las imágenes de María Félix, de Pancho Valentino, de Elizabeth Taylor, en las portadas de los periódicos y las revistas, en ese nuevo altar del culto a la vida esplendorosa que es puesto en una esquina… allí estaban todos ellos revueltos, disputándose la atención de los transeúntes, que según sus preferencias, se inclinaban a admirar más a unas o a otro, y compraban para su alimentación cerebral del día, según sus gustos, o la boda, o el collar, o el crimen…
María, Pancho, Elizabeth… al día siguiente de los discursos oficiales ya había sido olvidado Juárez; pero ellos seguían en el candelero; y allí seguirán; o los que vengan a competirles en su mismo terreno.