En marzo de 2017 falleció el orientalista Juan Miguel de Mora Vaquerizo, quien también fue periodista, ensayista, narrador, dramaturgo, director de cine y teatro, y traductor (junto con su esposa Ludwika Jarocka) del sánscrito. Yo lo considero entre mis más memorables y destacados maestros. Nació en la Ciudad de México en 1921. En 1936, se trasladó de París (donde estudiaba) a España para unirse a las Brigadas Internacionales contra el fascismo. Allí participó en la Batalla del Ebro. Como ya lo he mencionado, fue testigo imprescindible del siglo XX. Atestiguó la invasión estadounidense a República Dominicana (1965) y fue el único reportero mexicano acreditado en la guerra de Vietnam, donde se dio tiempo para estudiar la literatura de esa nación. También fue periodista incógnito durante la dictadura franquista. Mi libro Juego y revolución, editado por Octavio Colmenares, contiene el capítulo ¿Quién es Juan Miguel de Mora?, donde expongo y analizo seis facetas de este polígrafo.

Humberto Musacchio lo califica de “erudito, peleador, contradictorio, insoportable, genial (…) Especialista en sánscrito, hizo una edición del Rig Veda y otra de los Upanishad. (…) Durante 60 o 70 años ejerció un periodismo agudo, frecuentemente provocador y siempre inteligente en publicaciones como Cine Mundial, El Sol de México, Diario de la Tarde y numerosas revistas. Escribió en El Heraldo Cultural”, dirigido por Luis Spota. Continúa Musacchio: “En la revista Siempre!, José Pagés Llergo lo tenía entre sus colaboradores de lujo, aunque procuraba no exhibirlo demasiado por la carga explosiva de sus textos (…) Desde los años 80 fue un asiduo escritor de la sección cultural de El Financiero, en el tiempo en que la dirigió Víctor Roura. Perteneció a la Academia de Ciencias de Nueva York. Recibió las Palmas Académicas de la Universidad Internacional de Roma, y el doctorado honoris causa por The Ministerial Training College, de Gran Bretaña. Sin embargo, queda la impresión de que México no supo apreciarlo lo suficiente. Cuando se apaguen los rencores, ocupará el lugar al que se hizo merecedor”. Estas últimas palabras son tan certeras como contundentes y todos sus amigos lo deseamos de verdad.

Para concluir, creo que vale la pena reproducir lo último que me escribió Juan Miguel. Fue el 24 de octubre de 2016, a propósito de un artículo mío titulado “Sexualidades ajenas: conservadores contra gays”. Tras sus siempre emotivas felicitaciones por todo lo que yo hacía y escribía, afirma lo siguiente: “Querido Juan Antonio (…) verdaderamente te aseguro que si al nacer me hubiesen mostrado, en una visión instantánea, lo que es la humanidad, y hubiese sabido lo que me tocaría ver y vivir, me hubiese regresado. Y lo digo con toda serenidad acabando de cumplir 95 años. Todos esos meapilas de la moral sotánica (‘sotánica’, de sotana) son mentes putrefactas y muchos de ellos pedófilos. ¿Qué hicieron con su ‘moral’ mierda cuando se destaparon los curas pedófilos de Boston, donde la Iglesia Católica tuvo que pagar millones para ahogar el escándalo? ¿Y qué contra Maciel, ‘legionario de Cristo’, pedófilo y lujurioso padre de hijas e hijos? Y la lista de encubrimientos, suciedades, canallas y crímenes de esa Iglesia que asesinó de manera horrible a maestros, violó y cortó las orejas y los pechos a maestras y ahora enarbola el nombre de ‘Cristo Rey’ para obtener más poder político del que ya tiene… Dan náuseas. Y recuerda que, según los buenos sexólogos y psiquiatras, el apasionamiento y la furia contra los homosexuales es prueba de que quienes lo manifiestan lo son, sea en potencia (y el inconsciente los defiende haciéndolos luchar contra la homosexualidad) o sea en la realidad, para no salir del ropero. El ayudante más cercano del senador MacCarthy, que también persiguió a gays atribuyéndoles ser comunistas para desprestigiar a estos últimos, era gay y también lo era Hoover, fundador del FBI y perseguidor implacable de los homosexuales. Muy bien, te felicito por tu excelente artículo. Juan Miguel”.