En política hay que sanar  los males, jamás vengarlos. Napoleón III

En este generoso espacio que nos brinda Siempre! se ha advertido sobre el creciente encono del discurso de las campañas políticas, un encono que si se agrava puede llevar a hechos de violencia que hace mucho no vive la república, al menos no por causas electorales.

El mejor ejemplo es un diálogo, auténtico, estén seguros quienes lean estas líneas, entre los dirigentes de los principales grupos políticos de Jalisco y el gobernador en turno.

El gobernador les anunció que existía el propósito de que la elección del candidato para las próximas elecciones fuera más abierta, que los militantes votaran para decidir quién sería.

Los dirigentes de los tres grupos políticos más fuertes de la entidad le pidieron que no lo hiciera. “¿Por qué?” —preguntó el gobernador. La respuesta fue esclarecedora.

“No rehusamos —le dijeron— competir entre nosotros en una elección; pero tome usted en cuenta que los seguidores de quienes resulten perdedores quedarán inconformes, pues en la campaña se dirán cosas duras, y no alcanzarán a superarlas, lo cual significa que el partido perdería la elección, por la división”.

“—¿Qué no pueden ustedes ponerse de acuerdo una vez celebrada la elección interna? —preguntó el mandatario estatal.

“—Claro que sí, pero nuestros seguidores no.

“—¿Qué proponen? —preguntó.

“—Que usted escoja al candidato.

“—¿Cuál sería la ventaja?

“—A nuestros seguidores les diremos que usted ha impuesto su autoridad política y los convocaremos a la disciplina. Entonces habrá unidad, aunque usted tendrá que aceptar las mentadas; pero ganaremos la elección”.

Así fue, el gobernador escogió candidato. Y se ganó la elección.

Ustedes dirán, y tendrán razón, que eran otros tiempos. Quizá, pero el hecho es que las experiencias de las más recientes elecciones han demostrado que el encono que se siembra durante las campañas no se supera allá abajo, en la sociedad, en el México profundo.

Y, no pocas veces, ese encono, la frustración de la derrota puede provocar que la inconformidad con los resultados de una elección pueda conducir a protestas violentas. Ya tuvimos la toma de Paseo de la Reforma, a la cual convocó López Obrador en 2006. Con todo y sus asegunes, esa “toma” calmó los ánimos más exaltados.

Nada nos asegura que el próximo julio los ánimos que cada día se caldean más entre las fuerzas políticas, las cuales procuran caldearlos en la sociedad, los principales actores, los candidatos de la oposición acepten la derrota.

Los clamores de “fraude”, para lo cual los discursos de campaña han abonado el terreno, bien pueden provocar reacciones violentas de los derrotados.

Y nada nos asegura que los candidatos derrotados vayan a tener interés en contener a sus partidarios. Ojalá y lo garantizaran, en aras de la paz social de la república. Me temo que no lo harán.

jfonseca@cafepolitico.com