La Universidad Nacional Autónoma de México constituye uno de los iconos más trascendentes para el futuro de la nación, una ventana de esperanza donde cientos de miles de jóvenes pueden forjar un porvenir distinto; es un orgullo nacional y un símbolo de la cultura y de la productividad. Por eso, conservarla, mejorarla y promoverla es tarea que no podemos dejar de realizar, no solo quienes ahí prestamos nuestros servicios académicos, sino todas las fuerzas progresistas.

La autonomía de nuestra universidad, en términos jurídicos, está definida en el artículo 3 constitucional que establece: “Las universidades y las demás instituciones de educación superior a las que la ley otorgue autonomía tendrán la facultad y la responsabilidad de gobernarse a sí mismas”; también deja claro la libertad de cátedra que permite al cuerpo académico —muchas veces crítico y autocrítico— exponer diversas teorías y pensamientos de acuerdo con su propia concepción.

Sin embargo, históricamente la autonomía que se alcanzó en un movimiento donde participó una generación brillante en la que destacaban, entre muchos, Mauricio y Vicente Magdaleno, Baltazar Dromundo, Alejandro Gómez Arias, Adolfo López Mateos, Andrés Henestrosa, se convirtió en un paradigma y una tradición que implicaba que dicha autonomía fuera también un bastión de libertad y de independencia; así se fue generando esa idea de que en el campus universitario no debe existir acción de autoridades policiacas de cualquier competencia. Por eso, siendo jurídicamente inadmisible la extraterritorialidad —pues solo se puede dar en embajadas o en recintos que representen la soberanía de otras naciones—, la UNAM y en general todas las universidades públicas fueron cubiertas por ese manto de respeto que forjó la tradición iniciada por el presidente Emilio Portes Gil en 1929.

Todo esto lo subrayamos en este momento en que la violencia y la acción del crimen organizado —que tiene que ver con el trasiego de narcóticos y sustancias prohibidas— ha ampliado su acción delictiva al interior del campus universitario y existen voces que exigen que las autoridades intervengan en la UNAM; no obstante, la posición del rector Graue es prudente y vale la pena apoyarla en la comunidad universitaria, pues, si bien es cierto que se requiere investigación y trabajo policiaco, este debe realizarse afuera de nuestras instalaciones, en respeto a esta tradición que se ha convertido en costumbre jurídica.

Los propios universitarios y sus autoridades debemos estar pendientes para denunciar oportuna y eficazmente lo que está sucediendo, pero no podemos convertir nuestras instalaciones en terreno fértil para una batalla irracional, que puede incendiar la pradera, por la sensibilidad y la dignidad de los universitarios.

Desde hace muchos años tenemos problemas, el actual rector inició su mandato condenando al grupo de malvivientes que se han apoderado del auditorio Justo Sierra, sin embargo, inesperadamente desistió de sus propuestas iniciales y dejó trunca la acción que deberíamos de emprender en contra de esta célula cancerosa que contagia a la comunidad.

Prudencia sí, inteligencia también, pero que no se confunda con ineficiencia y cobardía.

Nuestro lema seguirá siendo “Por mi raza hablará el espíritu”, es decir, proclamamos la victoria del pensamiento superior sobre la brutalidad; la clara dicotomía que planteó José Enrique Rodó en su obra Ariel y que plasmó José Vasconcelos en nuestro emblema.

Profesor de tiempo completo nivel C de la Facultad de Derecho de la UNAM