Desde que el ser humano empezó a vivir en comunidad con otros congéneres, en forma más o menos coordinada, siempre surgió alguien que llevaban la batuta. Por la fuerza, por la habilidad o por lo que usted guste o mande. Y cuando la vida comunitaria se volvió más complicada, nunca faltó el líder que dirigía el rumbo. El poder hacerlo significaba precisamente eso: el poder, que tanto gusta a los que lo detentan. Una vez que lo reciben no quieren abandonarlo. Parten de la base que “el poder es para poder, si no, entonces no es poder”. Con las excepciones del caso.
Así las cosas, en los tiempos que corren la tendencia es permanecer en el poder el mayor tiempo posible. En países democráticos o seudodemocráticos. Con elecciones —plagadas de vicios—, o con el apoyo de congresos a modo. Es el caso de la Federación de Rusia (el octavo país más poblado del planeta: alrededor de 141 millones de habitantes—, que recién reeligió a Vladimir Putin como un “zar” que puede permanecer muchos años más en la presidencia. Y, el sábado 17 de marzo, la elefantiásica República Popular China —el país con mayor población de la Tierra: aproximadamente 1,350 millones de habitantes—, cuya Asamblea Nacional Popular: ANP, compuesta por 2,970 diputados, acaba de reelegir por una mayoría total, para un segundo mandato, sin un solo voto en contra y cero abstenciones, como presidente a Xi Jinping, allanándole la posibilidad de que pueda permanecer en el cargo (casi de “emperador”) a perpetuidad).
Esto significa que, Vladimir Putin y Xi Jinping, dos hombres de carne y hueso, como cualquier otro (pero ambos con muchísimo poder), dirigen el destino de casi 1,500 millones de seres humanos. Esta ecuación demuestra, creo, que algo no funciona bien tanto en Rusia como en China.
A decir verdad, la reelección de Xi Jinping fue la crónica de un “nombramiento anunciado”, pues la ANP (parlamento orgánico del régimen comunista chino), ya había acordado el domingo 11 reformar la Constitución para derogar el límite de dos periodos de cinco años que imponía a cada presidente. Ese día, por lo menos hubo dos votos en contra y tres abstenciones, pero en la votación del día 17 fue unánime.
Pero, ahí no para el asunto. Para reforzar el poder de Jinping, si esto fuera posible, la Asamblea nombró Vicepresidente a Wang Qishan, que algunos llaman el “Señor Lobo” de China. La evidente mano derecha del ahora todopoderoso mandatario, que le ha ayudado a purgar a sus rivales internos con la campaña contra la corrupción lanzada por la Comisión Central para la Inspección de la Disciplina durante los últimos cinco años. Por razones de edad, Wang Qishan se retiró en octubre pasado del temible y todopoderoso Comité Permanente del Politburó del Partido Comunista Chino (PCCh) al contar ya con 69 años. Su designación como Vicepresidente le pone como el favorito para dirigir la nueva Comisión Nacional de Supervisión. Este organismo, que funcionará al margen del sistema judicial, ampliará las funciones de la Comisión para la Inspección de la Disciplina que vigilará no solo a los cuadros del PCCH, sino a todos los funcionarios públicos. Su inmenso poder, al margen de la ley, despertó todos los temores entre los grupos de los derechos humanos, pues este “súper ministerio” podrá retener e interrogar hasta seis meses a los sospechosos sin notificárselo a un juez.. No obstante, los inspectores del caso tendrán que avisar en 24 horas a la familia del detenido, pero podrían evitarlo si argumentan que dicho aviso entorpecería la investigación o que existe el riesgo de destrucción de pruebas, lo que les deja las manos libres para actuar con absoluta impunidad.

Una vez reelegido como presidente en un segundo mandato, también lo fue en la presidencia de la Comisión Militar Central, que dirige el Ejército. Al efecto, Jinping juró la Constitución ante el pleno camaral en el Gran Palacio del Pueblo. Esta fue la primera vez que un presidente chino toma este juramento en público.
Asimismo, la ANP aprobó una reestructuración a fondo del Gobierno de Pekín para centralizar la propia administración. Esta medida fusionará ministerios y entes reguladores como el de la banca y los seguros. Con siete nuevos ministerios, habrá en total 29 carteras y comisiones estatales, reforzando así al presidente Xi Jinping, que se convierte en el dirigente más poderoso de la República Popular desde el histórico Mao Tsé Tung.
El enaltecimiento de Xi como “emperador vitalicio”, recupera la sombra ideológica de Mao, emblema de la autoridad total del PCCh. Lluís Bassets, periodista español, publicó un bien informado artículo en el que analiza este proceso. Dice: “Los países extranjeros han hecho guerras de religión o se han peleado por la libertad. En China, desde hace miles de años, nos hemos peleado perpetuamente por una sola cuestión: llegar a ser emperador”. El autor de esta reflexión es Sun Yat-sen, el fundador de la primera República china, que sucedió a la caída del último emperador manchú en 1912.
Yat-sen, agrega Bassets, cuenta que “seis o siete de cada diez entre quienes se añadían a la idea revolucionaria albergaban el sueño de llegar a emperador”. Había que “desembarazar a estos individuos de sus ambiciones imperiales”. Xi Jinping ya cruzó el último límite que le impedía para igualarse con el Gran Timonel. Los miembros de la ANP desaparecieron la limitación de mandatos para la presidencia, de “manera que se instalará como un líder vitalicio, reconocido como tal en la propia Constitución, una condición que sólo han ostentado Mao y Deng Xiaoping, aunque este último siempre en la sombra como emperador de facto sin ser ni jefe de Gobierno ni de Estado”.
Continúa Bassets: “Para obtener el máximo trofeo del poder imperial absoluto, justo cuando acaba de iniciar su segundo mandato de cinco años, Xi ha protagonizado un largo ascenso que ha incluido una de las purgas más extensas y severas que se haya conocido desde 1989, que le ha servido para desembarazarse de los rivales y disciplinar las distintas facciones internas del Partido Comunista, en esta ocasión con la excusa de la lucha contra la corrupción en vez de la pureza ideológica marxista leninista de antaño”.
Y concluye: “Xi Jinping adopta ahora el viejo vestido del maoísmo estalinista para terminar con las componendas entre facciones, superar la dirección colectiva y hacerse con un poder absoluto que le permite escapar a todo escrutinio y convertirse así en el hombre más poderoso del planeta durante una larga época”.
En estas circunstancias, reforzado en el poder y autorizado para permanecer en él mientras así lo desee, el Presidente Jinping emerge como un formidable líder de la Asamblea Nacional Popular de China que se reúne anualmente y que se clausuró el martes 20 de marzo después de quince días de trabajos que cambiaron radicalmente el sistema de gobierno del país.
Los asambleístas chinos —cuya autonomía es más ficción que realidad—, finalizaron con los límites de tiempo del mandato presidencial, “aprobaron” una nueva Comisión Nacional de Supervisión (que encabezará el hombre de las confianzas de Xi), así como una reforma del Gobierno que desvía poder del Ejecutivo hacia el PCCH y renovaron, por unanimidad faltaba menos, el mandato del Ejecutivo y jefe de la Comisión Militar Central para al menos cinco años más. Todo un hito.
En pocas palabras, la única estrella que ahora brilla (y brillará por no se sabe cuanto tiempo más) es la de Xi Jinping. Para cerrar con broche de oro la asamblea, el reelecto presidente se dirigió a sus enfebrecidos y devotos fieles: “el pueblo chino ha sido siempre indomable y persistente, tenemos el espíritu de luchar contra nuestros enemigos hasta el final…la Historia ha demostrado y seguirá demostrando que solo el socialismo puede salvar a China…Todos los actos y triquiñuelas para separar al país están abocados al fracaso, serán condenados por el pueblo y castigados por la Historia”.
La advertencia en contra de los que no creen en una China única —como podrían suponerlo en el territorio autónomo de Hong Kong y en Taiwán—, sobre los que Pekín nunca ha renunciado su soberanía, es clara. En el primer causo, las nuevas generaciones, y en el segundo, el Presidente Donald Trump, que acaba de autorizar que funcionarios estadounidenses puedan viajar a la antigua Formosa (como llamaron los portugueses a la Isla Hermosa) para reunirse con políticos locales y viceversa. Con la delicadeza que ha demostrado el magnate naranja para conducir la diplomacia de la Casa Blanca, tocó un punto muy sensible para Pekín. Y recibió el aviso del nuevo “emperador” chino: “aquí no te metas”. China se apropiará de Taiwán a la corta o a la larga. “Viva el emperador”. VALE.

