Por Agustín Lara*

 

De esta sublime artista se han escrito los más grandes elogios. Los cronistas más exigentes le han consagrado sus mejores frases; los periódicos más importantes de todo el universo han engalanado sus planas con su fotografía…

Así que yo, a pesar de mi sensibilidad y de mi devoción por su arte, no soy nadie para hablar de esta mujer pequeñita, cuya voz, VOZ DE FRANCIA, es, como dijera dijera Roberto Blanco Moheno, “¡la voz de la humanidad misma!”…

Su dramatismo, su facultad impresionista, su manera de “hacer” la canción, la sitúan definitivamente entre las pocas gentes que disfrutan de la Gloria en plena vida…

La había escuchado infinidad de veces, pero no tuve la oportunidad de conocerla, sino hasta el día que llegó a México… Esa misma noche fui a Capri… Yo, con palabras emocionadas, le ofrecí en su propio idioma el humilde homenaje de mis manos…

Después fui a su mesa para cumplimentarla, y al estrechar su mano, me pareció que nos conocíamos de siempre, en algún lugar cuyo nombre no existe, tal vez en el camino de la Fantasía, o como dijera el vate De la Llave, “en cualquier esquina de la noche”…

Y apareció en los dos la palabra PARIS, y en las copas de champaña se fueron disolviendo poco a poco nuestros mutuos suspiros y nuestras comunes añoranzas…

Le gustó mucho la melodía que yo utilizaba como tema y enlace en mi espectáculo, y me dijo:—“Quiero esa música para ponerle palabras en francés y cantarla por el mundo entero”…

Con franqueza, me sorprendió…

Me pareció que era una cosita ligera, intrascendente, diremos, no digna de una EDITH PIAF;  pero desde luego le dije ¡que era suya!

Se fue de México, ¡encantada de este país bendito!… Yo estuve a despedirla en “El Patio”, y me hice añicos las manos aplaudiéndola…—En su petaquilla de mano, donde guarda sus cosas íntimas, iba la melodía, que, seguramente, no soñó nunca que el talento y la voz de Edith Piaf llegaran a consagrarla definitivamente…

—Eso se llama “suerte” y lo demás son cuentos chinos— Gracias, mil veces, señora… ¡Que Dios la bendiga!…

*Texto publicado el 16 de enero de 1957, número 186.