Desde el pasado siglo XX, con Huidobro en 1911 y, posteriormente con César Vallejo, se han cuestionado los diversos modos de poetizar, partiendo de cánones rígidos, como son la métrica y la rima (sin soslayar la discusión planteada por el autor del Creacionismo con los preceptistas españoles. ¿Verso libre o verso blanco?, se interrogaba el chileno, determinando al verso como un código rítmico, como un aspecto donde la respiración y la tensión interna jugaban un papel predominante). Lo que después se concibió como vanguardia —y que yo denomino simplemente como “experimentación”— parte de las posibilidades que el lenguaje ofrece para entregar, de otra manera, el contenido lírico. Centro y Sudamérica se han caracterizado por estas exploraciones, estas posibilidades lingüísticas de abordar el poema, partiendo del tono conversacional, prosaico, o buscando resaltar en el discurso no sólo el aspecto tropológico sino la condición social. Muchas “poéticas” han surgido, desde la famosa antipoesía con Nicanor Parra, el Movimiento Zero en Perú, y por supuesto con las expresiones de los poetas cubanos de la revolución del 56. Hubo, desde luego, tendencias en Ecuador y en Nicaragua y en otras latitudes de Hispanoamérica.

En México no es posible hablar de indagaciones ni tentativas. Los Contemporáneos —excepto Salvador Novo—, los del grupo Taller y más tarde los seguidores de Paz, circularon con una proposición formal en tono y contenidos; aunque Eduardo Lizalde, José Emilio Pacheco y Félix Suárez van de la tradición bárdica —el cantor sagrado— al poeta satírico. Muy escasos autores mexicanos han pretendido arriesgarse. Los nombres son mínimos: Sergio Mondragón, Gerardo Deniz, Orlando Guillén y párese de contar. Considero que debo agregar a Coral Bracho, por la forma de desplazar, tipográficamente hablando, sus recursos versiculares, su cualidad de introducir conceptos incluso de la ciencia, sin olvidar su peculiar sintaxis: guiones y paréntesis aclaratorios; pausas y cesuras para marcar plástica y fonéticamente los silencios, etcétera (Cf. El ser que va a morir, 1981 y, sobre todo, Ese espacio, ese jardín, 2003).

La famosa “tradición de la ruptura”, concebida por Octavio Paz en el siglo XX, simplemente quedó en “tradición de la mesura”. Por supuesto que habría que aclarar qué se considera en tanto búsqueda, en tanto vanguardia. En Zacatecas, hace un lustro, el poeta Antonio Cisneros, comentaba conmigo y con Rodolfo Hinostroza sobre Ramón López Velarde. No se explicaba el porqué de las mesas de análisis que se realizan en junio de cada año en honor del poeta de Jerez, cuando en Sudamérica hubo, por esos años (1911 a 1921), un Vicente Huidobro o un César Vallejo. Mi respuesta fue sencilla: López Velarde aportó, a partir del soneto alejandrino, la novedad del encabalgamiento, por lo cual la composición poética semeja a verso libre. Por la forma, desde luego, el autor de Zozobra es muuy tradicional (“poeta menor” le llama Octavio Paz), aunque la adjetivación y la creación de atmósferas provienen, ya lo sabemos, de Herrera y Reissig y de Leopoldo Lugones.

La poesía no es un acto de reflexión, puesto que aquí no intervienen los factores del pensar; tampoco, desde la perspectiva señalada, se piensa sobre lo pensado, como se concibe al acto de reflexionar. La poesía es, ciertamente, un acto de comunicación, si se parte de que para entender se parte del hecho de descifrar, ya que atender al significado significa traducir y maniobrar la codificación rítmica, estructural, según George Steiner (Cf. Después de Babel. Aspectos del lenguaje y la traducción, 2001).

Desacralizar a la poesía, ahondar en la dimensión lingüística, buscando las posibilidades del lenguaje, partiendo del vínculo estrecho: expresión-contenido-intención-resolución, fue, a mediados del siglo XX, una pretensión y un logro. En este sentido, Fernando Alegría en Literatura y revolución (1971), señalaba la clara orfebrería de índole ornamental en la primera etapa de Vicente Huidobro —de raíz parnasiana y tonalidad romántica— y el lenguaje cotidiano mezclado de fórmulas pedagógicas y sentencias de pillería popular, que unía obscuridades y claridades en Nicanor Parra. Esta manera de enfrentar al mundo partía de dos vertientes: 1) el mundo como caos y el hombre víctima de la razón y, 2) la actitud revolucionaria, donde la realidad se mostraba en su complejidad y hondura, por lo que ante el desmoronamiento de la racionalidad establecida, el poeta buscaba redescubrir la cadencia implícita en el lenguaje y apoyarse en las asociaciones de sentido que la escritura postula.

Lo discursivo frente a la exaltación lírica —entendida como emotividad cuasi desbordada y, por tanto, centrada en el sujeto—, que genera reflexiones lingüísticas, puesto que la analogía fónica genera una analogía de sentido. Por su raíz etimológica (poeta en latín es vate, que significa vidente) puede adelantarse a los acontecimientos, predecir los sucesos; mediante su pensamiento analéptico o proléptico, logra explicar sus orígenes arquetípicos o vaticinar la historia. En este sentido, el mito es claro: el poeta, según Graves en La diosa blanca, conoce la esencia de las cosas, su naturaleza. Representa la voz más entera del hombre, según indicaba el viejo León Felipe.

Es evidente que la Revolución Cubana, así como los procesos sociales en Hispanoamérica —golpes de estado, gorilatos, represión, persecución y encarcelamiento, etcétera—, marcaron la pauta. La expresión lírica generó ese logos social, que conciliaba la ética y la estética. Literariamente hablando, México continuó con su tono crepuscular (Pedro Henríquez-Ureña dixit) y salvo algunos autores como Sergio Mondragón, Efraín Huerta y los integrantes de La espiga amotinada (Jaime Labastida, Jaime Augusto Shelley, Óscar Oliva, Juan Bañuelos y Eraclio Zepeda), no hubo pretensiones de vanguardia o de adecuación de los contenidos versiculares.

Durante la turbulencia centroamericana y sudamericana provocada por los regímenes militares de los 70, hubo manifestaciones internacionales de muchas organizaciones no gubernamentales para defender los derechos elementales de existencia, libertad, integridad y otros de aspectos políticos. La violencia bélica represiva contra la población, tuvo lugar en esa zona. Y el poeta alzó su voz, su canto. Y a veces pagó con cárcel su osadía, como fue el caso de Heberto Padilla en Cuba, o con su muerte, como fue el caso de Roque Dalton. También se dieron movimientos literarios determinantes que buscaban devolverle al poeta el derecho a expresarse como persona, incluso el derecho a violentar a la sociedad y violentarse a sí mismo para romper lo que postulaban las modas o las academias. Huidobro, en Chile; y Vallejo en Perú, son los pioneros, a quienes después se agregarían Pablo de Rokha, Gonzalo Rojas, César Fernández Moreno, Nicanor Parra y un largo etcétera (Cf. Fernando Alegría, Literatura y revolución, México, 1971). Estética y revolución coinciden tanto en narrativa como en poesía; la turbulencia centro y sudamericana iba a la par con las tendencias literarias. El poema, como ideología y praxis política.

Nadaísta colombianos, con Gonzalo Arango a la cabeza, los tzántzicos del Ecuador (de hecho el movimiento fue en los 60, a través de la revista Pucuna; los autocalificados “reductores de cabezas”, puesto que “tzantzas” son las testas reducidas a menos del tamaño de un puño que realizan los indios de la selva oriental ecuatoriana, postulaban que la poesía era un instrumento de la política, precisa Miguel Donoso Pareja en Once poetas, seis países: ¿poesía concreta o poesía en proceso?, en Muchachos desnudos bajo el arcoíris de fuego (Antología de Roberto Bolaños), México, 1979: 22-23pp.); el Movimiento “Hora Zero” del Perú y en México a los infrarrealistas, con Roberto Bolaño y Bruno Montané, por la parte chilena, y Mario Santiago por la mexicana son algunos de los antecedentes de lo que denomino en tanto Logos social.

Siempre en situaciones límites, el hombre sensible se aparta de la normalidad. Su función social consiste en cantar una historia, trastocar el mundo, revertirlo. Develarlo. Husmear, hurgar, expresar lo más turbio o lo más angelical de la humanidad. La poesía, ciertamente, es un arma. Y con ella en el corazón luchan los pueblos. Por eso el poeta aborda con singular profundidad, a través de versos directos, una apasionada visión crítica para denunciar las condiciones sociopolíticas. La lección es clara: frente al embate belicista de las naciones poderosas, frente a la violencia generalizada, ante la marginación, la pobreza, la degradación del medio ambiente y las flagrantes desigualdades sociales el poeta está obligado a postular su verdad y a ejercitar la libertad a favor de los demás, aunque se quede Fuera del juego, como el cubano Heberto Padilla.