Una vez más se hace patente ese irregular comportamiento de los mexicanos ante el triunfo de un compatriota en el extranjero. Eso que yo llamo “Síndrome del Cangrejo al Fondo de la Cubeta”. Ojo: me refiero a mexicanos de una cierta educación, que se las dan de jueces estéticos, eruditos en cine y literatura, y se auto ungen “intelectuales”… y todo lo que un mexicano haga fuera de México les resulta una aberración de la naturaleza.
Odian a Gael, a Diego, a Salma, a Iñarritu a Hugol… el “horrible vestido amarillo” de Eiza González… los encuentran mediocres y sobrevalorados, amén de pesados y sangrones. Me pregunto si los chilenos habrán puesto el grito en el cielo por el Oscar a Mejor Película Extranjera otorgado a Una mujer fantástica, de Sebastián Lelio, alegando que segurito la ganó porque su heroína es trans, pero en el fondo es una boludez.
Recordemos los manoteos contra la película Frida, la inexplicable perturbación cuando Salma Hayek resultó nominada en la categoría de mejor actriz; y luego la de Damián Bichir, muy amado mientras no aparezca hablando en inglés y dirigido por Quentin Tarantino…y así, ad infinitum: todo lo que los mexicanos hagan bien fuera de su territorio, está mal. ¡Y viceversa!
El complejo de inferioridad
Pero con el ensañamiento contra Guillermo del Toro y su película ganadora del Oscar, La forma del agua —“The shape of water”—, se rompe récord en cuestión de protestas de cinéfilos exquisitos que consideran que cualquiera de las competidoras era infinitamente superior (aunque no hayan visto ninguna). Nadie protestó cuando el Oscar se otorgó a una película que reproduce el manido tema del niño negro criado en un barrio peligroso, cuyo inminente destino es volverse hampón, como Moonlight, ganadora del año pasado. No protestan ni debaten sobre su calidad respecto a las demás películas en competencia por una sencilla razón: el director no es mexicano, ni hay mexicanos envueltos en la trama.
La intelectualidad mexicana se manifiesta, de la noche a la mañana, irredenta fan de Tres anuncios por un crimen, aunque la mayoría ni siquiera la han visto —como muy probablemente no hayan visto ni la de Del Toro— porque es la que tiene que gustarles: “la dura”, “la realista”, “la que parece dirigida por los sagrados Hermanos Cohen”. Tampoco yo he visto esta película. No dudo que sea buena, incluso buenísima… pero eso no le quita méritos a La forma del agua, porque todas las nominadas —y pienso en la estremecedora Get out!, de Jordan Peele— tienen que ser cuando menos “muy buenas” para alcanzar una nominación, se diga lo que se diga.

El galardón más cotizado de la industria cinematográfica a nivel internacional.
Seguro… “se fusiló la idea”
Pero no se trata de la natural subjetividad de la apreciación de una obra de arte, sino de un reflejo del complejo de inferioridad que se nos ha inculcado a los mexicanos y que deriva en esa manifestación sociocultural, oscilante entre el nacionalismo ramplón (“amo a Reygadas porque dijo que no le interesaba Hollywood”) y el autodesprecio.
De manera inconsciente, la mexicanidad del genio de Del Toro incita al “sospechosismo”. Un mexicano está impedido para hacer obras maestras. Seguro hizo trampas o es amigo de Harry Weinstein (por mencionar el nombre con mayor índice que búsquedas en google). Segurito se fusiló la idea de alguien del Primer Mundo, algún holandés o noruego… o se inspiró en una comedia romántica de los años ochentas, como Splash. Olvidan, o nunca han reconocido, que sus compatriotas —Cuarón, y muy particularmente González Iñárritu— obtuvieron incuestionables piezas maestras, incluso antes de ganar sus respectivos Oscar.
Tengo ciertas reservas para con Gravity, de Cuarón, lo que no implica que me parezca mala, al contrario. Pero Birdman y The revenant de Iñarritu me parecen infinitamente superiores. Del Toro es otra cosa aunque lo metan en la misma cubeta. El jalisciense se ha especializado en cine fantástico: nunca dirigiría una película tipo Tres anuncios…, de Martin McDonagh (que no alcanzó nominación a mejor director), o una soap opera como Moonlight. Ni siquiera una como Birdman, cuyo realismo es relativo. Y justo en esto radica el ingrediente extra que justificaría el encono de sus detractores: el género fantástico ha sido sistemáticamente menospreciado en México.
Pudiera pensarse que en cine es prácticamente inexistente, pero sé de material del género que, pese a obtener premios internacionales, no encontró el camino para exhibirse comercialmente, como la adaptación cinematográfica de mi novela Sho-shan y la dama oscura, dirigida por Carlos Preciado Cid. Si Del Toro hubiera filmado El laberinto del fauno o El espinazo del diablo en México, permanecerían enlatadas y fuera de circulación. Nada más aberrante, pues, que un director mexicano, especializado en un género despreciable que, para colmo, se alza con el Oscar a la Mejor Película. Esa es una anomalía que un sector de la población mexicana no está dispuesto a perdonar.
PD: No es que a Reygadas no le interese Hollywood, sino que a Hollywood no le interesa Reygadas: para eso tienen a Terence Malik.


