El título o encabezado de estas líneas podría parecer tremendista, pero en los centros de análisis económicos de todo el orbe comienza a crecer la percepción de que las acciones proteccionistas del actual gobierno estadounidense no son simples adecuaciones o ajustes al modelo de libre comercio impulsado por ellos mismos e impuesto a casi todo el mundo.

Las decisiones que paulatinamente han ido tomando implican un abandono, un desechamiento del mercado globalizado, por un regreso a las economías protegidas, prohibicionistas y animadas por un fuerte contenido nacionalista, tirando al cesto de la basura temas antes prioritarios como la competitividad.

El gobierno del presidente Trump parece querer construir un muro, no para defenderse de fuerzas externas, sino para aislarse del resto de las naciones, no parece entender que la interdependencia comercial construida en las ultimas casi cuatro décadas también les afectará en caso de un derrumbe, a ellos, a su economía, a su industria, a su agricultura y a sus consumidores. La muy reciente balandronada de que “las guerras comerciales son buenas y fáciles de ganar” pintan de cuerpo entero el tamaño de su extravío.

A la pérdida de su hegemonía geopolítica, hoy parecen querer sumar la perdida de su influencia en los procesos industriales, comerciales y tecnológicos en todo el planeta. La guerra no será fácil, ni focalizada, y en esta ocasión la enfrentarán —si deciden hacerla— en posición desventajosa. Los chinos, la Unión Europea, Rusia, India y hasta sus vecinos, nosotros y Canadá, habrán de defender sus intereses nacionales, y no pueden ni deben olvidar los estadounidenses que ellos también han generado una dependencia hacia el resto de la economía mundial e impusieron una división planetaria del trabajo y del acopio de materias primas y alimentos.

Al inicio del actual régimen estadounidense y olvidando las propuestas de la campaña electoral, comentamos en este privilegiado espacio de nuestra revista Siempre! que una vez llegado al poder y comenzar a gobernar o administrar el gobierno, el presidente Trump seria centrado, ubicado y hasta controlado por los poderes fácticos, el grupo industrial-militar, las grandes industrias, los capitostes del comercio manufacturero y los productores agroindustriales. Hoy a pesar de haber sido acotado por el Poder Judicial o el Legislativo en algunos temas insiste en tomar decisiones insuficientemente razonadas.

El muy reciente anuncio de imponer aranceles al acero no fue meditado suficientemente, el empecinamiento de concretarlo llevaría a una guerra comercial mundial, que podría provocar una gran depresión de la economía global. Rompería alianzas con sus aliados y socios comerciales, y represalias y ataques frontales de todos los países afectados. Si lo hace por mantener el apoyo de sus electores, este pronto se le revertirá, porque no generarán más empleos, ni crecerá su producción industrial y, por el contrario, aumentarán los precios para todos los consumidores norteamericanos. Su capacidad de producción acerera es insuficiente para atender su demanda interna. Y Canadá, su principal proveedor de acero, no es un enemigo fácil.  Hasta su asesor comercial prefirió renunciar.

En este contexto global debe analizarse el estancamiento de la revisión del TLC y el anuncio de Estados Unidos de que prefieren tratados bilaterales. Por desgracia la economía mexicana sigue siendo una economía dependiente y asimétrica.  Y no es una posición derrotista o conformista, es la realidad y debemos asumirla. Aunque es justo reconocerlo, estamos en mejor posición negociadora que en los años noventa.