En aras de recibir en Madrid la Medalla de Oro del Círculo de Bellas Artes, el director finlandés Aki Kaurismäki conversó con los medios de comunicación acerca de su concepto artístico, la responsabilidad y el mensaje social de éste. Y es que quien se ha convertido en todo un ícono de la cinematografía europea, no se limita únicamente a esperar las proyecciones de sus películas para hacer diferentes llamados a la conciencia; él, en sí mismo, es un personaje de protesta.
Reacio a las formalidades de protocolo e incluso a expresarse en una lengua que le parece imperialista e impuesta como el inglés, el director de El hombre sin pasado posee un demoledor panorama sobre nuestros días:
“Todo el poder está en manos del capital, en manos de idiotas. Pero esta no es razón para renunciar y rendirnos, la esperanza mueve montañas. Y si se acaba la esperanza siempre podemos buscar un bar. Por cierto, ¿dónde está el más cercano?”
Tal percepción no es para menos, pues en su último filme, Kaurismäki exploró a profundidad el drama de los refugiados y sacó a la luz su faceta más dramática, a la vez que que descubrió el decepcionante rol de su continente frente a la problemática.
“Es una gran vergüenza para Europa. De pequeño yo imaginaba que Europa era un lugar seguro, democrático y humano. En el mundo moderno teníamos la idea de que nos podíamos fiar de Europa, pero esto se ha acabado. En los últimos siete años las superpotencias tienen que probar sus armas para seguir amenazándonos a todos y las utilizan para bombardear mercados y hospitales. Es una vergüenza. Este planeta nunca ha tenido tantos sociópatas y psicópatas en el poder. Eisenhower decía que hay que evitar que se unan la industria armamentística y el capital y eso es exactamente lo que tenemos hoy en día. Putin ha dicho que Rusia ha probado sus nuevas armas en Siria y que funcionan muy bien, aunque para ello haya masacrado a la población siria”.
Posteriormente, en una conversación más íntima con El Cultural, Kaurismäki confesó que se sentía honrado por la presea ibérica que recibió, aunque no era un hombre “mucho de premios”; sin embargo, vio el lado positivo pues “quería venir a Madrid para ver los edificios y disfrutar de la comida.”
También con un poco de sentido del humor realizó una simpática autocrítica nacionalista al mencionar que se cree feliz a Finlandia sólo basándose en el aspecto económico:
“Nadie es feliz en Finlandia. Nadie sonríe en la sociedad finlandesa. Antes eran algo más felices, pero ni siquiera entonces la gente sonreía. No hay hábito. La gente se ríe a veces a carcajadas, pero no sonríe. Nos reímos en las bodas y en los entierros”.
Por último, siguiendo la temática de la felicidad, responde con astucia a la pregunta de sí se alegra de haberse dedicado al cine.
“Según la opinión del público, creo que no debería estarlo. Pero siempre fui demasiado perezoso para dedicarme a algo honesto”.