Democracia, democracia, democracia, lo que se llama Democracia, no es precisamente lo que se vive en la Federación Rusa. Sin embargo, el país más extenso del planeta el domingo 18 de marzo realizó, “democráticamente”, sus comicios presidenciales en los que se cumplieron los pronósticos que habían adelantado las encuestas oficiales: la tercera reelección del presidente Vladimir Vladimirovich Putin (Leningrado, URSS, actualmente San Petersburgo, Federación Rusa, 7 de octubre de 1952), con una votación del 67,47% a su favor, de un total de 73, 360,000 electores. Estos datos corresponden a la suma del 99.84% de las boletas depositadas en las urnas. Acudió a votar el 76.60% de los electores.
En esta ocasión, fueron ocho candidatos a la Presidencia, pero realmente solo participaron siete, pues el principal líder de la oposición Alexei Navalni, fue invalidado por la Comisión Electoral Central acusado de corrupción lo que le impedía ser inscrito en las papeletas. El candidato del Partido Comunista, Pavel Grundini, de 57 años de edad, fue el segundo en la votación, con el 12.4%; el populista Vladimir Shirinovski, en tercer lugar, con el 6% y, en cuarto sitio la única mujer rusa que ha llegado a contender por la presidencia, la comentarista de televisión Ksenia Sobchak, de 36 años, recibió apenas el 1.68%. Por cierto, dado la relación de su padre con Vladimir Putin, del que fue jefe, y ex alcalde de San Petersburgo, muchos pusieron en tela de duda que realmente Ksenia fuera una candidata independiente.
La reelección de Vladimir Putin tiene lugar en uno de los momentos más críticos de su relación con Europa –específicamente la Unión Europea, y la Gran Bretaña con la que enfrenta un grave problema diplomático por la muerte de un ex espía ruso y su hija, lo que motivó la expulsión de 23 diplomáticos enviados por el Kremlin ante la Corona inglesa, medida que ya recibió la respuesta por parte de Moscú: otros 23 diplomático ingleses deberán abandonar territorio ruso en pocos días–; crisis en la que ya intervino el gobierno de Donald Trump, a favor del Viejo Continente. Todo un embrollo.
Aunque en esta ocasión fue notoria la apatía de Putin en la campaña, el ex agente de la KGB se presentó ante la sociedad rusa con el lema de que Rusia necesita sentarse en medio de la tormenta: “Un presidente fuerte, un país fuerte”. En un ambiente de confrontación con Occidente –desde donde se acusa al Kremlin de interferir en las elecciones de la Unión Americana a favor de Donald Trump, en el Brexit de Inglaterra, en Alemania y de asesinar (envenenando) a ex espías y a un periodista en la Gran Bretaña, invadir a Ucrania y masacrar y apoyar al gobierno de Al Asad en la guerra de Siria–, buena parte de la ciudadanía rusa tomó en serio la defensa nacionalista de su presidente y lo demostró en las urnas.
En reciprocidad, el imperturbable mandatario ruso fue uno de los primeros en acudir a depositar su voto, y al ser interrogado sobre el resultado que consideraría satisfactorio para continuar su labor presidencial, respondió: “Cualquiera que me permita ejercer la función de presidente. Estoy seguro del programa que propongo al país”.
Propios y extraños desconfiaban de la pulcritud de las elecciones. Y no era para menos. Desde la apertura de las casillas, cuando se iniciaba la jornada dominical, en la Internet empezaron a circular videos en los que aparecían hombres y mujeres que trataban de rellenar las urnas con la mayor cantidad de papeletas posibles. Al declinar el día, faltando dos horas para la clausura de los centros electorales a todo lo ancho del país –Rusia cuenta con 11 husos horarios–, muchos observadores (locales) declararon a la prensa que casi la mitad de las 1,000 denuncias (sic) recibidas por infracciones no se sustentaban, que eran falsas. Número de quejas poco creíble.

Xi Jinping.
Sin embargo, hay resultados que forzosamente llamaron la atención de los observadores debidamente acreditados. Por ejemplo en Crimea –donde se votó por primera ocasión en comicios rusos tras que la península se anexó a la Federación en el año 2014–, Putin recibió un apoyo fuera de serie: superó el 90% de los sufragios. Casi ni Fidel Castro y su hermano Raúl han llegado a estos porcentajes, ni Hugo Chávez en sus mejores momentos o el aimará, Evo Morales de Bolivia.
Por la noche del domingo 18, el mandatario reelegido encabezó un concierto en el centro moscovita para celebrar el cuarto aniversario de la anexión de Crimea. Ahí fue donde dijo, eufórico, la frase que mucho le habrán de recordar en el futuro cercano: “Rusia está condenada al éxito”. Otros presidentes extranjeros han dicho algo parecido en momentos similares y así les ha ido. Putin interpretó su victoria como “un reconocimiento de lo hecho, “confianza” por lo que hace “esperanza” por lo que hará. Un miembro de su equipo electoral manifestó antes de conocer los resultados definitivos: “estos comicios son equivalentes a un referéndum”. En la elección del año 2000 obtuvo un 52.94% de los votos; en 2004, el 71.31%; y en 2012, el 63.60%; ahora en 2018, el 76%. Números que sorprenden a muchos. En política electoral, como se sabe, nadie puede mantener para siempre el ascenso de los votos, ni el delfín que recibió el apoyo de Boris Yeltsin. Sobre todo cuando el propio candidato del Partido Comunista, Pavel Grundini, denunció que los comicios del domingo 18 de marzo habían sido “los más sucios de los que han tenido en el espacio postsoviético”. Nada más, nada menos.
Momentos de euforia y regocijo para Putin, semejantes a los que acaba de disfrutar el líder chino Xi Jinping, cuando el Partido Comunista recién amplía los periodos de gobierno del presidente en turno. Tienen sus razones. Xi “acaba de afianzar su eternización en el poder con la aclamación del PCCh; Putin ha orquestado una notable escenificación de legitimación pseudodemocrática (entre otros detalles, no podía competir el único rival real)…La marcha de los (dos) titanes de la internacional de los autócratas difícilmente podría ser, a primera vista, más triunfal”, dice Andrea Rizzi, en su Análisis titulado “Los titanes enanos”.
Putin se encuentra en el momento más alto de su vida política, cuando todo lo que haga es una “exhibición pornográfica del poder que tienta o seduce a tantos, no sólo en Rusia, sino en Estados Unidos de América (la influencia que ejerce sobre Donald Trump es más que evidente, lo dicen allegados y enemigos) y en Europa, donde la erótica del poder la encarna… Angela Merkel”, aunque no lo parezca, pero que también va por su cuarto mandato que la podría mantener en el poder durante 16 años.
El analista político español, Fernán Caballero, en un acucioso artículo periodístico titulado “La pornografía del poder” recuerda el libro El juicio de Kissinger del intelectual británico estadounidense Christopher Hitchens (Portsmouth, Inglaterra, 13 de abril de 1949-Houston, Texas, 15 de diciembre de 2011), en el que explica que si al controvertido diplomático judío, de origen germano (Secretario de Estado y Consejero de Seguridad Nacional de EUA, Henry Kissinger –el que aterrizó el encuentro entre el presidente Richard M. Nixon y el líder chino, Mao Tsé Tung–), le invitan a fiestas o conferencias es “porque su presencia produce un frisson; el auténtico toque de poder impenitente y en crudo…Porque los discursos de Kissinger, incluso su mera presencia, provocan una risa nerviosa e incómoda…la clase de risa que a él le gusta provocar. Al exigir su tributo, exhibe no lo afrodisiaco del poder, sino su pornografía”.
Dice Ferran Caballero: “Es la misma risa nerviosa que le gusta provocar a Putin y la misma exhibición pornográfica del poder que tienta o seduce a tantos…De ahí que haga un uso tan descarado, tan pornográfico, de un poder bruto y zafio, tan poco soft y tan poco smart como es el de asesinar a espías jubilados y a periodistas en Inglaterra o donde sea. Putin goza del exhibicionismo porque sabe que la democracia y sus formalidades no pueden satisfacer todas las pulsiones del alma del hombre. No al menos por sí mismas. Porque sabe que él las elecciones ya las ganó hace años y que la victoria del domingo 18 de marzo sólo puede leerse como una nueva victoria de su concepción de la política y que es suficiente para seguir jugando con la estabilidad no tanto de nuestras instituciones como de nuestras convicciones sobre la naturaleza del mejor régimen y los mejores hombres”.
En fin, los comicios del pasado domingo 18 de marzo fueron para Putin un desfile militar y no en sentido figurado, sino literal. Por el momento, Vladimir Putin aglutina en su persona tanto la “autoridad moral” como el poder ejecutivo y el fervor religioso que entre el pueblo ruso no es cualquier cosa, amén que representa la imagen del “mejor guerrero”. En este sentido, la democracia rusa es un simulacro que Putin ha convertido en la coartada de su inmortalidad. Si el destino no dispone otra cosa, hay Putin por lo menos hasta el año 2024. ¡Viva la democracia! VALE.