Las más importantes justificaciones y cualidades del sistema capitalista se encuentran en la defensa de los derechos humanos y en el ejercicio de la democracia liberal; la desigualdad y la pobreza han fisurado esta estructura y hoy la humanidad se encuentra en grave crisis.

El fenómeno político surge como una nueva ola para enfrentarse de manera anti-sistémica a los gobiernos y a los partidos dominantes, que constituye una constante  irrefrenable de nuestro tiempo. La derecha italiana acaba de ganar la mayoría del Parlamento, al igual que ha sucedido en otros países europeos con resultados sorprendentes, como la elección de Macron, la salida del brexit de la Gran Bretaña —donde se forma un nuevo partido anti-brexit— o la grave crisis de Cataluña en España, que aún no se resuelve.

En América, la elección de Trump, la consignación de los presidentes social-demócratas —empezando por la persecución de Lula en Brasil—, la entronización de la corrupción en temas electorales como el famoso caso Odebrecht, han producido un clima de ira social y de enojo colectivo, originado por el mal manejo y gestión del neoliberalismo.

México no es la excepción, existen corrientes importantes en contra del sistema y una campaña de odio contra el presidente Peña Nieto; los candidatos no han presentado proyectos atractivos y la política electoral se conduce manipulando los sentimientos más elementales de una población agraviada, cuyo único denominador común es la pobreza y la frustración.

Seis mexicanos aparecerán en la boleta para la presidencia de la república; el pueblo de México debe conocer en específico la vida personal y la conducta de todos y cada uno de estos aspirantes, para elegir con precaución y cautela, quién tiene las capacidades éticas y políticas para dirigir la nación.

El affaire del joven Anaya no tiene importancia, lo que habría que preguntarse no es si tiene o no conductas ilícitas, sino ¿por qué este joven, en vez de cumplir su función pública, se dedica sínicamente a la especulación inmobiliaria?; el joven maravilla está entrampado en su propio laberinto; en su vida personal aleja a sus hijos de la nación educándolos, como él, en el extranjero; lo censurable no solamente son los 54 millones que recibió en forma oscura —vendiendo un terreno que le fue recomprado por los mismos intereses y cuyos compradores que aportan el dinero mencionado son empleados menores de un empresario que esta atrás de este enjuague—; no es problema de procuradurías, sino de ética.

López Obrador es un hombre honrado, terco —como él mismo se define— y soberbio; cambia camaleónicamente de líder político a pastor mesiánico de sermones moralistas y de chistes simpáticos; es un líder, nadie lo duda, pero en este momento de su vida ¿tendrá la capacidad para conducir el país, cuando no conoce la política económica externa ni interna, cuando su preparación académica deja mucho que desear?, ¿será suficiente su carisma para gobernar? El gran problema de López Obrador es su imprecisión y su infalibilidad de que “nadie tiene la razón ni la verdad, excepto monseñor López”.

Meade es el mejor, no cabe la menor duda, pero tiene que demostrarlo presentando proyectos, aunque está rodeado de un grupo de inexpertos y otros sólo han visto su beneficio personal buscando las candidaturas al Congreso. Se acerca peligrosamente el tiempo en que el candidato Meade  demuestre sus capacidades y convenza al electorado; tiene alineados en su favor a las fuerzas reales del poder, pero ¿será esto suficiente para su victoria electoral?

Los otros tres candidatos independientes: Margarita Zavala, Jaime Rodríguez y Armando Ríos Piter, habrá que reconocerles su valor y decisión de emprender el casi imposible camino de la victoria, pero al menos están sembrando una nueva opción dentro del sistema político mexicano.

La democracia se encuentra en crisis; estamos obligados a rescatar lo mejor de nuestra historia e instituciones, para darle un camino viable a nuestro país amenazado violentamente por las fuerzas del imperio.