Nuevamente es motivo de festividad en el ámbito literario la reaparición de El complot mongol, de Rafael Bernal. La primicia exalta al público al dar a conocer una novela gráfica a cargo de Luis Humberto Croswhite (guión) y Ricardo Peláez Goycochea (dibujo) bajo el sello de Joaquín Mortiz y el Fondo de Cultura Económica, 2017. Podemos descubrir, ansiosos lectores, las huellas necesarias para seguir la pista, el umbral de ese misterio fascinante que constituye la obra de Rafael Bernal, un escritor idóneo de crear novelas autoritarias correctas y uno de los pocos que alcanzaron crear una grafía elevada mexicana, un humor y economía de recursos narrativos erigiendo los contextos necesarios para buscar la mejor solución, Rafael Bernal asimiló y confeccionó con exactitud justa las formas que carecía este tipo de escritura. Comprendió el método deductivo cuanto se adapta a la literatura, corrió el riesgo de volverse previsible y artificial a cada frase. El género detectivesco lo concibió como un desnudo rompecabezas, era un perfil cegado en la historia de la literatura, por ello expuso la transformación de la literatura negra mexicana Filiberto García, el protagonista de El complot mongol, con quien el lector localizará el talante de Bernal para ciertos cuadros su profunda reflexión del ser humano. Es también una obra que nos manifiesta una desenvoltura que todo gobernante traza y circula sus convenientes quimeras, el acto de comunicación a favor de un partido político aunado a una desaprobación sistemática de cinismo con que se suele explicar la descomposición nacional a contracorriente de la adaptación de aquella época.
En El complot mongol no debemos perder de vista a sus personajes que compensan un clímax hacia el final de la ficción sobresaliendo todas las pruebas y vislumbrar el sentido de sus propias vidas imaginarias. En la novela policial se encuentran parajes en que se traspasan indisolubles falsedades todas las simulaciones, todos los aspectos embaucadores para resolver las maquinaciones al tiempo que encuentran el sentido de su vida. “A mí qué me importan la Mongolia exterior, el presidente gringo o los pinches rusos./ Que dé mucha lealtad al gobierno. ¿Y qué ha hecho el gobierno por mí?/ ¡Pinche sueldo que me pagan!”.
Estudia a otro ser activo su enorme tonelaje. Con su protagonista nos da la pauta entre párrafos una extraña serenidad reflexiva que lo lleva a subyugar su restringido enfoque de la orbe en que él tiene un fuerte dominio con el más débil; su desarrollada agudeza de las desiguales manifestaciones que adopta la corrupción en nuestra América Latina.

El presente libro transfiere una contextualización en el panorama literario y visual, nace una yuxtaposición entre dos lenguajes narrativos; uno derivado del texto y otro dependiente de la imagen no basta con saber trazar, de hecho, es ser competente en entrelazar ambas disciplinas humanísticas para exponer una buena obra, como lo hace el dibujante Ricardo Peláez Goycochea, en un libro de un autor con seriedad y documentado para cada una de sus narraciones. Peláez Goycochea rompe escrituras implantadas, sus representaciones con rasgos estilísticos y narratológicos son creaciones novedosas, su tono oscuro es perfecto para El complot mongol.
El guión escrito por Luis Humberto Crosthwaite nos manifiesta su enfática ficción en la cual todo es sincrónico con un agudo ojo de las pretensiones sensoriales de su protagonista Filiberto García, su extraña serenidad para fiscalizar su coartada, posición del mundo exterior en una época que desborda violencia sin intervención, vacilación y agitación social constante. No es irrazonable echar un vistazo atrás, al pasado que si bien no pudo haber sido mejor, poseía un aire consolador. “Y para que resulte, mañana, después del pequeño incidente, yo voy a ocupar la presidencia… Y vamos a encauzar a México por el camino del verdadero progreso, el amor a la patria es lo que nos obliga a obrar de esta forma”.
En nuestra lectura observamos aquellos antihéroes del mundo de manuscrito y tinta, hallamos una solución o el olvido de nuestros avatares. ¿Quién obtendría ser el ídolo y malévolo de una humanidad que se halla en una encrucijada como la nuestra? A mansalva especularían con el protagonista Filiberto García, el célebre detective de El complot mongol, de Rafael Bernal. El autor de esta novela negra en su mocedad fue un sinarquista, vehemente católico hasta el nervio, trotamundos tenaz, apasionado colaborador en diversos ámbitos pues supo desempeñar su trabajo con astucia en la diplomacia, la televisión, el periodismo y como escritor en la historia y la narrativa, por ello, nuestro escriba siempre supo adentrarse en lo más profundo de sus ideologías, caviles, poner en tela de juicio ideas y deducir acerca de lo que intuimos que dijo o quiso decir en tal o cual libro.
Bernal fija la acción en cuanto alecciona un enterramiento, acuña el instante en que debería descobijar esos enlaces de la trama y los actores recaudan la colosal jerarquía de la vida humana. “¡Pinche velorio!/ Réquiem/ Eternam Dona/ Eis Domine/ ¡Pinche soledad!”.

