Los debates políticos entre candidatos presidenciales irrumpieron con fuerza a partir de 1960, los protagonistas fueron John F. Kennedy y Richard Nixon, la comunicación política adquirió otros matices como la imagen, lenguaje personal, propuestas y demás aditamentos propios del marketing. Ahí se diseñó otro paradigma.

En nuestro país fue en 1994 el primer debate entre aspirantes a la Presidencia de la República, recordamos a Diego Fernández de Cevallos, Cuauhtémoc Cárdenas y Ernesto Zedillo, posteriormente hubo otros encuentros en las sucesivas elecciones. Los formatos han sido rígidos, en extremo cuadrados para terminar aburridos.

Actualmente, el Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación revocó un acuerdo emitido por el Instituto Nacional Electoral que prohibía la celebración de debates entre los aspirantes a la presidencia en el periodo de intercampañas —eufemismo hueco—, al margen de los tres que anunció que organizará el propio árbitro de los comicios.

José Antonio Meade, el rezagado aspirante priista ya invitó a su homólogo de Morena, Andrés Manuel López Obrador, a quien le dijo coloquialmente “éntrale”, aunque el morenista ha dicho un rotundo no.

Sería interesante una confrontación de ideas, propuestas, proyectos y visiones de país entre quienes buscan gobernarlo; los temas para debatir son abundantes, aunque seguramente algunos aspirantes se van a centrar en cuestionar, denostar y adjetivar a sus oponentes, lo que no sería extraño.

Al hacer memoria y consultar las fuentes que dan cuenta del debate que citamos al inicio del presente artículo, el cual se llevó a cabo en el vecino país del norte para ser trasmitido por radio y televisión, dejó varias lecturas. El vencedor en el debate fue el candidato demócrata John F. Keneddy; quienes lo escucharon en la radio dijeron que el ganador fue Nixon, los que lo vieron por televisión se decantaron por el aspirante que ya en la presidencia fuera acribillado en Texas, magnicidio no aclarado jamás.

En el caso mexicano parece que todo llega tarde, los debates que hemos visto entre candidatos suelen ser accidentados, rígidos, ausentes de propuestas y plagados de las más rústicas descalificaciones que no ayudan a clarificar la visión de los electores.

En política no se adelantan vísperas, desconocemos con qué ideas o hallazgos concurran los candidatos a los debates, si tendrán una clara visión de los problemas múltiples que nos aquejan como nación: corrupción, impunidad, Estado de derecho, reforma del Estado. El listado parece no terminar.

El nivel del debate debe ser alto como las expectativas puestas en el próximo ejercicio electoral en el que puede inscribirse la alternancia de nueva cuenta.