Para Liébano Sáenz

Si hay algo muy lastimoso en la vida de un político es que sean otros los personajes más importantes de su propia existencia. Que él sea, en ella, tan solo un espectador, un extra o, cuando mucho, un actor de reparto.

En una reciente plática de familia dije que muchos personajes políticos mexicanos actuales son figuras muy aburridas. Conversar con algunos políticos importantes de hoy produce verdadera pereza. A esto sobrevino una pregunta lógica: ¿cómo se identifica a un personaje poco interesante?

La primera respuesta que me di fue que una persona es insignificante cuando, siendo muy importante, la rodean personas que resultan más interesantes que él.

Aclaro que esta regla no sirve para calificar a los presidentes. Su cargo es tan espectacular que resulta muy difícil que alguien cercano le pudiera “robar” los reflectores.

Pero los encargos menores al presidencial sirven perfectamente para ilustrar mi ejemplo. El cargo de gabinete o de gubernatura, por sí solo, no es tan interesante ni tan espectacular como el presidencial.

De allí que las personas cercanas pueden resaltar más que el propio personaje. Es fácil identificar a algunos funcionarios a los que lo mas importante que les ha sucedido en toda la vida han sido su metiche hermano, su hermosa novia o su ratero cómplice, dejando a ellos como una figura de segundo lugar. No sus proclamas ni sus discursos ni sus doctrinas ni sus ideas ni sus obras. Vamos, ni siquiera sus errores o sus vilezas sino, tan solo, lo que le prestan los que se fotografían junto a ellos.

Una figura extranjera que provoca confusión es Juan Domingo Perón. A primera vista pareciera que su esposa, Eva, es muy importante en su vida. Creo que esto es una sobreestimación producto de una ignorancia muy generalizada. Perón es una figura interesante por complicada. Tiene, entre lo bueno, que casi colinda con lo genial. Tiene, entre lo malo, que casi raya en lo siniestro. Es una figura histórica que me inspira terror, mas no lo provoca por perverso sino por oscuro.

Pero lo importante es que Juan Domingo Perón es el verdadero y único protagonista en la vida de Perón. Ni Eva, ni Isabel, ni Cámpora, ni los generales argentinos ni nadie es realmente importante en su vida. En el fondo, nadie la afectó y nadie la inspiró. Con Perón el cineasta podría realizar una producción multiestelar o un simple monólogo y los dos podrían ser excelentes. Si reunieran su inteligencia y su experiencia un político, un historiador y un psicoanalista, podría resultar un argumento cinematográfico ideal.

Por el contrario, se dice que Marta Sahagún controló la vida del presidente Vicente Fox. Que en muchos momentos de la vida Fox era Marta y Marta era la presidenta.

Ahora, por el contrario, pensemos en María Tudor. Siempre rodeada de reyes. Ella misma fue reina, hija, hermana y esposa de reyes. Todos titánicos, no “reyezuelos”. Ellos fueron los reyes más importantes en la historia de sus naciones.

Pero en todas las muchas obras de literatura, de cine, de teatro y de televisión que María ha inspirado nadie le quita el protagonismo a su vida. Ni su padre Enrique VIII, ni su abuela Isabel la Católica, ni su tía Juana la Loca, ni su primo Carlos V, ni su hermana Isabel I, ni su esposo Felipe II. Su vida es un drama. Pero propio y no ajeno.

La vivencia de nuestra vida en la persona de otros no tiene un nombre definido. Podríamos inventar el de “bioalteración”. Bios, vida; alter, otro. La vida en otro. Esto es, el depósito de nuestra propia existencia en la persona de otro individuo. Todo esto ha de ser tan triste como ver comer tacos, como ver jugar baccarat o como ver películas pornográficas. Todo ello es ver cómo gozan los otros sin actuar nosotros.

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