Por Jacobo Zabludovsky*
El recuerdo más triste de esta vieja amistad es, sin dudad, el de la noche aquella en murió su hermano. Pancho, Francisco Ferriz, tenía su consultorio de pobres allá por Lecumberri, por Peña y Peña, por donde los clientes no tienen para pagarle al médico. Joven, cálido, médico al fin de todos los esfuerzos, muere una noche ante nosotros, impotentes, en una camilla de la Cruz Roja . El diagnóstico fue breve como su vida y su agonía: derrame cerebral.
Otro, el del incendio de la casa de don Pedro, al final de la Calzada de Tlalpan. Cuando llegamos, el viejo ferrocarrilero jubilado ponía un poco de orden en lo que fuego y bomberos habían dejado. Y un poco de calma en nosotros, preocupados y nerviosos frente a él, sabio y tranquilo. Trataba de calmarnos como si las llamas hubieran sido en nuestra casa y no en la de él.
En esta prolongada y profunda amistad de treinta y tantos años esos son los dos instantes trágicos. Frente a ellos, Pedro Ferriz y yo tenemos muchos gratos para disfrutar en el recuerdo. Aquel octubre de 1947 en que, después de aplazamientos, desvelos, incertidumbre, tifo y hambre hasta física, llegamos a la inauguración de XEX de la mano de Alonso Sordo Noriega. Era la Facultad de Derecho y las discusiones sobre don Antonio Caso, sobre los no traducidos textos de Justiniano, sobre los filósofos de la postguerra, el existencialismo, el nuevo derecho internacional.
Fue entonces que cuando solíamos ir, llevando con nosotros a Daniel Pérez Arcaraz, hasta Alvarado. Ahí los tres alquilábamos la más lenta de las lanchas, la avituallábamos con camarones y cervezas y emprendíamos la navegación hasta un Tlacotalpan, río arriba, de calles cubiertas de césped y sin coches, para instalarnos en el mesón de don Luz y platicar, en la farmacia, con la chata Zozaya recién llegada de Nueva York. Y nosotros que tratábamos de apantallarla con el relato de las maravillas de la ciudad de México. Era entonces John Dos Passos y Faulkner, por supuesto, y Stefan Zweig hoy tan olvidado.
https://youtu.be/5ZseLY99l0I
Eran nuestros primeros noticiarios de radio, primeros intentos de aprender a usar una nueva herramienta del periodismo. Búsquedas y hallazgos de nuevas maneras de informar. Pedro Ferriz en los teletipos y en la redacción, en el trabajo oculto y grato de escribir los noticiarios, de resolver los control-remotos, de medir los alcances de un relato y el tono de la narración en los acontecimientos cotidianos. El viejo estilo de la radio, sepultado con Sordo Noriega en su misma tumba, debía ser sustituido por otra cosa. Periodismo por radio.
En 1950 nos llamaron a la televisión. A alguien le gustó el noticiario de radio y nos llevó al canal 4, el 5 de diciembre de 1950. Como antes en la Cadena Radio Continental, como después en XEX, otra vez juntos Pedro y yo en un noticiario. Hubimos de encontrar hasta la solución física de elaborar un guión, un nuevo lenguaje para completar lo visible. Una lucha diaria que, ininterrumpida llega hasta hoy, hasta este mismo día en que Pedro Ferriz, llega por méritos propios a la dirección de noticias Notimex.
Y llegan otros recuerdos. La noche Hong Kong, la cena con don Adolfo López Mateos, presidente, en aquel restaurante donde se veía el ir y venir del ferry, las luces de Kowlon, los reflectores del aeropuerto, los faroles de los zampanes, la llegada del autobús de los nuevos territorios. De política internacional saltó la plática al hallazgo de fósiles prehistóricos, al hombre del Pekín cercano. López Mateos, con la discreción del autentico culto, escucho a Ferriz en documentada, minuciosa exposición de la cronología y las vicisitudes en la investigación del origen del hombre. Dos cajetillas de Delicados después, López Mateos nos invitó a cenar ahí mismo la noche siguiente para ampliar el mismo tema. Y Pedro agregó una nueva conferencia a la de la víspera.
La noche en Java, la Java increíble de un templo en cada casa, en que insectos, calor y una extraña sensación angustiosa de distancia nos tuvieron con los ojos abiertos hasta el primer pregón del vendedor del pan de arroz. Y la sorpresa de enterarnos de que esa playa donde nadábamos toda la tarde era la playa de los muertos; con razón llegaban grupos de orantes a arrojar ahí cocos con cenizas. Cenizas de sus difuntos. Y las lecciones de Arturo Arnáiz y Freg por la vieja Delhi.
Y aquella inesperada visita en un hotel de Manila. Los gritos en una calle de Belgrado. Aníbal Troilo en Buenos Aires. Carlos Denegri convidándonos el chile con carne enlatado que llevaba por todo el mundo. La tormenta en las alturas de Machu Picchu. Dos hombres de frac cargando grabadoras y reflectores por la playa de Copacabana.
Y luego la investigación espacial. La emoción del primer sputnik, del primer hombre en órbita y del primero en la Luna. Y la inquietud por los mundos que nos vigilan. De la pesquisa surgieron artículos y luego libros y una liga popular ovnis-Ferriz, Ferriz-ovnis. Ya habíamos pasado por Hemingway, por Rulfo y llegado a García Márquez, a Cortázar, a Vargas Llosa. Y hecho una larga pausa frente a Teilhard de Chardin. Nina ya era abuela y Pedrito ingeniero.
Más de treinta años son muchos. Y pocos para una amistad. El arribo a la dirección de Notimex es un paso más, justo y normal, en una vida dedicada al trabajo casi siempre periodístico, vida limpia, honrada en todas las distancias del concepto, profesionalmente ejemplar. No pedí licencia al lector para escribir estos recuerdos aislados, dispersos, casi íntimos. Valga como explicación el nombramiento en Notimex. Y como justificación el gusto de comprobar que hay otros que reconocen, al designarlo para un cargo importante, las cualidades de un viejo amigo.