A aquellos que perdieron a su Bajtilal. A Luz, su compañera.

Sesenta y cinco años se pueden considerar una buena edad para dejar este mundo. Sin embargo, hay personas a quienes deberíamos amarrar con nuestros cuerpos y oraciones para que permanezcan más tiempo aquí. Rafael Landerreche Gómez Morín (1953-2018) es uno de ellos. El espíritu de verdad, de justicia y de amor lo llevó a dejar una cuna privilegiada de prósperos panistas para optar por convivir con los más pobres, los más jodidos y lacerados. Tras un amplio periplo, sus últimos años los compartió con los indígenas de Las Abejas en Acteal, Chiapas.

Nieto de Manuel Gómez Morín e hijo de Juan Landerreche, ambos fundadores del Partido Acción Nacional (PAN), Rafael encontró su propio camino a fuerza de buscarlo. Su fe católica no lo abandonó, pero sí la manera cómoda, ideológica y conservadora de vivirla. A ello contribuyó su formación con los jesuitas, y luego los estudios de sociología en la UNAM. En su andar también influyó el pensamiento y la acción del Mahatma Gandhi, de quien aprendió la búsqueda de la verdad, así como el arte y la técnica de la no-violencia. En 1987 fundó junto con Pietro Ameglio, Myriam Fracchia y Javier Sicilia, el Servicio Paz y Justicia México de orientación no-violenta y ecuménica fundado por Pérez Esquivel, premio Nobel de la Paz.

Rafael se movía en el mundo de lo que aquí llamo el pensamiento cordial: no sólo razón, también sentimiento. Además, sus conocimientos se traducían en actos concretos que exigían su tiempo y energía, por lo que sus publicaciones se vieron afectadas: escribió sobre todo artículos (en particular en La Jornada) o entrevistas en algunas revistas.

En 1991 acompañó a López Obrador en el Segundo Éxodo por la Democracia. También con el tabasqueño impartió talleres de resistencia civil pacífica en el Tabasco. En ese tiempo mostró con datos que el priista Roberto Madrazo robó la gubernatura e, incluso, se interpuso físicamente para impedir que éste accediera al Palacio de gobierno. En 1997 participó con AMLO en la lucha de Macuspana contra Pemex.

En Chiapas, Landerreche fue miembro del Centro de Derechos Humanos Fray Bartolomé de las Casas y trabajó con Samuel Ruiz. También conoció a parientes de los masacrados en Acteal. Ahí supo que su lugar era estar con Las Abejas. Le sublevaba la falta de justicia en relación con esta masacre que consideró un crimen de Estado perpetrado por paramilitares. En ese contexto abrió un espacio de diálogo entre la no-violencia gandhiana y el zapatismo.

Seguramente Rafael Landerreche tuvo defectos, pero a pesar de ellos siguió su intuición, iluminada por la razón y secundada por la voluntad, para, en una especie de vaciamiento de sí mismo, hacerse pobre con los pobres, aprender de ellos y darles lo que tenía para ofrecer. Por eso, para muchos indígenas se volvió el hermano mayor, el Bajtilal.

Cito, para cerrar, una frase de Rafael: El libro La potencia de los pobres, de Jean Robert y Majid Rahnema “es un llamado para la gente que estudiamos […] de bajar de nuestras torres e ir con el pueblo a dialogar, no a enseñar. Hay una serie de problemas a los que se enfrentan ahorita […] las comunidades en Chiapas, para los que nadie tiene respuesta. Ellos son los primeros que la tienen que buscar, y, los que no somos originarios de ahí, pero queremos acompañar, tenemos que entrar a un diálogo con esos pueblos […]. Quizá nosotros tengamos algo que dar desde lo que hemos aprendido, pero no desde arriba […] sino desde el nivel de igualdad”.

@PatGtzOtero