A la memoria Juan Goytisolo, por la complicidad de un mismo camino

Conocí a Amin Maalouf, sin duda, una de las voces más esclarecedoras del mediterráneo (Beirut, Líbano, 1949), gracias a la enorme generosidad de Juan Goytisolo. Fue en París, sino me falla la memoria, en 1998. Ya había leído su libro León Africano y Samarcanda; libros donde ha entregado esa parte del mosaico de la cultura e historia de las civilizaciones moriscas y occidentes que tanta falta nos hacen hoy día. Maalouf es dueño de una imaginación sin límites y de un discurso histórico libre de “términos caducos”… Hay que recordar que así arranca su León Africano: “Mi sabiduría ha vivido en Roma, mi pasión en El Cairo, mi angustia en Fez, y en Granada vive aún mi inocencia”. Esta novela que versa, sobre un granadino exiliado: Hasan Ben Muhamad Al-Wazzan. “Siempre —dice el autor— me ha interesado mucho Al Andalus, ese modelo de convivencia de las tres religiones monoteístas y esa edad de oro de la civilización árabe, pero el personaje de Hasan, también llamado León, llegué por casualidad”. Maalouf nació en el seno de una familia greco-católica, en tiempos en que en Líbano convivían pacíficamente más de una quincena de comunidades culturales. Estudió Economía Política y Sociología en la Universidad Francesa de Beirut y ejerció el periodismo en el diario An-Nahar. Más tarde llegó la guerra civil, que llevaría a Maalouf a vivir en el exilio francés, donde encontró la esperanza de vivir libremente. Su obra literaria gira en torno a la historia y los conflictos religiosos en el Mediterráneo. Su mayor éxito lo consiguió con la novela histórica León el africano. Algunos de sus libros son: Amor de lejos, Samarcanda, El primer siglo después de Béatrice, Las Cruzadas vistas por los árabes, Los jardines de luz y El viaje de Baldassare. En 2010 se le concedió el Premio Príncipe de Asturias de las letras, pero bien le hubieran podido dar el de la Concordia. Puente al igual que Goytisolo de civilizaciones, de culturas y compromisos sociales y culturales, que ha sido la línea teórica de su pensamiento. “No procedo —me dice Maalouf— de ningún país, de ninguna ciudad, de ninguna tribu. Soy hijo del camino, caravana es mi patria y mi vida la más inesperada travesía”. Y continúa sobre la ya lejana Primavera Árabe: “Al principio, sí. Las primeras fases fueron muy prometedoras. Surgió como un movimiento que pretendía sacudirse las dictaduras, que se conectó y se comunicó con métodos muy modernos, que pronunciaba unas consignas muy civilizadas…”.

Francófono por educación y exiliado en París desde el comienzo de la guerra civil en su país, el escritor libanés no pudo esquivar entonces la idea de que la verdadera patria de los de su estirpe no era un país, una religión o una lengua, sino el conjunto de reflejos, sentimientos y maneras de entender la vida asociados a quienes compartían unos orígenes comunes y ahora andaban esparcidos por todo el mundo. Ganador del Goncourt en 1993, Maalouf ha escrito ensayos y novelas maravillosas sobre el mundo arábigo-musulmán de ayer y hoy, y de textos iluminadores sobre la actual condición humana como lo es su libro El desajuste del mundo. Impulsado por una comprensible y desesperada preocupación, Amin Maalouf, ha escrito durante años más por conciencia que por ciencia, sobre las razones de los múltiples conflictos y guerras fratricidas que padecen ciertas zonas neurálgicas, donde derramar sangre parece un tópico y la violencia una actitud endémica. Bosnia, Serbia y Croacia; Ruanda, Afganistán, Argelia; la magnitud de sus conflictos origina este caótico y particular intento por descifrar las coordenadas donde se aprieta el nudo gordiano de los continuos enfrentamientos armados. Muchos de sus libros: Las Escalas de Levante, La roca de Tanios, Identidades asesinas, Las cruzadas vistas por los árabes y, el más reciente, El desgaste del mundo cuando nuestras civilizaciones se agotan (Editorial Alianza, 2009). Quizás el haber nacido en una pequeña comunidad, la greco-católica, de un país que siempre fue y es punto de encuentro y de fricción, entre Oriente y Occidente, el Islam y el cristianismo, la política y la religión, entre Israel y el resto del mundo árabe. Toda esta mezcla ha hecho de Amin Maalouf, un intelectual que define a la par la universalidad de los valores de la ciudadanía democrática y la riqueza de la diversidad cultural. Si esa diversidad paró el tiempo, como dijo Goytisolo, Maalouf contribuyó a poner el reloj en marcha.

Cada uno de sus textos no cumplen los parámetros del ensayo, están escritos con el tono de las ponencias o conferencias llenas de enunciados que buscan el debate, las respuestas a través de la polémica, por eso no hay en él, a pesar de sus títulos, más que asomos de respuestas a lo que, según su autor, es el detonante de la violencia en esas áreas del planeta. Maalouf ve en la globalización del planeta, las secuelas del “Abedul de hierro” moscovita; las comparaciones entre cristianismo e islamismo, lengua, nación y religión, uno de los graves problemas, no sólo de nuestro siglo XXI, sino de la historia del hombre en general, pero si es certera de afirmación de que el siglo en que vivimos tiene varios frentes abiertos, en una historia que cada día se ve más complicada. Y quizá por ello no siente ninguna tristeza por su tierra natal: “Es verdad —afirma Maalouf— que tengo mucha nostalgia del Líbano de antes, de antes de la guerra que ensangrentó el país, y de alguna manera, yo he transportado la nostalgia de los años de mi infancia a una época más lejana, el siglo XIX, del que mi familia ha conservado el recuerdo. Es exacto, y toda persona que ha conocido el Líbano de hace tiempo, la calidad de vida que había entonces, sólo puede tener nostalgia de lo que se ha perdido”.

En su magistral novela Orígenes que es un registro de la recuperación de la memoria escribe: “Pertenezco a una tribu que, desde siempre, vive como nómada en un desierto del tamaño del mundo. Nuestros países son oasis de los que nos vamos cuando se seca el manantial; nuestras casas son tiendas vestidas de piedra; nuestras nacionalidades dependen de fechas y de barcos. Lo único que nos vincula, por encima de las generaciones, por encima de los mares, por encima de la Babel de las lenguas, es el murmullo de un apellido”. Y Si: Maalouf es un nómada errante que ha encontrado en la literatura su identidad y su propia libertad.

Su libro, Identidades asesinas es, en suma, un esfuerzo por comprender, no por explicar, los motivos de las guerras en Oriente Medio y África a partir de la identidad comprendida como razones religiosas, étnicas y otros componentes que la integran, convirtiéndola en elemento en contra de la especie. Nos descubre a personajes únicos como Omar Jayyám, o el fanático fundador de los Asesinos, Hassan Sabbath. Aparentemente más benévolo es La dama de las camelias, un clásico del amor apasionado y trágico. Maalouf no tiene ninguna necesidad de ser esclavo del gusto del público, sino dictar la norma de una memoria universal, lo mismo que el genio dicta la suya en el arte. Un texto ambicioso y exquisito, perteneciente a un tiempo. Lo cierto es que vale la pena leer y releer a Maalouf. El desajuste del mundo, es uno de sus últimos libros, donde intenta indagar en los motivos de los graves desajustes de distinto carácter (intelectual, económico, climático), que sufre el mundo del siglo XX y los que ya sufrimos en el XXI y a la vez proponer ideas distintas para paliarlos. Defendamos, así, pues, esa exigencia, esa necesidad de lo imposible —pero no descartada de una realidad futura—, aunque sólo sea para que la memoria histórica vuelva a ser real y nunca más se pierda. Una obra que reflexiona sobre la locura del hombre, que lo lleva a grandes conflictos culturales y sociales de una etnia, de una religión o simplemente de un lenguaje. Un texto de reflexión inédito, sorprendente, pero sobre todo, un análisis inteligente sobre el hombre de Oriente y Occidente, que tanta falta nos hace para comprender tantos problemas ya históricos entre ambas culturas.

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