Por J. M. Servín

 

[su_dropcap style=”flat” size=”5″]D[/su_dropcap]e la década de 1990 recuerdo tres sucesos importantes en mi vida: Terminé un noviazgo de cuatro años, me fui a trabajar como indocumentado a Estados Unidos y pocos años después me casé con una francesa. Un largo periodo de desastres sentimentales que se repite hasta hoy con sus efímeras compensaciones amorosas.

Una espiral de recuerdos me surgió luego de leer las obras póstumas de Sergio González Rodríguez, el más sabio de los iconoclastas, escritor sin par en México. Publicadas poco después de su fallecimiento a los sesenta y siete años en abril de 2017: Biografía novelada de mí mismo (Random House) y Amigas: los años noventa fueron mejores (Almadía), autobiográficas y complementarias, ambas obras son una muestra de lucidez intelectual y efervescencia creativa, además de manifiestos existenciales. A diferencia de la  primera, Amigas es una serie de crónicas desfachatadas, irreverentes y provocativas sobre el universo femenino del autor. Entre la ironía y el desencanto, construye con el plano preciso de sus obsesiones una torre de Babel donde convergen la mirada que escruta su relación con las mujeres teniendo de fondo el escenario de la ciudad de México y los múltiples perfiles literarios del autor como ensayista, narrador y periodista que se desdoblan en el personaje solitario, misántropo, renegón y renuente a la presencia femenina en reuniones entre amigos: “dispersan el convivio al convertirse en el centro de atención, sobre todo cuando se saben atractivas”, me diría en alguna ocasión procurando ser discreto ante la llegada sin previo aviso de una amiga de alguien a una tertulia ya avanzada la noche.

“Me aterra la posibilidad de asistir a un festejo y, como en una secta aciaga, no volver a salir nunca. Como en El ángel exterminador, de Luis Buñuel”. Así era Sergio, renuente siempre a presentarse en reuniones repletas de gente desconocida o “detestable”.

Su enorme don de la ubicuidad lo situaba entre sus amigos aún sin estar presente. Era el hombre que en sus propias palabras, regresaba en la piel de otros, para reírse de él y de nosotros, de un país que como en la década de los noventa, llenó de promesas incumplidas a sus habitantes, donde la legalidad y el estado de derecho quedarían en entre dicho hasta hoy, de una violencia extrema ligada al engaño, a la pérdida de la ilusión, a la alianza definitiva entre Estado y crimen organizado. 

Amigas es un memorial de encuentros y desencuentros amorosos, la bitácora de un Casanova demasiado cerebral como para conformarse con culminar su seducción en la alcoba y prefería poner a prueba sus propias certezas y debilidades en salas de cine, restaurantes, cafeterías y antros, a la vista de todos.

Lugares de reunión variopintos aparecen en una escritura memoriosa que retrata una época donde Gloria Trevi y su “Pelo suelto”, considerado himno de la juventud mexicana,  enarbolaban la liberación femenina fresa maquillada de cierta rebeldía y desparpajo. La década del aparente descuido en el peinado, la ropa y los accesorios. Un repaso a la cultura y las relación hombre y mujer con sus desencuentros, absurdos y conflictos. La década que encumbraría el pop más ñoño en la voz e imagen de Paulina Rubio, Thalía, Alejandra Guzmán o Martha Sánchez. Sex symbols calentonas que pregonaban la lucha a favor del anillo de compromiso a costa de lo que fuera.

En plena época del Me too y de redes sociales convertidas en picotas contra los heterodoxos, donde las relaciones entre hombres y mujeres se han convertido en un campo minado, donde la infamia, el infundio y el puritanismo forman parte de estrategias publicitarias de hordas de resentidos y mediocres; esta obra es un manifiesto póstumo shopenhaueriano sobre la compleja y políticamente incorrecta relación del autor con las mujeres: musas y demonios.

Sergio parafrasea en tono mordaz frases de las baladas románticas del momento y hace uso y abuso intencional del chistorete como parodia de la seducción vulgar: <<El infortunio sentimental me persigue. Días atrás me encontré con una ex novia en un restaurante Sanborns. Todavía se acordaba de una película –basada en la biografía de Chaplin- que habíamos visto juntos e incluso hacía sonar en su coche la música que le daba sentido a las imágenes en pantalla. Recordaba los buenos momentos que pasamos al grado de que comenzó a hilar frases que el pudor me impediría reproducir si no respetara tanto el género narrativo. Citaré sólo dos ejemplos aproximados: 1) “Eres un hombre importantísimo en mi vida”; 2) “siempre te he admirado”. El capitán del restaurante, digno testigo involuntario de tales palabras, alzó las cejas mientras nos ofrecía la carta.>>  

Hay dos aspectos que resaltan a lo largo de Amigas…: una necesidad de confrontar la idea de la mujer como víctima permanente de las aviesas intensiones del sexo masculino, y dejar claro que pueden ser tan crueles e interesadas como los hombres. Punto.

En alguna parte de su Biografía novelada de mí mismo, señala: “En la vida, los fantasmas entran y salen de la escena o dialogan con nosotros; en la muerte, sólo nos espían”. Así lo hace en Amigas: los años noventa fueron mejores. Dialoga con sus lectores con un gran sentido del humor y ánimo provocador, rehusándose solamente a espiarnos.

Sergio jamás será un fantasma.