Las economías de escala son uno de los principales paradigmas económicos que incentivan a las áreas y sectores productivos a producir de manera masiva y a expandirse al máximo para reducir costos y aumentar ganancias. Esta lógica económica ha sido uno de los principales fundamentos del capitalismo, que ha permitido transitar las diferentes etapas o eras de la industria mundial.

El nivel de desarrollo humano, científico y tecnológico que vivimos en el siglo XXI se explica en buena medida por el crecimiento y la especialización de los diferentes sectores productivos desde la revolución industrial. Sin embargo, paralelamente a este auge vertiginoso,  los impactos y alteraciones al medio ambiente, a los sistemas ecológicos, atmosféricos e hidrológicos manifiestan daños incuantificables, y en muchos casos, irreversibles.

Las afectaciones que estamos sufriendo por los niveles alarmantes de contaminación y las estrategias internacionales para palear la mayor de las crisis ambientales que se avecina, han sido insuficientes para generar una conciencia colectiva de que los patrones de producción y de consumo son insostenibles. Los efectos del cambio climático son el preámbulo de un caos ambiental que se alimenta día a día por el uso excesivo de combustibles fósiles y por el uso exponencial de sustancias químicas, elementos indispensables para la industria.

De acuerdo con datos del Global Chemicals Outlook la producción, uso y consumo de sustancias químicas ha experimentado un crecimiento explosivo y constante en las últimas décadas. Se proyecta que para 2020 la producción mundial de sustancias químicas aumentará en 85% respecto a 1995. Sin embargo, este ritmo de innovación-desarrollo y puesta en el mercado de nuevos productos químicos, rebasa por mucho la realización estudios de los aspectos de seguridad y salud relacionados con ellos.

Se estima que se comercializan más de 248 mil sustancias químicas, y en la mayoría de los casos no se tiene información de ellas.  De las 2 mil 500 sustancias producidas en gran volumen en la Unión Europea, solo el 14% cuenta estudios que cumplen con las normas.  En Estados de América esta proporción es aún peor, de las 3 mil sustancias que se comercializan en grandes volúmenes solo el 7% tiene la información requerida por la OCDE. Los daños están a la vista, cifras del  Instituto de Sanimetría y Evaluación de la OMS refieren que la exposición al plomo provocó cerca de 495 mil muertes en el 2015. Este dato es alarmante cuando se sabe que este tipo de intoxicación es prevenible, y preocupa que la mayor incidencia se registra en países en desarrollo.

Esta situación, lejos de ser catastrofista, nos llama a la reflexión de que no podemos revertir los daños ocasionados, ni mucho menos podemos cambiar de la noche a la mañana nuestras plataformas productivas. Por el contrario, debemos aprovechar los avances tecnológicos para explorar formas de producción industrial menos invasivas y con enfoques sostenibles.

La ecología industrial es una gran apuesta científica para desarrollar modelos productivos ecoeficientes que produzcan los bienes y servicios para el consumo humano y eleven la calidad de vida. Asimismo reduzcan progresivamente el impacto ambiental y la utilización de recursos hasta llegar a un nivel compatible con la capacidad de carga y renovación del planeta.

Estamos a tiempo de generar una simbiosis y un metabolismo industrial que permita el establecimiento de relaciones mutuamente beneficiosas entre distintas empresas e industrias, a través de principios de reutilización de subproductos, utilización de infraestructuras compartidas y servicios comunes y manejo de residuos.

Debemos promover mayores regulaciones sobre el uso industrial de sustancias químicas que permitan conocer sus efectos contra la salud y el medio ambiente. La crisis ambiental podrá detenerse en el momento en que la ciudadanía, la iniciativa privada y los gobiernos tengamos conciencia de que el uso irracional de recursos afecta en la misma proporción nuestra calidad de vida y nuestra supervivencia como especie.

*SECRETARIA DE LA COMISIÓN DE RELACIONES EXTERIORES AMÉRICA LATINA Y EL CARIBE

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