Empresarios, periodistas chayoteros y funcionarios de dudosa moralidad se desgarran las vestiduras, y no es para menos. Andrés Manuel López Obrador dijo que, de ganar la elección presidencial, cancelará el proyecto del Nuevo Aeropuerto Internacional de México (NAIM), sí, el mismo que se construye sobre el frágil suelo del exlago de Texcoco.

Los empresarios tienen una buena razón para protestar, porque de acuerdo con los usos y costumbres que rigen en las obras públicas, ya habrán soltado los moches de rigor, que suelen pagarse por adelantado o con amplias participaciones accionarias extendidas a prestanombres. Si ya erogaron o comprometieron fuertes cantidades y el proyecto se cancela, no habrá manera de reponer lo gastado en mordidas. ¿O no es así?

Los funcionarios que se han entregado a los trastupijes sexenales saben que está cerca el fin y su principal preocupación es impedir que se caigan los negocios que, por representar tanto dinero, como es el caso del NAIM, les otorgan cierta tranquilidad, pues sus fortunas estarán a salvo en un paraíso fiscal y ellos podrán irse a algún país con el que no exista convenio de extradición. Al menos ese debe ser el cálculo.

Los periodistas chayoteros… Bueno, esos bailan al retintín de lo que reciben.

Se construye un nuevo aeropuerto porque dicen que está saturado el Benito Juárez. Y tal vez lo esté, pues alegremente le pasaron los vuelos que llegaban a la terminal aérea de Toluca, lo que beneficiaba la zona de Santa Fe y a todo el poniente de la ciudad. Se construye el NAIM pese a que apenas en 2007 se inauguró la terminal 2, que —de ser cierto— debió preverse que sería insuficiente.

Pero el absurdo mayor está en seguir estimulando el crecimiento de la ciudad de México pese a que amplias zonas carecen de agua potable, pese a que 70 por ciento del líquido se extrae del subsuelo, lo que propicia los hundimientos; pese a que las inundaciones por lluvias son recurrentes, que la movilidad urbana va de mal en peor y que crece incontenible el costo de vivir en la megalópolis.

Lo racional sería pensar en la descentralización, en dotar de infraestructura y de servicios determinadas regiones cercanas al nivel del mar, estimular el traslado de los empleados públicos, propiciar la apertura de fuentes de empleo, crear instituciones de educación superior en esos lugares, lo mismo que espacios para el esparcimiento y la práctica deportiva.

El nuevo aeropuerto será, a mediano plazo, causa de serios quebrantos para los que ahora invierten sin meditar en el futuro.