Llegar a una librería y tener de frente la mesa de novedades semeja a la liberación de hormonas o neurotransmisores como la adrenalina o dopamina, incluso si para el visitante los libros no son una prioridad, porque —a pesar de los pesimistas y la arrasante mundialización, proclive a unificar toda a la anonimia, a nombre del pragmatismo y la ganancia— el libro impreso existirá mientras exista la humanidad. Aun si se acepta que una biblioteca ya no posee el estatus social que tenía hace apenas medio siglo.

Cuando el lector, real o potencial, tiene un libro entre sus manos, hay que aceptarlo, poco sabe de su historia; de un proceso que empieza desde la decisión de un autor que lo planeó o de un editor que imaginó, por ejemplo, que la publicación de una novela, un poemario, un ensayo o un puñado de cuentos llegaría a las librerías y ocuparía un lugar entre las revelaciones literarias del año.

Roberto Calasso (1941), literato, profesor en la Universidad de Oxford —donde ha trabajado el proyecto Weinfield visiting professorship en European comparative literature—, traductor y fundador de Adelphi Edizioni (1962) y desde 1999, su presidente, cuenta en La marca del editor, desde su propia su doble ejercicio profesional qué es un editor y qué hace.

Sobra decir que la figura del editor se ha transformado al paso del tiempo; un cambio radical e impensable se inició en 1983 con la utilización comercial de la Internet —que, como se sabe, ocurrió hacia 1969, cuando el Departamento de Estado en Estados Unidos concibió un método de comunicaciones que pudiera soportar un ataque nuclear.

 

Guardián, juez, dictador, clérigo…

Una autobiografía profesional y una biografía de Adelphi nos deja el autor de Cadmo y Harmonía, a partir de temas vertebrales del ámbito de la edición. El mayor testimonio de vida de un editor es su catálogo; ahí se yergue su dignidad profesional, que ha logrado a pesar de todas las dubitaciones de los autores; de los conflictos entre correctores, diseñadores, formadores; además de la presencia de sindicatos, coeditores y subvencionadores. La edición es una práctica profesional sumida en el azar, rodeada de poca rentabilidad.

A lo largo de esta marca del editor, el lector podrá extraer del bibliófilo florentino iluminaciones del mundo editorial contemporáneo, entre umbrales y fracasos: “Un buen editor es aquel que publica aproximadamente una décima parte de los libros que quería y quizá debería publicar […] es también aquel en cuyos libros están sombras amigas y son natural e irresistiblemente convocadas”.

Calasso sabe que un editor es un guardián, un juez, un dictador, un clérigo, un don Juan, y cuando se encuentra en un dilema, que es una de las circunstancias más frecuentes —como preconizó su amigo Roger Straus—elegirá la solución más generosa. Y en cada editor con temeridad y sagacidad se agita un apostador, porque “la dimensión económica del mercado del libro es, ante todo, más bien modesta. Por eso los buenos resultados, aunque fatigosamente conseguidos, no llevarán nuca a unos números que causen impresión”.

No deja ningún resquicio: no existe un gerente de la edición que haya hecho fortuna. La noción de extraordinarias ganancias, a partir del rescate de títulos o colecciones de best sellers que no funcionaron previamente, sencillamente es un mito. Y los libros publicados con enorme prisa —que surgen por la actualidad de temas de los que habla todo el mundo— terminarán arrumbados por su propia actualidad.

 

Calasso reseña qué es un editor y qué hace.

La edición nació en Italia

Desde distintas perspectivas, Calasso, incluso sin proponérselo, llega a una conclusión que la misma historia de la edición ya ha mostrado: nadie se hace editor por dinero. Con mordaz elegancia señala que fundar una editorial es una manera de acabar con el patrimonio de una familia adinerada. Considera que una editorial podrá producir notables ganancias, si los buenos libros están sumergidos entre muchos productos de calidades diversas.

Tampoco la aspiración de poder podrá ser el motivo para un aspirante a editor, ya que “el eventual poder del editor no puede ser más fugaz y elusivo”; y con irónica certeza, el autor de La ruina de Kasch observa que apelar a su propia “cultura” tampoco es argumento de un potencial editor, porque “al menos entre personas educadas, la buena educación requiere que no sea nombrada”. La palabra “conocimiento” es clave para el editor italiano; claro, no desdeña la presencia de la fe.

“La edición como forma, que es a la vez es suprema forma de edición, nació en Italia”, evoca el editor —cuyo mayor modelo, por su grandeza, es Giulio Einaudi—; añade que fue otro italiano el primero en concebir la edición como una forma en todos sentidos y direcciones: Aldo Manuzio (1449-1515) tuvo presente la selección y la secuencia de títulos publicados, así como los textos les acompañaban y las páginas de apertura que el propio Manuzio escribió; también cuidó las solapas y las presentaciones editoriales y, por supuesto, la tipografía y las características como objeto. Se dice que a él pertenece el libro impreso más bello que existe: Hypnerotomachia Poliphili (1499).  Manuzio también fue el inventor del libro de bolsillo.

Calasso propone “La edición como género literario”, es decir, la edición es un arte; en ese sentido una buena editorial es aquella que publica libros de los cuales su editor esté orgulloso. Manuzio y Kurt Wolff —quien publicó a Kafka— son ejemplos de editores que ejercieron el arte de la edición; tuvieron la virtud de dar forma a la pluralidad de títulos y autores. De manera extensiva, y en suma, implica lo que hoy se llama “la política editorial de la casa”, Calasso —que en su marca nos deja cinco viñetas de editores ejemplares que fueron sus guías y maestros: Einaudi, Luciano Foà, Roger Straus, Peter Suhrkamp y Vladimir Dimitrijevic— es un idealista que tiene fe en que un editor se puede sobreponer a todos los embates, incluso de censura, para mantener viva la compra y venta de libros valiosos.

 

Síntesis, precisión y elegancia estilística

Uno de los apartados de esta marca del editor, “Solapa de solapas” el tema de otro género literario en sí mismo, los textos de las cuartas de forros, “Una forma literaria difícil y humilde”; son relevantes no sólo para que el potencial lector decida comprar un libro; forman parte de los paratextos, así denominados por Gérard Genette, que integrados al color, la imagen de la portada y la tipografía, conforman una cultura literaria. El mismo Calasso reunió en Cien cartas a un desconocido (Anagrama, 2007), un centenar de ejemplos de cuartas de forro de su autoría: modelos de síntesis, precisión y elegancia estilística.

Roberto Calasso, La marca del editor, México, Anagrama, 2016.

Fotografías: Anagrama y Shutterstock