Percepción emocional, vínculo significativo entre el sonido y el significado, la Poesía se estremece en cada línea, en cada imagen hasta lograr lo que algunos autores determinan en tanto cópula semántica. Como experiencia de vida, que se transmite a través de un código, de un discurso literario, la Poesía revela otras dimensiones más profundas o últimas. Por supuesto que en este territorio el sentimiento es básico, no la razón. Más que ejercicio escritural, la voz más entera del hombre se abre a nuevos territorios, invocando y convocando la inseparable magnitud del hombre. Así, el poeta es el hombre que camina vendado a la orilla del abismo, como revela Octavio Paz (Mixcoac, D.F., marzo 31 de 1914-Coyoacán, D.F., abril 19 de 1998) en Las peras del olmo (1984).
Cabe precisar que en El arco y la lira (1955), el autor acepta que el poema constituye un producto social y que responde a un modo histórico determinado, aunque sostiene que la experiencia poética es irreductible. Con una visión bastante lírica, Paz analiza la naturaleza del poema y desglosa sus componentes, como son el lenguaje, el ritmo y la imagen. La Palabra nombra, califica, determina. En este orden de ideas es válido reconocer al Verbo como principio: Palabra y locución, logos y mythos profundamente vinculados. Indiscutiblemente aún persiste la relación entre la razón y la sensibilidad, entre el mito y la historia.
El poema, reflexiona Paz, es un conjunto de signos que buscan un significado, de ahí también que cada forma lírica exteriorice una idea. El fluir del discurso, la cristalización visionaria del poema, desemboca en el texto, en el poema-objeto, en el poema-exploración (Cf. Maya Schäver-Nussherger, Octavio Paz. Trayectorias y visiones, México, 1989). La experiencia vital, la manifestación emocionada de la existencial se traduce en revelación. Todo fluye en el poema, por eso su sentido paradojal, el signo con doble significado suspendido en el hecho estético, como una perenne interrogación.
Por supuesto que ello se da por el sentido orientalista —tamizado por los filtros de una tradición sólidamente occidental— que prevalece en su obra inicial desde 1951. El I Ching, sobre todo, es utilizado por Octavio Paz “como modelo de movimiento para aplicar signos también en movimiento: cambio de los signos”, acepta Kwon (Cf. El elemento oriental en la poesía de Octavio Paz, Jalisco, México, 1989). Para nuestro único Premio Nobel de Literatura, la poesía representa un ritual, unión sagrada, recurrencia amorosa. Ceremonial santificado, perpetuo. Tiempo suspendido, rito o festín. El verso en Paz está cargado de significaciones. Iluminación. Palabra y silencio: poesía, sonido con significado: Espacio-tiempo: realidad física, objetos que se nombran. Tal la expresión paciana, cargada de paradojas, debido a lo que Margarita Murillo González determina en tanto polaridad-unidad y que da coherencia a su obra poética. Palabra, silencio, tiempo, hieratismo. Cuatro signos relevantes confluyen en su poética (Cf. Polaridad-unidad, caminos hacia Octavio Paz, UNAM, México, 1987).
Los cimientos duales de la poética paciana son básicos para entender su expresión. Paralelismo y paradoja. Revelación del ser a través de la Palabra. Poesía. Lo real y lo verbal, en la poética paciana, marchan juntos en esa travesía metabólica, a través de las imágenes y metáforas, de la cadencia rítmica y de los necesarios silencios. La función de la poesía en Octavio Paz, significa un verdadero enlace entre la realidad interior de sus intuiciones y emociones, y el mundo exterior del que forma parte el autor (Cf. Rachel Phillips, Las estaciones poéticas de Octavio Paz, México, 1976).
En Paz siempre hay un equilibrio entre su expresión y el sentimiento. La presencia del hecho estético, del fenómeno poético, representa un rito, un ceremonial. El amor es un tema central, recurrente. La reflexión que hace Paz sobre el amor, especialmente en Sor Juana Inés de la Cruz o Las trampas de la fe (Barcelona, España, 1982), es reveladora, luminosa, numinosa, porque concilia la expresión social y afectiva con el ritual de la existencia, que además es sagrada para el poeta. Desde la idea platónica que transcurre entre el afecto, la amistad y la caridad —muy bien aprovechada por el cristianismo— hasta desembocar en la religiosidad y la reivindicación de la figura femenina en el amor cortés y que en la actualidad considera la igualdad de los amantes, en el amor persiste subversión y conversión.
Paz resalta: “El erotismo es un ritmo: uno de sus acordes es la separación, el otro es regreso, vuelta a la naturaleza reconciliada. El más allá erótico está aquí y es ahora mismo. Todas las mujeres y todos los hombres han vivido esos momentos: es nuestra ración de paraíso” (Cf. Octavio Paz, La llama doble. Amor y erotismo, Barcelona, 1993). Lo que salva al hombre es el amor, esa completud que se manifiesta en la relación de pareja, postula el poeta. La trascendencia del amor en Paz se revela a través del sentido erótico del poema, expresividad que cuando alcanza un alto nivel, nos perturba y transforma, como ocurre con el amor (Cf. Óscar Wong, La pugna sagrada. Comunicación y poesía, México, 1997: 71-79). Mi lectura parte, justamente, de las premisas enunciadas, al igual que la consideración inicial del cuerpo de la mujer como la vía primordial para llegar a la verdadera comunicación, sin soslayar que poesía y amor representan una unidad indisoluble, un medio de revelación. La presencia del sentido femenino y los conceptos de amor y erotismo —este último considerado como mito cosmogónico, como energía primordial— es, indudablemente, un tema hondamente significativo en la obra lírica de Octavio Paz.
El poema como acto amoroso es, por sobre todas las cosas, una presencia viva en la expresión de Octavio Paz. Ya Enrico Mario Santí ha puntualizado que desde 1934, a los 20 años de edad, el poeta que me ocupa tiene, junto con la obsesión de la identidad nacional, el tema del erotismo como el eje de su poética. La “iluminación” persigue la virtud; por lo mismo, el haikú en Paz se percibe a través de la técnica, la imagen y la visión oriental del mundo por medio de la naturaleza. Pese a todo lo anterior, la poesía y el amor son, indudablemente, “las dos caras de una misma realidad”, una tentativa para recobrar al Adán primigenio, al individuo anterior a la caída. La imagen poética busca revelar de manera contundente ritmo y emoción para demostrar que amor y poesía son vertientes de la misma realidad. Además, la memoria, en Paz, constituye un símbolo de la imaginación erótica, en virtud de que la mujer representa la esencia de la naturaleza. La figura femenina asume una condición, un estamento único. Los atributos que Paz enumera alcanzan una expresión salmódica: el afecto, la relación sensual, la ternura misma son cualidades intransferibles. Es decir, el erotismo se manifiesta como revelación y conocimiento estéticos, pero también y antes que nada como una expresión sagrada, como categoría sensible, sensitiva, del mundo.
En Piedra de sol Paz canta al amor, a la mujer. La ternura hace que el poeta admire a plenitud a la amada, lejos de toda intención lujuriosa: mis miradas te cubren como hiedra, exclama; antes de desnudarla la cobija pasionalmente. Todo es pleno y luminoso, como la mirada de la memoria que busca, husmea, hurga, visualizando el pretérito. Deslumbrado ante la vida el poeta no tiene otra preocupación más que cantar. Todo se modifica, todo cobra nueva realidad, otra representación. Las analogías dan paso a la identidad. Es impresionante, e impactante, la manera en que Paz va generando esa corriente sonora, emotiva, con símiles y metáforas, con silencios que hablan armónicamente, con anáforas y figuras de repetición. Los periodos rítmicos determinados, el golpeteo silábico, los encabalgamientos, generan ese espléndido cántico terrenal que es este numinoso poema. La armonía lo rodea: la luz, la fuente o surtidor arqueado por el viento. Frente al mundo, el poeta invoca los valores más altos del espíritu, conjura a la burda materia y la enaltece con su mirada.
La figura de la mujer adopta un papel relevante: Musa, Creadora, advocación maligna. De la colegiala a la mujer plena, evocada por el poeta, hasta llegar la mujer decrépita, la pavorosa bruja en que se convierte la pareja cuando ocurre la desavenencia. La triple representación de la diosa madre, de acuerdo con la tesis de Graves, se advierte en este cántico revelador. La presencia del sentido femenino y los conceptos de amor y erotismo —este último considerado como mito cosmogónico, como energía primordial— es, indudablemente, un tema hondamente significativo en la obra lírica de Octavio Paz. En este poema la reflexión también tiene lugar. Pero no es filosofía. Tampoco el poeta se yergue como un predicador: es simplemente un hombre sensible que observa al mundo con profundidad.