Jacqueline Ramos y Javier Vieyra
¿Qué son las canciones sino poesía con música? Si existe alguna figura en la historia mexicana que confirme esta leyenda, esa es la de Agustín Lara. Nacido bajo la luna de plata en Tlacotalpan, Veracruz , el “músico poeta” se convirtió en el más icónico compositor de la música popular mexicana gracias a las entrañables letras que nacieron de su alma y sus manos.
Teniendo al amor y las mujeres siempre como temática de sus creaciones, Agustín Lara realizó las más bellas joyas sonoras del siglo XX y su obra expone figuras literarias de una portentosa genialidad. Paralelamente, alrededor de su personalidad, se fraguó un mito respecto a su carácter, su inspiración, sus relaciones y su vida. Pável Granados, un escritor y estudioso apasionado de “el Flaco de Oro”, conversó en exclusiva con Siempre!, publicación en la que Lara fue un asiduo colaborador, acerca de estos aspectos poco conocidos de un personaje al que comenzó a conocer casi de manera inconsciente, cuando realizaba su labor de investigación sobre la música mexicana.
“Descubrí que Agustín Lara era la clave para entender toda una época, una forma de sentir. Noté que para muchas mujeres, intérpretes y cantantes, Agustín Lara era como el corazón de su tiempo. Entonces, sin darme cuenta, ya estaba dedicado a investigar a Lara; buscando a sus interpretes, a sus esposas, a sus amigos; me encontré en su ciudad, viendo sus manuscritos y sus discos. Para mí ha sido como un compañero de muchos años”.

Sus inspiraciones
Con auténtica emoción, el coautor, junto con Guadalupe Loaeza, de Mi novia la tristeza (2008), una exitosa biografía de Agustín Lara, sintetizó la personalidad del veracruzano en su estilo mismo. El distintivo de Lara, explica, está en su manera de sentir el lenguaje y la vida, en su forma de seducir.
“No era un hombre que guardara sus emociones; no conocía puntos medios. Juan José Arreola lo definió como una ficha de dominó: tenía días blancos o días negros, estaba feliz o desdichado; era un pésimo ganador y un pésimo perdedor”.
Sin embargo, en esa existencia de extremos, el concepto del amor germinó con excepcional belleza en el genio de Lara, convirtiéndose en el elemento esencial de sus creaciones. Discrepando del escritor Ricardo Garibay quien aseguró en un texto que Agustín Lara no conoció el amor, Granados argumenta que no solo lo conoció sino que propiamente estaba enamorado de sus facetas. Lara, literalmente, estaba enamorado del amor, de sus sensaciones, de la constante búsqueda de una persona, indica.
“Solo alguien enamorado pudo escribir en una pieza como Cada noche un amor «sigo de cerca tus pasos aunque tú no quieras». Pero, más que estar enamorado de una mujer u otra, su compromiso era con el sentimiento. Para él, un día el amor se puede llamar Angelina y otro María; tiene, digamos, esa faceta intercambiable a través de las mujeres, sin que su concepto se altere”.
Y por ser precisamente el medio de su descubrimiento del amor, las mujeres fueron para Agustín Lara la más hermosa de las inspiraciones y cada una de sus relaciones marcaron una pauta en su vida, siendo la más extraordinaria la que mantuvo con la gran diva de México, María Félix. Este fascinante romance que bien pudiera haber salido de un cuento de hadas marcará para siempre la vida de ambos personajes, narra el escritor, pues ambos eran inteligentes, sabían divertirse juntos y se ayudaron mutuamente.

“Para Agustín Lara, el matrimonio con María Félix es un parte aguas de película: el poeta feo que logra conquistar a la mujer más bella de México con sus canciones. Pero a su vez, significó el posicionarse en otro nivel, convertirse plenamente en una celebridad pública fuera de su circulo de compositor de la radio. Para María, su relación con Lara representó el inició de su vida; Agustín Lara la hizo elegante, la cultivó, educó y la hizo un personaje con el regalo eterno de María bonita. María Félix siempre reconoció la importancia de Lara en su vida y lo recordó con mucho afecto, cosas que no hacía comúnmente”.
Pero Agustín Lara no conoció únicamente diosas y sábanas de seda, gran parte de su experiencia en el amor y el placer se la proporcionaron las mujeres dedicadas a la prostitución, con las cuales convivió mientras trabajaba, durante sus primeros años, en las casas de citas y burdeles como pianista. Pável Granados asevera que fue gracias a ellas que Lara dejó atrás la timidez y aprendió a tratar a una mujer. A cambio, Agustín Lara siempre las adoró y dignificó en varias de sus canciones como Aventurera y nunca dejó de expresar su postura de limpiar la prostitución de prejuicios denigrantes y fatalidades, y verla como un empleo recurrente. Complementariamente, Lara exploró todas las posibilidades en cuanto a sus amores sin hacer ningún tipo de discriminación, aspecto primordial en sus composiciones.

Pável Granados.
Fenómeno social
“El conocimiento amplio que Agustín Lara tuvo de las mujeres le permitió una versatilidad inédita en su obra para cualquier otro compositor. Conoció la cama entera de las mujeres de su época: congenió con sexoservidoras, señoras de sociedad, solteronas y las muchachas ingenuas. Todas ellas tienen un lugar en sus canciones, representó básicamente a toda la gama de mujeres mexicanas y ellas se sentían orgullosas de ser retratadas por él”.
La admiración que despertaba Agustín Lara en las mujeres, recuerda efusivo Granados, quedaba patente en las decenas de costales con cartas que “el Flaco de Oro” recibía en la sede la XEW, pues su programa llamado La hora intima se volvió un autentico fenómeno social a tal grado que Lara debió abrir una sección en la revista Ilustrado para contestar todas las misivas de las que era destinatario. Mas la correspondencia no fue el único fin con que Agustín Lara incursionó en las publicaciones, en la Revista Siempre!, llegó a escribir simpáticos textos donde relataba episodios de su vida, como la ocasión en que conoció a Toña, la Negra, una de sus más recordadas intérpretes o cuando le regaló una canción a Edith Piaf, la mítica cantante francesa.
Una vez cubiertos los aspectos de inspiración sentimental de Lara, puntualiza el autor de Apague la luz… y escuche (1999), es necesario reparar en las figuras y fuentes literarias que aparecen en sus composiciones, trabajo en que aún falta profundizar, pues Agustín Lara era un lector nato en el que influyeron diferentes autores.
“Carlos Monsiváis encontró que existe un poema de los años ochenta del siglo XIX de Antonio Plaza titulado A una ramera, que iluminó indiscutiblemente la obra de Lara. También leyó mucho a Salomón de la Selva y Manuel de la Parra y a otros autores franceses en su idioma original. Recurrentemente, se considera a Amado Nervo como su principal influencia, Nervo lo influyó sin duda, pero Lara era de una cultura muy amplia como para encasillarlo solo en ese autor. Y falta mucho por analizar, pues Carlos Fuentes precisamente decía que solo un lector de Nervo podría escribir una canción como Escarcha que dice «blanco diván de tul aguardará tu exquisito abandono de mujer», pero las anécdotas dicen que la tía de Agustín Lara también hablaba así, decía: «mucama, tráeme al mullido sofá el cojín donde descansarán mis adormiladas plantas»”.
 
El “Hipólito” de Santa
Muchas son las influencias que tuvo Agustín Lara al escribir sus memorables canciones, incluso en la más insospechada literatura; Renato Leduc —relata Granados—, que estudió muy bien la vida y obra de Lara, postulaba incluso que una referencia fundamental en sus letras era la Biblia, pues relacionó versos como el que aparece en Mujer, “tienes el perfume de un naranjo en flor” con el Cantar de los Cantares. Aunque aquí no termina la relación de Lara con el mundo de la pluma y el papel debido a que él mismo, siguiendo la enseñanza de Nietzsche, hizo de su vida una obra de arte en la que figuraba como un autentico personaje de novela.
“Curiosamente, la vida de Agustín Lara guarda una maravillosa simetría con el personaje de Hipólito de la novela Santa de Federico Gamboa. Lara se sentía muy identificado con ese pianista de burdel feo y ciego que está locamente enamorado de Santa. De hecho , él hizo el casting para ser Hipólito en la película de 1932, pero le dieron el papel a Carlos Orellana. Sin embargo, sí pudo hacer la letra de la canción y se emocionó mucho, al grado de que la compuso sentándose una tarde al piano con los ojos cerrados, como un ciego, y logró crear cosas tan bellas como «en la eterna noche de mi desconsuelo, tú has sido la estrella que alumbra mi cielo»”.
Finalmente, indica el investigador, Agustín Lara pudo encarnar a “Hipólito” cuando Santa fue llevada al teatro. Ahí el compositor pudo estelarizar la puesta en escena junto con Andrea Palma y consiguió completar el particular vínculo que tuvo con el pianista creado por Gamboa.
Diferentes elementos convirtieron a Agustín Lara en una figura mitológica dentro de la bohemia mexicana. A Pável Granados, quien lleva ya varios años estudiando su figura, Lara no deja nunca de sorprenderlo; concluye la entrevista recordando una de las más apasionantes anécdotas a que lo ha llevado el “músico poeta”:
“Me emocioné mucho cuando descubrí que una cantante llamada Maruca Pérez, que medía metro y medio, jorobada y cantaba tangos. Una noche contrataron a Lara para que le llevara serenata en Santa María la Ribera y ella quedó asombrada por sus canciones y le ofreció cantarlas. Fue una de las primeras que dio a conocer las obras de Agustín en público y le ayudó mucho para componer y crecer como artista. Como gratitud, descubrí que Agustín Lara le escribió una canción que se llama A tus pies, y durante toda su vida pagó para que la tumba de Maruca en el Panteón Español tuviera siempre un farolito encendido y pétalos de rosa sobre la lapida. A tus pies decía: «alfombra de rosas quisiera poner a tus plantas»; esos pétalos en la tumba eran esa promesa de gratitud y cariño de Agustín Lara”.




 
 