Cualquiera que lea un diario, una revista, escuche los noticieros de radio y televisión y los numerosos programas de análisis y opinión que ponen al alcance de cualquiera que se interese en saber qué ocurre, cómo y los innumerables porqués, solo tiene que ojearlos, escucharlos y verlos.

En todos esos medios encontraremos el modo de pensar de las élites de la nación, de esta nación tan heterogénea y singular, y eso nos llevaría a la falsa conclusión de que estamos enterados de cómo piensa la mayoría de quienes convivimos en esta república de 125 millones de habitantes.

¿Por qué digo que llegaríamos a una falsa conclusión? Me explico.

En todos los tonos posibles, desde casi todos los rincones del espacio ideológico, partidista y político, nos aseguran que las mexicanas y los mexicanos estamos muy enojados, estamos indignados, estamos hartos y queremos un cambio.

Si aceptamos esa premisa, bien podríamos pensar que las elecciones del próximo 1 de julio serán las de mayor participación, que los ciudadanos y ciudadanas nos volcaremos en las urnas, ansiosos de participar en el proceso de cambio que, según nos dicen todos los medios, es el objetivo de nuestros desvelos cívicos.

¿Estamos seguros o se trata de una premisa que a fuerza de repetírnosla a toda hora hemos llegado a confundir con la realidad? Tristemente, creo que la realidad está muy lejos de ese espejismo cívico.

Basta con hablar con los jóvenes enviados por el Instituto Nacional Electoral a buscar a los voluntarios y voluntarias que de acuerdo con el proceso de selección forman el grupo para que el próximo julio integren las mesas de cada una de las 155 mil casillas que se instalarán para recibir, contar los votos y firmar las actas correspondientes con los resultados de cada sección electoral de la república.

Muchos de estos jóvenes que, previamente, han sido capacitados por el instituto de alguna manera están convencidos de que la participación es algo que anima a todas y todos los mexicanos.

La sorpresa es que han tenido dificultades para reclutar a los potenciales funcionarios de las casillas. Ninguno de los ciudadanos y las ciudadanas que dicen están al borde de la desesperación por un cambio parece estar dispuesto a mover un dedo para que ese cambio llegue.

El joven del INE que me lo contó lo dijo con un tono de frustración y desencanto ante la indolencia de los ciudadanos y ciudadanas que, según todos los medios, están muy enojados, indignados, pero no quieren sacrificar un domingo para ayudar a que el cambio que desean sean ordenado y pacífico. No, que otros lo hagan, a mí no me incomoden.

Entonces, ¿la indignación que tantas lúcidas inteligencias han detectado es una alucinación?

Con amargura uno recuerda algún refrán anónimo, “la realidad es solo una alucinación provocada por la falta de alcohol.

jfonseca@cafepolitico.com