Por Jorge Alonso Espíritu

 

[su_dropcap style=”flat” size=”5″]D[/su_dropcap]urante el 2008, lo que muchos llaman el “sueño americano” se estremeció como pocas veces en la historia. La crisis económica, causada en buena medida por la caída de los bancos que habían inflado una burbuja en las en las denominadas hipotecas subprime, arrojó a las calles a miles de personas. Las imágenes de la gente siendo expulsada de sus hogares por la policía dieron la vuelta a un mundo que veía con azoro como el país más poderoso del mundo salvaba a su sistema económico a costa de arrastrar a millones de personas a la pobreza.

Diez años después, en un país gobernado por el belicoso magnate Donald Trump, quien juro “hacer grande otra vez a América”, el director estadounidense Sean Baker conduce la memoria a las narrativas de aquel pasado todavía no tan distante, para crear su sexto largometraje.

Proyecto Florida es la historia de Moonee, una niña de seis años que durante el verano juega con sus amigos en un castillo morado, el “Magic Castle”, un motel de poca monta que se ha convertido en el refugio de decenas de personas sin hogar que buscan la manera de sobrevivir y pagar a tiempo la cuota semanal del lugar, aunque esto suponga estar al borde de la legalidad y, claro, fuera de las exigencias de la moral y las buenas costumbres: en las habitaciones conviven migrantes, madres solteras, yonquis…

Ese mundo caótico, doloroso, es presentado de manera sutil a los espectadores. Las fórmulas de evasión están entrelazadas con las formas del juego, de la travesura; conseguir helados gratis, dejar sin luz a la comunidad del castillo y comer, tienen, o parecen tener, el mismo sentido: la fantasía.

Y es que el Proyecto Florida es, también, el nombre clave que tuvo el plan de una ciudad utópica con el sello Walt Disney, y que terminó convertida en uno de los parques temáticos de la factoría del ratón Mickey: Disney World. Por supuesto, todo lo que suene a Disney sirve como una alusión al sueño. A las fantasías infantiles y a las ilusiones de los adultos, y también al poder político y económico. En este caso, se vuelve un contraste que permanece a lo largo de la historia, a la pobreza y la marginación. Los protagonistas están tan cerca del paraíso, pero al mismo tiempo a años luz de él.

Las paradojas están presentes toda la película. Los colores de los edificios buscan la alegría, la vida, pero en el fondo está patente el abandono de la ciudad, mismo que envuelve la vida de los residentes del castillo mágico: abandono gubernamental, abandono sentimental, etcétera.

Pero la niñez se rebela ante eso. Por eso la película está en marcada por las risas. El corazón del argumento es profundamente triste, sin dejar de ser divertido; político, sin ser lastimoso. Los personajes no son héroes ni villanos, ni pretenden serlo, aunque tengan destellos de maldad, o de heroísmo, sobre todo en el papel de Bobbie, gerente del motel interpretado por Willem Dafoe de forma memorable.

Así, Baker consigue un retrato oportuno y eficaz de los Estados Unidos, evadiendo el melodrama, enfocándose en la contemplación de la libertad y la imaginación.

Permanencia voluntaria: Stalker: La zona

En 1979, el director de cine soviético Andréi Tarkovsky presentó uno de sus filmes más enigmáticos, interesantes e inaccesibles de su filmografía. Basado en un relato breve de ciencia ficción, Tarkovsky nos conduce a un sitio llamado La zona, donde existe un lugar en el que los deseos pueden cumplirse.

Gracias a la 64º Muestra Internacional de la Cineteca, esta cinta de culto se podrá observar nuevamente en salas de cine.