Por Pablo Marentes*

 

Desde 1946, cuando Richard Milhous Nixon hizo su aparición en el escenario político de los Estados Unidos de América, se comenzó a formar a su derredor una polémica con las más disímbolas opiniones acerca de su ideología, sus métodos de campaña y su preparación para puesto públicos, polémica que lo ha seguido a lo largo de su carrera y que en una ocasión casi lo llevo a renunciar a la vicepresidencia norteamericana.

Nacido en Yorba, California, el 9 de enero de 1913 en el seno de una familia cualquiera de escasos recursos económicos, Nixon es el tipo de hombre que se ha hecho por sí mismo.

Su primera campaña—que le abrió las puertas del Congreso y con la que terminó para siempre la carrera de Jerry Voohris, antiguo político demócrata— dio la tónica de lo que serían todas las campañas de Nixon, iniciándose, desde entonces, la carrera ascendente de un hombre que se ha hecho casi una leyenda.

Hace algunas semanas, cuando nos encontrábamos en Washington tratando de conseguir una entrevista con él, William Costello, corresponsal de la Casa Blanca y uno de los más duros críticos de Nixon , nos dijo: “Si hay alguna cosa que se puede llamar Nixonismo se encontrará no en la substancia de su política ni tampoco en alguna clara ideología, sino en su carácter polemizante y en su personalidad pública, desligada de cualquier problema importante…”.

Por otro lado, el senador Barry Goldwater, de Arizona, decidido partidario de Nixon, nos expresó: “No hay entre todos los precandidatos a la Presidencia ninguno que por mucho se aproxime a Nixon en preparación , conocimiento de cuestiones internacionales o en claridad de visión para aportar soluciones a problemas que afronta el mundo libre. Sus esfuerzos personales tendientes a actuar la política de Eisenower, de Paz y Prosperidad, han hecho posible que mucho se haya ganado para terminar con la guerra fría y que se consolide un espíritu de mutua cooperación entre las naciones libres para conseguir es paz y esa prosperidad.”

El día que entrevistamos a Nixon, las mujeres republicanas daban una cena en su honor. Ambiente de campaña electoral por todos lados y decenas de mujeres ocupadas en dar los últimos toques a la decoración terminaban de poner una manta de “Nixon For President” en la fachada del hotel, arriba de la puerta por donde pasaría.

Días antes nos habíamos encontrado ante la difícil situación de ver las puertas cerradas para cualquier entrevista. El ayudante de Prensa de Nixon nos había hecho saber que periodistas americanos, ingleses y latinos, habían estado esperando en Washington  por espacio de dos o tres meses infructuosamente.

Por fortuna, la señora Kay Hanson, jefa del Comité Femenino Republicano de Washington, nos proporcionó la ocasión de entrevistarlo durante la cena, donde pudimos observar a Nixon hacer campaña en la forma que a muchos les molesta y a los más agrada.

Nos situamos cerca de la puerta al salón comedor dentro del comité de recepción. A las siete de la noche llegó acompañado de su esposa, con amplia sonrisa y la mano presta a estrechar todas las que se le extendieran a su paso. Como en cualquier lugar del mundo, los codazos se multiplicaron para lograr llegar hasta el hombre. Vi allí mi oportunidad. Me abrí paso a través de la masa de gente y me aproximé a él. En inglés entrecortado le dije:  No sé hablar inglés, pero me gustaría Dick para Presidente. Nixon sonrió y repuso: “¡Hablas buen inglés, y del que a mí me gusta!”.

La señora Hanson, en el momento oportuno, nos llevó hasta él y le puso en antecedentes. Nosotros le hicimos saber nuestro propósito.

—Señor Nixon— le dijimos—, somos mexicanos, y en mi país existe gran interés en conocer su forma de pensar hacia los problemas de Latinoamérica con Estados Unidos, desde el punto de vista económico y político.

Nixon comenzó a hablar pausadamente.

—Estos problemas son cada vez diferentes y presentan distintos aspectos según el momento en que surgen. Es por ello que hemos puesto mucho énfasis en un acercamiento personal de nuestros gobernantes para poder obtener un conocimiento más concreto de las variadas formas de pensar de nuestros vecinos.

—De ese contacto personal que usted tuvo durante su visita a Latinoamérica en 1958, ¿qué podría decir?

—Los incidentes que ocurrieron allá tuvieron como consecuencia que se iniciara una revisión de largo  alcance de nuestra política extranjera. Ha habido discusiones acerca de áreas geográficas especificas y en donde se aplicará distinta política de la que habíamos llevado hasta entonces. Para ello el subcomité sobre Asuntos de las Repúblicas Americanas se ha venido ocupando en hacer estudios exhaustivos con la ayuda de la experiencia, los conocimientos y el consejo de organizaciones privadas, escuelas, instituciones e individuos, a fin de sentar las bases de una política, que sin duda muy pronto traerá muy buenos resultados en las mutuas relaciones.

—¿Se ha discutido esto ya en el Senado?

—Precisamente los estudios que provengan de las instituciones que le mencioné  servirán como base para la elaboración de nuestra política extranjera y se votará en el Senado.

—¿Prevalece, entonces, en el Senado la opinión de la mayoría demócrata al formular estas bases?

—La generalizada opinión en Latinoamérica es que una administración demócrata en los Estados Unidos ha sido siempre mejor para nuestras relaciones. Puede ser que nuestros vecinos piensen así, pero una cosa tan importante como nuestras relaciones con ustedes no se deja para ser resuelta por la ideología de un partido y otro, sino en función del sentir de nuestros pueblos, es decir, del pueblo americano y de los latinoamericanos. Pero ya que se menciona esto, es bueno traer a nuestra plática el hecho que en una administración republicana haya una mayor actividad para conseguir ese entendimiento tan necesario que siempre debe existir entre nosotros. La buena voluntad llevada a una mutua cooperación debe ser lo que marque los derroteros de nuestras relaciones, y los Estados Unidos están siempre listos a demostrar esta buena voluntad que sirva como estímulo a la amistad que siempre debemos tener.

-A pesar de sus giras por Latinoamérica no ha pasado usted por México desde 1952 cuando asistió al cambió de gobierno. ¿Piensa usted ir a México en lo futuro?

—Así espero hacerlo.

—¿Cómo presidente de Estados Unidos?

—Con México—contestó sonriendo— me ligan grandes sentimientos de afecto. Cuando niño, siempre estuve en contacto con mexicanos. Yo nací en California, ¿sabe usted?. Y siempre me he interesado por la historia de su país. En la visita que el Presidente de México hizo a Washington platicamos informalmente varias veces y creo que respetuosamente puedo llamarle “amigo”.

Al despedirnos del hombre que posiblemente llegue a ser Presidente de los Estados Unidos, con un apretón de manos y una sonrisa amable nos hizo portadores de un mensaje al señor presidente López Mateos, que intentaremos dárselo personalmente. Nixon dijo:

—Esta es una buena oportunidad para hacer portadores a ustedes, jóvenes mexicanos, de un saludo para el señor Presidente de México. Hágale saber, una vez más, la gran simpatía que siento por él y por su pueblo. Que siempre estaremos listos para cooperar al mejor desenvolvimiento social y económico de ese país, por nuestra amistad, por nuestros comunes ideales, y por la responsabilidad que tenemos ante el mundo.

*Texto publicado el 27 de abril de 1960, Núm. 357.