Aunque el planeta no enfrenta, en los días que coreen, un conflicto armado comparable a la Primera o la Segunda Guerra Mundial (que vio el final de los combates en el año 1945, hace 73 años), nadie puede afirmar que la Tierra puede compararse con un exuberante  oasis donde lo que prive es la tranquilidad, la pacífica convivencia y el entendimiento entre todos sus habitantes. Lejos está el mundo de conocer una laetitia (alegría) que tranquilamente campeé por sus fueros. Por una u otra razón el escenario internacional debe estar en conflicto, con fundamento o sin él. El caso es que la “paz” absoluta es utopía, de propios y extraños. Por el momento, una parte de Occidente, mantiene diferendos con Rusia, a cuyo principal dirigente, Vladimir Putin, parece importarle poco la buena relación (diplomática) con esta parte de la humanidad. Tal parece.

El domingo 4 de marzo último, un indultado ex espía doble, Sergei Skripal, y su hija Yulia, de 33 años de edad —residentes en la Gran Bretaña—,  fueron envenenados en Salisbury, al sur del país, con una sustancia neurotóxica de origen ruso llamada “Novichok”, lo que permite considerarlo como un atentado terrorista realizado por los servicios secretos de ese país. Doscientos cincuenta agentes de Scotland Yard investigan el caso.  Según las autoridades británicas, el atentado fue ordenado por el Kremlin, acusación que Moscú negó. De este cruce de dimes y diretes se ha originado una crisis diplomática solo comparable a la del tiempo de la Guerra Fría, después de la Segunda Guerra Mundial entre Estados Unidos de América y la Unión de Repúblicas Soviéticas Socialistas (URSS), que en varias ocasiones puso al mundo al borde del enfrentamiento nuclear que se salvó en el último momento. El propio secretario general actual de la Organización de Naciones Unidas (ONU), el portugués Antonio Guterres, ha externado su preocupación por el renacimiento de otra Guerra Fría semejante a que se dio después de la IIGM.

La primera ministra Theresa May inmediatamente acusó a Moscú por envenenamiento y dispuso la expulsión de 23 diplomáticos rusos en territorio británico y suspendió todo contacto de alto nivel con Moscú. Además, aunque no se encontró relación de un caso con otro, aumentó la tensión la muerte del exiliado ruso Nikolai Glushkov el 12 de marzo en su casa de Londres, incidente que la policía investiga como un homicidio.

Así las cosas, el lunes 26 de marzo, en algunas capitales europeas y en Washington se anunciaron la expulsión de alrededor de 120 diplomáticos rusos adscritos en el extranjero como represalia por el intento de asesinato del espía Skripal y su hija. La coordinada medida, a la que se sumaron Ucrania y Canadá, pone en claro que aceptan  la versión británica de que el Kremlin es el origen del atentado en Salisbury.

Esta es la mayor respuesta —por su envergadura y coordinación— llevada a cabo contra un país en “tiempos de paz”, muy por encima de las crisis diplomáticas de los peores tiempos de la Guerra Fría entre la desparecida URSS y EUA. La medida excedió las previsiones, sobre todo en la Unión Americana. Washington expulsa a 48 diplomáticos de la embajada rusa en Washington, y a otros 12 de la representación permanente de Moscú ante la Organización de Naciones Unidas (ONU). Asimismo, se cerrará el consulado ruso en la ciudad de Seattle.

Acorde con la mercurial postura de Donald Trump en cuestiones de política interna y en relaciones exteriores —un día dice una cosa y al siguiente cambia de parecer—, los expulsados son “oficiales de inteligencia” (eufemismo de “espías”), y clausuradas las puertas del consulado “debido a su proximidad a una base de submarinos y a la compañía Boeing”, refiriéndose al fabricante aeronáutico que cuenta con una serie de plantas en esa urbe.

Más viperina fue la embajadora estadounidense ante la ONU, Nikki Haley —que no oculta jamás su fidelidad por Donald Trump—: “Aquí, en Nueva York, Rusia utiliza Naciones Unidas como un refugio seguro para llevar a cabo actividades peligrosas dentro de nuestras fronteras”, dijo en un comunicado en el que agregó que, con las expulsiones de los “diplomáticos”…”EUA y muchos de nuestros amigos mandamos un mensaje claro de que no vamos a tolerar  la mala conducta rusa”.

El simbolismo de las  expulsiones de los “diplomáticos rusos” no escapa a nadie. Esta decisión se tomó con la práctica totalidad de los miembros de la  Organización del Tratado  del Atlántico Norte (OTAN) y de la Unión Europea (UE). A los que se agregó Ucrania, que como se sabe una parte de su territorio —la península de Crimea— fue anexionada por Rusia a raíz del derrocamiento del gobierno pro Moscú en 2014, y que actualmente sufre una rebelión armada promovida por Rusia en la zona territorial limítrofe con ese país. Tal y como acostumbra, Donald Trump ha cambiado su proceder respecto a Ucrania desde que llegó a la Casa Blanca en 2017. Primero defendió la anexión de Crimea a Rusia, y ahora autorizó la entrega al gobierno de Kiev de misiles antitanque y rifles para francotiradores que indudablemente servirán para combatir a las milicias prorrusas.

En esta operación anti-diplomática de Occidente contra Moscú, se advierte una “celebración” de la OTAN, la Alianza Atlántica (militar y política) cuya existencia el propio Trump puso en cuestionamiento durante su campaña electoral. Ahora, el mendaz sucesor de Barack Obama cambia de opinión y trata de salvar las criticas que ha recibido en territorio propio por su actitud contemporizadora hacia Moscú, sobre todo después de su llamada telefónica para felicitar a Vladimir Putin por su reelección como presidente de Rusia hace pocos días. Elecciones, por cierto, denunciadas por propios y extraños, plagadas de irregularidades masivas. El mandatario que en los últimos días ha sido vapuleado hasta por actrices pornográficas, se comunicó con Vladimir Putin a pesar de que su equipo de seguridad nacional le pidió que no lo hiciera.

Entre los países que han dispuesto esas represalias diplomáticas están Francia, Alemania, España, Italia, Polonia, República Checa, los tres Estados bálticos, Holanda, Dinamarca y Finlandia, además del Reino Unido que fue el que dispuso expulsar a 23 enviados rusos después del incidente en Salisbury con los Skripal.

El eje franco-alemán —movilizado por Emmanuel Macron, el mandatario galo—, ha sido el más activo en cuanto al alcance de la medida. París y Berlín expulsaron a cuatro diplomáticos rusos cada uno, los mismos que Polonia, una nación con enormes recelos hacia Rusia. Lituania y República Checa harán lo propio con tres miembros de la legación rusa, mientras España, Italia, Holanda y Dinamarca  retirarán las credenciales a dos miembros. Suecia, Estonia, Letonia, Finlandia y Croacia, con representaciones más pequeñas, solo expulsaron uno respectivamente. Canadá, aparte de EUA, también decidió expulsar a cuatro representantes rusos y, además, negar la acreditación a tres más que todavía no llegaban a la embajada en Ottawa. Algo relevantes es que ni siquiera la Gran Bretaña, ningún país optó por disponer sanciones económicas a Moscú. Las sanciones impuestas tras la anexión de Crimea sólo afectan a bancos y a empresas energéticas, no al Estado ruso, que sigue necesitando los mercados financieros de Occidente para financiarse.

Recurriendo a la ley del talión: ojo por ojo, diente por diente, Moscú no podía permanecer callado. La respuesta del Kremlin a la expulsión de 154 diplomáticos rusos en 27 países comenzó desde el jueves 29 de marzo pasado, cuando el ministro de Relaciones Exteriores, Serguei Lavrov declaró personas non gratas a 60 diplomáticos de EUA en Rusia y ordenó el cierre del consulado general estadounidense en San Petersburgo. El resto de los países que se sumaron a la iniciativa británica recibiría un trato similar

Lavrov aclaró: “Moscú no podía dejar de responder a tantas acciones hostiles, absolutamente inadmisibles…Una de las primeras conclusiones de toda esta situación es que, como habíamos señalado tantas veces y con razón, quedan en el mundo, en Europa, muy pocos países que pueden tomar decisiones de manera autónoma…Sabemos que muchos países que expulsaron a uno o dos diplomáticos rusos tuvieron que hacerlo debido a la presión colosal, al fuerte chantaje que ejerce sobre ellos Washington que, lamentablemente, los ha convertido en su instrumento principal en asuntos internacionales”. En fin, Lavrov acusó a los dirigentes europeos de hipocresía, doble moral, falta de democracia y de doblegarse a las imposiciones del Tío Sam.

En pocas palabras, le versión de la Guerra Fría siglo XXI. Diplomáticos en muchas partes del mundo arriaron banderas e hicieron maletas, su eterno destino. VALE.